Sé que no tenia derecho a molestarme con mi esposa. Ella tenía razón y aún no éramos nada. Cuando todo aquello sucedió yo era en su vida apenas un demente deslumbrado que la había seguido a Ámsterdam. Sin embargo no podía evitar sentir rabia al pensar que un extraño la había poseído durante aquellos tres días en los que yo moría de preocupación y angustia por ella en la habitación de un hotel.
— ¿Oğuz?
En vista de que había tomado las llaves de la casa en lugar del control del coche robot, había decidido ir lo más lejos posible de la casa y estar solo por un par de horas.
Llegué hasta el muelle de un bar a orillas del Westeinderplassen sin embargo, Agatha no tardó mucho en encontrarme pues solíamos pasear en ese lugar los fines de semana y sabía que me agradaba.
— Está haciendo mucho frío. Volvamos a casa —Me dijo—
Volvimos a casa tal y como lo había pedido y por lo que le restó a aquel día preferí no volver a mencionar nada referente a aquel hombre. Hubiese querido de hecho no volver a mencionarlo jamás pero evidentemente el sujeto anduvo tras los pasos de Agatha, buscándola por mucho tiempo y ahora que la había hallado, no tardaría en aparecerse en medio de nuestras vidas en algún momento.
A la mañana siguiente como todos los días, tenía mis terapias físicas pero decidí ir solo. Desde aquel día iría solo y lo haría todo solo así me costara la vida entera en un solo intento.
Necesitaba dejar de sentirme inútil, dejar de sentir compasión de mi mismo e intentar levantarme de aquella silla así tuviera que arrastrarme una y mil veces hasta lograr ponerme de pie.
Agatha no discutió conmigo al respecto, era una decisión que ya estaba tomada y debía respetarla. Fui por mi propio esfuerzo al hospital neerlandés como iría otras tantas veces allí y a donde fuera necesario hasta lograr lo que me había propuesto a mí mismo.
Tuve una larga comunicación con la doctora Horst y le dije que me sentía listo para trabajar con mis piernas. El resto de la movilidad ya la había recuperado y en cuanto al habla, probablemente ya no habrían demasiados avances satisfactorios pero era lo que menos me importaba mientras pudiera volver a caminar y ser el hombre independiente que siempre había sido.
La doctora estuvo de acuerdo. Dio su visto bueno y comenzamos esa misma semana.
— ¿Estás seguro de que deseas una doble sesión? Eso sería muy pesado Oğuzhan.
— Evet —Contesté bastante seguro—
Tendría doble sesión, claro que en la tarde con horario reducido debido a que me había inscrito al gimnasio donde iría todos los días de igual manera.
Durante un par de semanas, el clima entre mi esposa y yo, fue mucho más gélido que aquel crudo invierno. Mi corazón seguía latiendo por ella con la misma intensidad pero se sentía dolido, triste e incapaz de aceptar más adversidades.
Quise sentirme libre, independiente, ordenar mis pensamientos e ideas referente a todo antes de volver a sostenerla entre mis brazos, protegerla y sentir su delicioso aroma con profundidad.
Todo mi esfuerzo tanto en las terapias como en el gimnasio, si bien llevarían su tiempo para ganar resultados positivos, ya me tenía bastante mejorado por sobre todo anímicamente y decidí entonces preparar una sorpresa para mí Agatha. Tenía muchos planes que deseaba compartir con ella y comentarle sobre varios asuntos y que mejor todo, que en una cena para dos en un bonito restaurante.
— Dos semanas Oğuzhan sin siquiera voltear a verme, sin dirigirme media palabra. Salías de la casa sin despedirte de mí y cuando llegabas todo se repetía de nuevo. Ah pero resulta que ahora ya se te pasó el enfado y me invitas a cenar como si nada hubiese pasado. ¿Tan fácil te resulta hacerme a un lado cuando te sientes molesto?
Negué con la cabeza una y otra vez deseando nunca haberle hecho tal cosa a mi reina pero ahí me encontraba nuevamente como el peor de los miserables que solo consiguió lastimarla y hacerla llorar.
— No me siento bien. Sabes que la época de invierno resulta terrible para mí.
