Mi vida no tiene nada de interesante por contar, no he conocido a ningún vampiro u hombre lobo que cambie mi perspectiva y me haga amar a los unicornios.
En cambio, conocí a alguien peor, que logró dar un giro de 180° a mi monótona, aburrida y bastante patética vida, un joven asesino.
Aunque de asesino no tuviera ni tres cuartos.
¡Ojo! No estoy agradecida ni nada por el estilo, podría decirse que me irrita hasta cierto grado. Y en parte, el estar metida en todo este lío fue a causa de mis propias decisiones. Acciones que ingenuamente tomé.
Y es que, existen dos tipos de personas. Aquellas que al encontrar un papelucho de dudosa procedencia con un mensaje inentendible lo devuelven al lugar donde lo encontraron y otras que se empeñan en buscar su significado.
Aquellas que pasan el fin de semana viendo Netflix, y otras que pasan sus días obsesionándose con la punta de un iceberg bastante aterrador, sin sospechar en qué remolino están metiendo sus narices.
Aquellas que al descubrir una conspiración de matones a sueldo deciden enterrar la cabeza en el lugar más aislado del mundo y no asomarla sobre la faz nunca más, y otras, que deciden hacerse los detectives valientes e indagar más en el asunto.
Aquellas que pasan sus días de preparatoria haciendo amigos y planeando su futuro, y otros que se ven envueltos en una odisea con un asesino y su impertinente genio.
—Y su guapura, claro.
—¡Fuera de mi narración, asesino!
—Volveré.
Por favor, que alguien se lo impida.
Como decía, la curiosidad mató al gato, y la satisfacción que se llevó no fue lo suficientemente poderosa para traerlo devuelta a la vida.
Mi vida no tiene nada interesante por contar, a menos que disfrutes del peligro vertiginoso, la ley de la atracción y una combinación exquisita de humor satírico y sarcasmo.
En ese caso, todo comenzó el primer día de mi último año de preparatoria. Pónganse cómodos.