¡déjame en paz! ¡asesino!

Un príncipe poco encantador

Demond

—¿Qué hay guapo? ¿A dónde vas?

Preguntó la rubia platino que conducía el vibrante descapotable rojo. ¿Acaso Los Ángeles estaba lleno de clichés?

Les gusta el cliché por lo que veo, entonces prestén suma atención al siguiente.

Me acerqué lentamente y me recosté del capó, cruzándome de brazos y recorriendo el pronunciado escote de su fina camisa. Si tenía suerte podría pedirle un aventón.

—Casualmente, me dirijo a la fiesta que queda a unos kilómetros, pero me he quedado varado y la ayuda llegará en media hora —miré mi reloj de muñeca, dándole un toque dramático al asunto.

La chica pegó un saltito y se mordió el labio inferior. Me miró emocionada y luego se giró hacia sus amigos, algunos no estaban muy felices que digamos por el hecho de que yo fuera con ellos. Sonreí con superioridad y alcé el mentón, señal de egocentrismo absoluto. Uno de los chicos me miró con los ojos entrecerrados, frunciendo pronunciadamente el ceño.

—¿Que no estás muy mayorcito para este tipo de fiestas, camarada? —preguntó con socarronería, recibiendo un codazo por parte de la rubia a su lado, que lo fulminó con la mirada.

—¡Cállate Leeland! Hay suficiente espacio para uno más, claro. Vienes solo ¿no? —preguntó repentinamente insegura la chica.

Asentí y volví a sonreír de forma encantadora, esa forma que hace que las chicas tiemblen de arriba a abajo y queden embobadas a mis pies. Puede sonar narcisista, puede que lo sea un poco, pero es parte de mi trabajo. Tener a todas las damas en la palma de mi mano, es un arte, un arte que aprendí desde pequeño.

 —¿Me esperan un segundo? —pregunté.

—Claro, con gusto, bello —dijo la rubia mirándome de arriba a abajo.

Solté una corta risa y caminé hacia mi auto, bajé a Hades y lo dejé junto al coche. 

—Quédate aquí —le ordené susurrando, recibiendo un maullido en respuesta, gato inteligente.

Me levanté y volví al descapotable. El tipo del asiento del copiloto se había tenido que mover hacia atrás, dándome el asiento a mí. Volví a sonreír con superioridad mientras cerraba la puerta a mi espalda.

La rubia sonrió y se puso en marcha.

Me sorprendía lo fácil que era conseguir cualquier cosa con una sonrisa de lado y un rostro atractivo. ¡Puf! Aburrido...

Miré hacia el frente, la calle estaba a reventar de autos, no había estacionamiento alguno, así que tuvimos que hacernos de último. Los chicos de atrás se bajaron apenas la rubia apagó el motor, ella se inclinó un poco hacia mi lado pero yo tenía otros planes, salí casi a la carrera y cerré la puerta.

—Gracias por el bote eh...

No me había dicho su nombre, aunque no podía importarme menos las normas de cortesía dictaban que debía agradecerle. Era un asesino, pero también un caballero. A veces.

—Chloe. No hay de que, aunque no me molestaría que tomarás algo conmigo —dijo saliendo del auto y rodeándolo para situarse a mi lado.

Abrí los ojos como platos, al parecer estos niños podían beber alcohol antes de cumplir la mayoría de edad, sabía que no estaba invitándome un cóctel de frutas. Meneé la cabeza en respuesta, un tanto exasperado. No quería sonar borde pero tenía prisa en encontrar la evidencia y salir de aquel lugar.

—Claro, con gusto. Te alcanzo luego, tengo que hacer algo antes.

Paseé la mirada por todo el lugar en busca de la carroza fúnebre entre tantos autos, la localicé de inmediato. Suspiré aliviado y crucé los dedos mentalmente para que hubieran dejado el auto sin seguro, así sería mucho más sencillo tomar la evidencia y largarme de una vez por todas.

Volví mi vista hasta la rubia que tenía al frente, que me miraba con una ceja levantada, frunciendo levemente los labios. Parecía molesta

¿Y eso? ¿Le habrá picado algo?

Se cruzó de brazos y pasó su peso de un pie a otro, me miraba como diciendo “¿es en serio, amigo?”

—¿Buscas a alguien en especial?

— Ehhhhh... A nadie en específico —la volví a mirar, no parecía muy contenta con mi respuesta —¿Qué tal si entramos?

La chica sonrió un poco más aliviada, me tomó del brazo y me jaló hasta la mansión que vibraba al son de la atronadora música, fruncí el ceño y pasé mi mano libre por la frente, masajeándome las sienes.

Solo entrar y salir. Solo entrar y salir.

Me dejé guiar por –¿Zoe? ¿Bloe? sí creo que era Bloe– dentro de la casa, pasamos por un tumulto de gente que bailaba, brincaba y gritaba. Pude ver como se divertían, jamás me había parado a pensar en la diversión, desde el asesinato de mi madre me había empeñado en crecer y hacerme lo suficientemente fuerte para vengar su muerte. 

Y lo había logrado hasta cierto punto. Digo, no cualquiera asesina a una horda de mercenarios completamente desarmado. Pero esa es otra historia completamente diferente.

Cuando llegó el momento no hubo remordimiento alguno, solo sed de sangre y venganza, tan solo tenía 17 pero para ese entonces guardaba más resentimiento del que una personal normal, común y corriente puede llegar a sentir en toda su vida. Y solo pasó, tome la decisión más importante de mi vida y... No me arrepiento en lo absoluto.

—Vamos por unos tragos —dijo la chica colgada a mi brazo derecho.

Asentí, buscando la salida. Al localizarla sonreí para mis adentros y tomé a la chica por los hombros.

—Zoe...

—Chloe —me corrigió evidentemente irritada.

—Chloe. Qué tal si buscas los tragos y yo te espero aquí.

Sonrió alegre, dando palmaditas como una cría.

—¡De inmediato, guapo! 

Me dio un toquecito en la punta de mi nariz y tuve que aguantar el impulso de alejarme de inmediato. Se fue contoneando las caderas, como toda chica en busca de atención del sexo opuesto, y salí prácticamente huyendo de allí.

El aire cálido de Septiembre chocó contra mi cuerpo al salir, inhalé hondo y caminé hasta donde recordaba estaba la carroza. Si tenía suerte la puerta estaría sin seguro, tomaría la evidencia y me iría.



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En el texto hay: risas, amorodio, complicidad

Editado: 26.04.2023

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