— Señor, perdóneme que se lo diga pero otra vez está comportándose de mala manera. Luego entra en desesperación y no sabe que hacer para contentar a la señora. Ella fue sincera con usted justamente para que no se pusiera de este modo y usted tratándolo tan horrible —Me dijo Farah con una conciencia que yo no poseía—
Ella tenía razón pero no lo vi de inmediato de ese modo, no lo pensé ni lo sentí de esa manera cuando Agatha me había confesado aquello. Simplemente me volví loco o tal vez ya lo estaba y apenas comenzaba a explayarlo.
Desde toda aquella golpiza que había recibido, la cabeza me quedó bastante dañada y no es que quisiera excusarme de mis malos comportamientos. En verdad no lograba controlar mi ira y mis arrebatos y eso me tenía constantemente al borde de un colapso nervioso sin remedio.
Mi esposa tuvo un pasado y una historia del cual yo no formé parte y cuando la conocí, ella ya caminaba por los senderos de una depresión con pensamientos suicidas. Ella ya no quería vivir y poco o nada le importaba los errores que cometía.
Me sentí el hombre más afortunado del mundo cuando abrió las ventanas de un corazón dolido y cansado que cargaba en su pecho para dejarme amarla y cuidar de ella. ¿Cómo podía entonces yo comportarme de esa manera? ¿Con qué derecho la juzgaba?
En su nueva vida conmigo, no existía un Edward Hans ni un tal Nathan Mathis ni ninguna otra persona. Mi hermosa Agatha puso los trozos de su vida en mis manos, me otorgó su alma perdida y me susurró incontables veces cuanto me amaba.
¿En qué clase de hombre me había convertido? ¿Qué tan imbécil me había vuelto? En esos momentos lo único que le agradecía a Allah era no haber tenido voz para gritarle y herirla aún más. Pero lo eché todo a perder con mí irá absurda. Renegué incluso de la maravillosa cena que había preparado para mí, tumbé los platos, la mesa, las sillas, asusté a mi hija y la dejé llorando junto a su madre en un rincón de la casa.
¿De qué manera iba a arreglar el desastre que ocasioné? Sería más fácil que me tragara la tierra y desapareciera definitivamente.
¡Mi hermosa Reyna!
No sé de que manera mirarte a la cara y llenarme de coraje para pedirte perdón. No merezco siquiera respirar el mismo aire que tú respiras. No merezco nada bueno de ti y es lo que siento en estos momentos.
No tengo derecho a estar molesto contigo, no tengo derecho a hacerte llorar y mucho menos a que nuestra hija sea testigo de los arrebatos sin sentido de su padre. Estaré fuera de la casa por unos días. Necesito un poco de tiempo para reordenar la catástrofe dentro de mi cabeza que no me deja pensar, apenas actuar con una locura dañina y cruel.
Mi amor, te prometo que volveremos a estar juntos y cuando eso suceda, todo será diferente.
Te amo.
— Eres un cobarde y poco hombre Oğuzhan Berli. Eres igual a todos los demás. Igual o mucho peor.
— ¿Señora? ¿Qué sucede?
— Oğuzhan me dejó, Farah. Se fue sin que le importáramos su hija y yo.
— ¡Eso es imposible! El señor no haría jamás una cosa así.
— Lo hizo y me dejó esta absurda carta llena de cobardía.
HOTEL CHARIOT (OOSTEINDERWEG)
Me había reunido con un vendedor de bienes raíces de nombre Julen Kiperman con quien mi amigo Baymaz contactó de modo a que yo fuera a tratar con él los asuntos relacionados a la venta de la casa de Estambul. Le dejé claro que yo no podía hablar por lo que le pedí que fuera al grano contándome sobre los interesados en comprar la casa.
Eran varias las personas que ofrecían inclusivo mucho más dinero del que yo había invertido adquiriéndola y no me extrañaba en absoluto pues era una casa realmente hermosa, en una zona exclusiva y con una vista magnífica y privilegiada del Bósforo.
En aquel lugar soñé alguna vez que sería feliz junto a mí esposa y mi hija pero nada de eso pasó y tampoco poseía ya esperanzas de que fuera a pasar un día. Nos encontrábamos en un aburrido barrio de los Países Bajos y allí viviríamos probablemente la vida entera.
Acepté tramitar la venta con los compradores que poseían la mejor oferta y cuando me encontraba a punto de firmar el permiso de trámite para el traspaso de la propiedad, apareció mi Agatha y evidentemente de un modo sorpresivo. No se veía en absoluto de buen humor e irrumpió en el lugar donde me encontraba con Kiperman para acabar estallando irremediablemente como una auténtica bomba humana.
— Tú no vas a vender nada —Dijo de la nada haciendo trizas todos los papeles que se encontraba sobre la mesa— Y usted… largo de aquí que yo necesito hablar con mi esposo —Le gritó al Sr. Kiperman—
— Disculpe señora. Su esposo está a punto de concretar una venta de muy buena paga y…
— Dije, largo de aquí.
Al Sr. Kiperman no le quedó de otra que retirarse, no sin antes juntar los trozos de papel que yacían en el suelo mientras que yo desde luego nada pude hacer al respecto. Mucho menos pronunciar mi con palabras.