De ese modo sin aceptar ni tampoco negarse, ella declinó de mi invitación con aquellas palabras y fue absolutamente comprensible. El clima no la favorecía en absoluto y pude percibir que se movilizaba bastante quejumbrosa debido a sus dolores.
Por aquel día decidí no molestarla más pero no dejé de insistir los días posteriores hasta que finalmente la convencí de algún modo para que fuéramos a cenar. No habló ni media palabra durante toda la cena y bueno, yo no podía hacerlo por la tanto únicamente me limité a observarla y disfrutar de su presencia.
Un par de días atrás hablé con mi amigo Baymaz respecto a la casa de Bebek en Estambul. Decidí ponerlo en venta pero para ello mi esposa debía estar de acuerdo también entonces le comenté sobre aquella intención.
— Tú adquiriste esa casa Oğuzhan, puedes hacer con ella lo que mejor te parezca.
Esa casa también le pertenecía a ella, claro que nunca lo vio de ese modo pues nunca le gustó vivir allá. Su lugar se encontraba en aquella ciudad de perdición de la cual no hubiese salido jamás si las circunstancias no lo ameritaban.
Nos encontrábamos en Kudelstaart porque lo creyó conveniente para mí y para nuestra hija. De ser únicamente por ella, habría pasado el resto de su vida en aquel miserable apartamento en Oude Hoogstraat en Ámsterdam.
No tenía pensado decirle nada más, sus expresiones fueron para mí más que suficientes y no me pondría a discutir. Ya estaba costándome bastante contentarla y no quería agravar la situación.
No me daba buena espina para nada su actitud, andaba muy callada y encerrada. Únicamente salía para atender a nuestra hija, toda su atención y dedicación eran únicamente para Hatice.
La luz de mi hermosa Agatha estaba apagada. Ya no sonreía como antes y apenas tenía disposición en ir a visitar a su hermano al centro de rehabilitación.
Unos días posteriores a ese me había retrasado un poco para ir a mis terapias físicas pues deseaba desayunar tranquilo en compañía de mi familia. Le pregunté a Agatha si quería ir conmigo y me dijo que tenía que llevar a la niña a su cita con la pediatra.
— Pediré un taxi para eso. No te preocupes —Me dijo—
Colocando el control en su mano le dije que aquel coche a final de cuentas era suyo y podía disponer de mismo cuando quisiera por lo tanto no era necesario que pudiera un taxi. Le recalqué que iríamos juntos y que no importaba si llegaba un poco tarde a mis terapias.
— Como quieras Oğuzhan —Dijo devolviéndome el control— Iré a preparar a la niña.
Mientras lo hacía y yo aguardaba en la sala, llamaron a la puerta y Farah fue a ver. Era un paquete para Agatha que se encontraba perfectamente sellado y requería de su firma para la entrega.
— Aguarde por favor. Llamaré a la señora.
¿Qué paquete era ese? Acaso otro atrevimiento de aquel tal Nathan Mathis? —Me pregunté bastante enfurecido decidiendo tomar yo mismo aquel envío para saber de qué se trataba— Soy su esposo y puedo firmar la entrega —Pensé decidido y así lo hice—
No traía consigo ninguna tarjeta y supuse que pudiera encontrarse dentro de la caja. La abrí y no había nada más que el contenido de otra caja, una de madera que contenía algo totalmente adverso a cualquier cosa que pude haber imaginado.
— Señor, no debió hacer eso. Volverá a pelear con la señora.
Lo hice y no hubo marcha atrás, acababa nuevamente de comportarme como el peor de todos los imbéciles y debía comenzar a enfrentarme a nuevas consecuencias por ese incontrolable modo de comportamiento.
— Estamos listas —Dijo tomada de la mano de Hatice con una sonrisa que no veía desde hacía semanas y que en cuestión de segundos volvería a desaparecer—
Miró la caja sin envoltorio sellado sobre la mesa y la tomó de inmediato observándome del modo más hiriente que pude ser testigo. Si hubiese sido una mirada de ira y enojo hasta me hubiese resultado preferible, pero aquella mirada no poseía nada. Aquella mirada opaca, vacía, sin brillo, sin lágrimas, sumergida en un abismo de tristeza y cansancio fue todo lo que percibí como el peor castigo, mucho más que todas las desgracias empapeladas en mi destino.