¡déjame en paz! ¡asesino!

Duele recordar

Demond

Mi gato.

¡Mi puñetero gato!

Ese par de locas se habían robado a Hades, en frente de mis narices ¿y qué hice yo? Nada. Absolutamente nada. ¿Porqué? buena pregunta, pero no tengo respuesta para ella. 

En cualquier momento perdería la cabeza, tenía que pensar con mente fría antes de cometer cualquier error del que posiblemente me arrepentiría. Debía seguir con el protocolo asesino incógnito. (Sí, teníamos un protocolo para asesinos de incógnito, también había uno para sicarios élite y de rango S).

¡A la mierda con el protocolo! ¡Recuperaré a mi gato!

¿Saben cuál es el límite de mi paciencia? hasta la coronilla.

¿y saben por donde iba?

Estaba sobrepasando mi coronilla por dos metros, era el colmo de los colmos.

¡Sin exagerar! Es que ¡esas niñas habían conseguido arruinarlo todo! ¡y sin tener la menor idea de lo que pasaba prácticamente delante de sus ojos! No es que aquel hecho me molestara, eran demasiado ilusas. Tan ingenuas que ni siquiera habían sospechado de la dirección cuando la hallaron.

Palidecí al ver que la pelirroja esa la tenía entre sus manos y la leía detenidamente, pero simplemente se encogió de hombros y siguió ayudando a su amiga a remolcar el cuerpo de Mila. Eran tenaces, valientes y sin una pizca de vacilación, si tuviera su edad, sin ninguno de mis entrenamientos previos, hubiera salido despavorido al ver un maldito cadáver.

¡Pero ellas no! ¡ni siquiera lo pensaron dos veces para recoger un cuerpo en medio de la madrugada! O esas chicas tenían nervios de acero, o estaban locas... Aunque eso ya era un hecho comprobado.

¡Uf! realmente estaba agotado tanto física como mentalmente, tal vez un poco más mentalmente. Aquello tenía que acabar de una jodida vez.

Esperé a que apagaran todas las luces, aguardé unos 15 minutos más, solo para estar seguros. Rodeé la casa y me topé con un gigantesco manzano, sus ramas llegaban hasta, donde yo sabía era la habitación de Nicole. Podría empezar por allí y tomar el papel con la dirección. Por lo que vi en la carretera, la doblecara lo había guardado en su bolsillo. Volcaría patas arriba toda la habitación si era preciso, encontraría de una vez por todas el condenado papel que no había hecho más que traerme problema tras problemas hasta el momento.

Comencé a trepar por los peldaños adheridos al manzano, que conducían a una vieja casa de juegos, si reptaba con cuidado por las ramas podría llegar hasta el balcón del dormitorio sin rasguño alguno. 

La casa del árbol constaba de un pequeño cubículo cuadrado, tenía unas pequeñas aperturas que simulaban ser unas ventanas improvisadas. Estas me daban una excelente posición estratégica, donde podía ver directamente al balcón sin ser visto por nadie.

Con el tiempo había aprendido a pasar completamente inadvertido, casi invisible ante la mirada de todos. Se me hacia muy sencillo encontrar lugares clave para ocultar mi paradero sin dejar de tener una completa y clara visión sobre el objetivo, mis ojos siempre estaban en todos lados.

Me acomodé bocabajo contra los tablones de mi pequeña guarida, comencé a deslizarme contra esta. Estaba a punto de llegar a las ramas, cuando de la nada, se abrieron las puertas del balcón de par en par, dejando pasar a –lo que a mi respectaba era– una aparición.

Una pequeña pelirroja, Gabby, en ese preciso instante olvidé hasta mi propio nombre. Parecía un delicado ángel rosa, con ese pijama rosado y su largo cabello rojo ondulado cayéndole como cascada por su espalda hasta terminar con grandes y definidos rizos en su cintura. En el momento preciso las nubes se apartaron de la luna, que iluminó de forma majestuosa su rostro. Haciendo brillar sus cristalinos ojos. Caminó con donaire por todo el balcón, sus descalzos pies hacían un sonido suave y seco contra las baldosas del recinto, no podía apartar la vista de su persona. Era tan sutil, sublime, estaba cautivo, y aunque en ese momento no lo admitiría me gustó esa sensación tan cálida en mi pecho.

¡Despierta! ¡Despierta! ¡RCP! ¡Es una urgencia!

El pitido de mi móvil me hizo salir de aquel estado de hipnosis en el que me tenía cautivo con su exótica manera de ser. Gruñí para mis adentros al leer el mensaje de mi padre, donde me notificaba de su desespero y duda acerca de la misión, pero por muy molesto que estuviera sabía que prácticamente le había garantizado tener la evidencia, sin siquiera saber en el remolino que me estaba metiendo. En aquel entonces no dudaba tanto de conseguirlo como en ese momento.

Suspiré pesadamente y alcé la vista topándome nuevamente con la chica que rompía todos mis estándares, tan extraña y tan aterradoramente inocente. Se detuvo casi al frente mío, estábamos prácticamente cara a cara, pero ella no podía verme. Ni escucharme por lo visto, llevaba puesto unos pequeños audífonos que le impedían percibir cualquier sonido. También tenía un papelucho, al que identifiqué de inmediato como la evidencia que tanto necesitaba.

Solo un poco...

Podía simplemente alargar el brazo y arrancárselo de sus manos, pero no lo hice. Como había mencionado antes, mi forma de proceder en un encargo no era precisamente esa, yo era silencioso, rápido y astuto, así que esperé.

Astuto... O eso creía yo, hasta que me topé con este obstáculo pelirrojo que aparentemente no podía mantener la mente quieta y su nariz fuera de los asuntos ajenos. Sin mencionar que tenía..., algo, que no permitía que mis ojos dejarán de seguirla.

Ella miró al cielo, como preguntándole algo a este, como si estuviera hablando a través de su mirada.  Sacó del bolsillo de su camisón un bolígrafo y comenzó a garabatear algo en la parte de atrás de este, fruncí el ceño y estuve tentado a tomar la evidencia de una vez por todas, pero escuchar su voz me descolocó por completo.

Confundiéndome, haciéndome retroceder en el tiempo. Proyectando un millón de recuerdos y momentos ocultos de mi pasado. Ingresé a un lugar al que desconocía por completo.



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En el texto hay: risas, amorodio, complicidad

Editado: 26.04.2023

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