Respiré profundo observándola detenidamente intentando buscar a la esposa que había dejado en la casa pero definitivamente no la hallé. A quien tenía enfrente, a punto de tumbar todo a su alrededor era la otra Agatha, la desconocida en impredecible mujer que dormía dentro de ella y que despertaba como un ser insostenible cuando le apretaban el botón del desequilibrio emocional.
Fue culpa mía, lo sé y merecía cada grito suyo al igual que cualquier desmán que pudiera ocasionar sobre mí.
— ¿Me abandonaste Oğuzhan? ¿Te atreviste a salir de casa para a abandonarnos a tu hija y a mí, dejando apenas una maldita carta?
¡No las abandoné! Yo preferiría morir antes de hacer una cosa como esa. Le di mis razones en aquella carta pero al parecer no las comprendió ni en minúsculas proporciones.
La sacó del bolsillo de su chaqueta, las rompió en decenas de pedacitos y me las arrojó en la cara.
— Sí tú puedes comportarte como un loco histérico con arrebatos, yo también puedo. No me conoces Oğuzhan Berli. ¡Tú no me conoces!
— Agatha, necesitas calmarte un poco —Irrumpió un hombre quien había pasado desapercibido ante mis ojos hasta ese momento—
¿Quién era él y porque acompañaba a mí esposa? —Me pregunté a mí mismo mientras lo apuntaba para que me dijera de quién se trataba—
— ¿Quieres saber quién es él? Anda… Cuéntale quién eres. Cuéntale —Le gritó a aquel hombre mientras golpeaba la mesa un par de veces—
Deseaba que tan solo por unos instantes dejara de gritar porque la cabeza estaba a punto de estallarme y porque nos encontrábamos en las afueras del bar del hotel Chariot donde había mucha gente observando y oyendo todo. Desde luego tal cosa no sucedió y continuó soltando todo su enojo.
— ¿Sabes, Nathan lo que le molesta a este hombre?
Ne? ¿Este sujeto es el tal Nathan? ¿Que demonios hace acompañando a mi esposa? —Me pregunté a punto de dejarme arrastrar nuevamente por mi locura—
En esos instantes si yo no lograba controlarme, el bar se habría convertido en una auténtica batalla campal de iras y arrebatos. Necesitaba tranquilizarme y no dejarme arrastrar por toda la rabia que sentía.
— A mi esposo le molesta la idea, le aterra pensar que tú y yo tuvimos sexo aquella noche.
— ¡Agatha! Baja la voz. No es necesario que hablemos sobre esto aquí —Le susurró aquel hombre—
— No bajaré la voz y no me iré a ninguna otra parte para conversar. ¡Escúchame muy bien Oğuzhan! Yo también estaba aterrada y peor aún. Sentía mucha vergüenza porque esto se trataba de mí, de las cosas que hice mal en vida. Del modo en que viví y en que cometí errores. ¿Pero tu qué? Tú no tenías derecho a juzgarme mi mucho menos a reprocharme cosas porque todo aquello ocurrió antes de dejarte entrar en mi vida. Dile, Nathan, cuéntale que nunca pasó nada entre nosotros ni en Mysteryland ni en aquel hotel. Explícale para que entre en razón y vaya arrepintiéndose lentamente de haberse comportado como una bestia conmigo y con su hija y de haber abandonado su hogar.
Todo acabó entonces. Acabaron sus gritos y se expandió un gran manto de silencio que me envolvió en la incertidumbre y el miedo al precio que debía pagar por mis malos comportamientos. Mi esposa se marchó, se alejó de mí con aquellos pasos que seguían su camino en la cautela de todos sus temores y yo me quedé solo, vacío y más enmudecido que nunca.
Aquel hombre no la siguió pero aun si la hubiera seguido ¿Qué hubiese podido hacer yo para impedir tal cosa? Me sentía como un perfecto inútil, uno que aún poseía fugaces delirios de volver a ser un día lo que alguna vez fui.
Todo lo intenté por ella y por mi hija. Intenté ser fuerte ante los ojos de ambas pese a que mis fuerzas yacían desplomadas en el suelo e intenté mil veces ponerme de pie soñando caminar junto a ellas un día. En mi vida no movía un solo dedo, no parpadeaba y no respiraba sin pensar en mí Agatha. ¿Qué sentido tendría continuar si no las tenía conmigo? ¿Cómo pudo pensar mi Agatha que yo las había abandonado?
— Ya oíste a tu esposa, por lo tanto no necesitas que te explique cosas ¿Cierto? Aunque puedo hacerlo si eso te hará sentir mej…
— ¡Yok!
No quería oír explicaciones. No quería recordar siquiera la mínima cosa sobre todos los incidentes causados por aquel motivo.
— De todos modos te diré algo. No te quedes aquí lamentándote sin sentido mientras Agatha deba lidiar con tantas cosas. Apresúrate en reordenar los desastres de tu cabeza y no la dejes sola por mucho tiempo porque si lo haces, esta vez yo no perderé mi oportunidad. Espero que lo tengas muy en cuenta —Advirtió antes de marcharse—
Ya poseía yo mis sospechas de que aquel hombre no se había aparecido en vano en el camino de mí Agatha. Estaría al asecho constante y las circunstancias jugarían a su favor de algún modo al ser este, hermano de la Dra. Loan y al estar al tanto de la actual posición en la que me colocó mi esposa por causa de mí grandísimo y estúpido comportamiento.