Hacía un día muy agradable en Pimlico, perfecto para celebrar una boda al aire libre y para que mi mejor amigo cometiera un hecho realmente histórico en sus registros de vida. El hombre intentó ponerse reacio a desparramar sus emociones, pero no lo logró por mucho tiempo pues acabó comprendiendo que había llegado el momento de ser feliz y es que junto a una mujer realmente maravillosa como la doctora Stephanie Loan era imposible.
Durante toda la celebración yo intenté no soltar a mi esposa quien era constantemente asaltada por la mirada de aquel sujeto, Nathan Mathis. La tenía sujetada de sus manos, que yacían apoyadas a mis hombros de tanto en tanto.
— ¡Se ven hermosos! ¿Cierto, Oğuzhan?
— ¡Evet! (Si)
Ojalá mi Agatha y yo hubiésemos tenido una boda tan bonita como esa y celebrarla en nuestra residencia de Bebek, un maravilloso día de primavera como este —pensé—
— Y nuestra Hatice ahí luciéndose entre los novios— Ya tengo grandes sospechas de que será una estrella igual que su padre —prosiguió dándome un beso en la mejilla—
También yo sospechaba algo parecido. Nuestra hija adoraba todo ese bullicio y exceso de atención hacia ella. Era extrovertida, sonriente y se daba en alegría a todas las personas que la rodeaban.
Hatice se veía tan feliz y encantadora que me habré pasado buena parte de todo el evento, tomándole fotografías o grabándola con el teléfono móvil.
Cuando acabó la ceremonia y los novios ya se encontraban oficialmente casados, se dio inicio a la recepción y celebración de la fiesta, entonces Agatha y yo fuimos los primeros en ir a felicitarlos antes de que los demás invitados se anticiparan y se volviera todo un poco más complicado.
Los padres de mi amigo Baymaz, Demet y Kenan, desde luego habían venido para la boda de su hijo y se acomodaron junto a nosotros en nuestra mesa. A ellos no los había visto desde hacía unos cuantos años y me dio mucho gusto que nos acompañaran aquel día.
— ¿También eres inglesa? —le preguntó Demet a mí esposa—
— No… Soy Neerlandesa —contestó—
— Oğuzhan, tienes una esposa muy bonita y una hija encantadora —prosiguió Demet—
Por supuesto que lo tengo y me siento realmente orgulloso y afortunado —me dije a mí mismo sonriendo—
— ¿No tienen pensado volver a Turquía? —preguntó repentinamente el señor Kenan, pero aunque hubiese podido contestar aquello, yo no contaba con la respuesta—
— Claro que volveremos, y cuando eso suceda, mi Oğuzhan lo hará con sus propios pies.
No me esperaba aquella respuesta por parte de mi Agatha por más de que yo soñaba día y noche con volver a Turquía y libre de esta silla de ruedas, con la fortaleza irrompible que me permitiera por siempre cuidar de mi familia.
— Falta muy poco para que eso suceda —dijo muy convencida y sonriente—
— Lo lograrás hijo. Tanrı'nın yardımı ve lütfu ile! (con la ayuda y la gracia de Dios)
— ¡İnşallah! (¡Si Dios quiere!)
Oír todo aquello repentinamente había enaltecido mis ánimos pues no hallaba algo más satisfactorio que saber de mi propia esposa que en algún momento volveríamos a Turquía. Ella confiaba en mí, en que yo lograría ponerme de pie, y de ese modo me otorgaría el premio más anhelado de volver con ella y con mi hija a nuestro verdadero hogar.
Tomé nuevamente su mano y observé a Hatice quien se encontraba hacia uno de los accesos de llegada. Allí junto a otros niños, jugaba con el globo blanco que le había dado su tío Baymaz. En uno de esos instantes mientras jugaba, se había puesto ella sola en medio de la pista para recoger las serpentinas de colores que yacían esparcidas en el suelo.
Farah la vigilaba constantemente, si bien no había nada que pudiera apeligrar, no obstante se oyeron los repentinos ronquidos de una motocicleta. ¡Y no cualquier motocicleta! Era una de esas muy llamativas, conducidas por los denominados Harleyers, que se había metido a una velocidad irracional y acabó dando un par de giros alrededor de mi hija.
Del susto, mi corazón habrá dejado de latir por incontables segundos mientras que Farah y mi esposa se pusieron de pie, alarmadas.
— Ve a traerla, Farah —ordenó Agatha de inmediato—
Farah corrió para ir por la niña.
El conductor de aquella Harley descendió y tomó a mi hija entre sus brazos, quien parecía no haberse asustado en lo más mínimo. A ella le llamó la atención el casco, y el sujeto no perdió ocasión en quitarse para dárselo a Hatice.
Aquel hombre pudo ser cualquiera. Hasta el mismísimo demonio en persona y no me hubiese ardido tanto la sangre del modo en que me ardió al ver de quien se trataba.
— ¡Loan, lamento mucho el retraso! ¡Te deseo mucha felicidad en tu nueva vida! También a ti. Te ganaste a una mujer invaluable —dijo saludando a los novios—
— ¡Gracias! —dijo Baymaz—
— ¡Valoro mucho tus buenos deseos, Edward! No tanto el hecho de que hayas ingresado de esa manera. La niña pudo haberse asustado.
— No había razón para que se asustara. Además, creo que le gustó mi motocicleta y le gusta mi casco. ¿Cierto, pequeña?
— ¡Evet! (Si)
— ¿De dónde salió esta niña tan bonita?
Ya no toleraba seguir viendo a mi hija en los brazos de aquel hombre. Lo único que deseaba era que Farah tomara a la niña y la trajera hasta mí de inmediato, pero desafortunadamente eso no sucedió.
— ¿Señor, me permite? —irrumpió Farah pidiendo por la niña—
La pequeña se negaba en venir con Farah mientras yo comenzaba a sentir que toda mi calma se desmoronaba sobre mí inevitablemente.
— Mi amor, por favor no te pongas nervioso por esto ¿De acuerdo? Iré yo por la niña.
De ninguna manera dejaré que te acerques a ese hombre, Agatha. ¿Por qué no puedo decir las cosas que tengo atascada en la garganta? ¿Por qué no puedo ser yo mismo quién vaya a traer a mi hija de los brazos de aquel hombre? ¿Hasta cuándo el destino me hará pasar por tanta impotencia? —le cuestioné a la vida por aquella repentina desdicha—
Sujeté del brazo a mi esposa, negándome rotundamente a qué fuera hasta allá y le supliqué a mi amigo que por favor trajera a mi hija.
— Sakın ol kardeşim! (Tranquilo amigo mío) —me susurró— Recuerda que tú tienes el control de ti mismo por lo tanto de ti dependes que estés bien. Por favor no vayas a desplomarte de los nervios y la ira por nada porque no te hará bien.
Mi terapeuta del control de la ira me había dicho que en algún momento experimentaría los resultados de mis terapias y sabría finalmente si todas esas horas de consultas valieron realmente la pena. ¡Bien! Pues ese era el momento perfecto para superar el control de mi ira o echarlo todo por la borda.
Puedo controlarme, claro que puedo hacerlo —me repetí una y otra vez intentando que funcionara— ¿Acaso ese hombre lo está haciendo apropósito? ¿Por qué no suelta ya a mi hija?
— ¡Mi hermosa! Es hora de ir con mami.
— ¡Vamos Hatice!