¡déjame en paz! ¡asesino!

esto no va a funcionar...

Gabby

Mientras dejaba que el agua de la regadera corriera por mi espalda, repasé mis opciones.

Podía tomar un taxi.

El bus pasaba cerca de allí.

Podía pedir un aventón o algo...

Pero de ninguna manera me subiría en Wanda, seguramente cobraría mente propia y se vengaría por todas mis burlas hacia ella, haciéndome estrellar o chocar contra algo, probablemente muriendo en el acto. Me enrollé en la toalla y comencé a secarme las piernas, en ese instante caí en cuenta que, había olvidado mi uniforme en la residencia de salvavidas.

¡Padre santo! ¿Y ahora?

Salí a la carrera aún enroscada en la toalla y con el cabello goteando agua, Nikki me miró como si estuviera demente.

—¿Y a ti qué bicho te picó? Cuidado, se te cae la toalla.

La muy graciosa me miraba desde la comodidad de su inmensa cama, como si yo no estuviera a punto de arrancarme los pelos, la miré con desespero y sin mediar palabra entré a su armario, a ver si por alguna extraña razón no habría dejado olvidado un uniforme la última vez que fui a su casa. 

—¡Ay maldición! —la última vez que me había quedado a dormir en casa de Nikki había sido en segundo año. Tanto repelús me daba aquella casa que casi siempre ella era la que se venía a mi casa.

—¡Qué está pasando por allí! ¡¿Te dio un ataque por la moda o algo?! —gritó Nikki desde su cama.

Pasé gancho por gancho, en busca de algún uniforme olvidado, aunque ya había perdido toda esperanza. Estaba tan absorta en mis pensamientos que no vi cuando Nicole entró, no fue hasta que tocó mi hombro y pegué un bote hacia atrás, dejando caer unos cuantos ganchos, que me percaté de su evidente presencia.  

—¡Seré idiota, Nikki! olvidé mi uniforme en la residencia. —pasé mis manos por mi cabello húmedo.

Hummm... Pero puedes buscarlo en la moto de Logan. —comentó como si fuera lo más obvio. Ciertamente, no sabía actuar bajo presión en lo absoluto.

—¡Sí!

Luego me cayó el balde de agua fría con todo e hielo incluído.

—¡Arsh! no, no puedo. No tengo tiempo, ni gasolina suficiente. —sacudí las manos, queriendo apartar esa sensación de pánico, desprendiendo par de gotas de agua sobre la cara de Nikki.

Nunca había sido una estudiante estrella en la escuela, pero tampoco una vaga floja que le daba igual faltar a clases. Además que estaba empezando a soportar un poco el hecho de mi inesperada popularidad de salvavidas.

—Bueno. Puedo prestarte uno de mis uniformes...

—No, claro que no Nikki. Eres mucho más alta y delgada que yo, no me quedará para nada. —la interrumpí, haciendo notar mi inmenso nerviosismo, sacudiéndo nuevamente el agua que aún chorreaba por mis brazos.

—¡Jo! ¡pero no me interrumpas! —me callé de inmediato—, digo que puedes usar uno de mis uniformes de años anteriores, recuerda que antes no había pegado el estirón, así que posiblemente te quede, un poco ancho tal vez, pero de largo perfecto.

No lo pensé ni dos veces, asentí frenéticamente. Nikki subió una pequeña escalerilla que daba a un montón de cajetas rosas y celestes, bajó una de ellas y sacó el uniforme completo, sonrió y lo balanceó frente a mis ojos. 

—¡Ja! Parece que ya no tines resaca ¿eh? —me crucé de brazos mirándola con gesto divertido.

—Te sorprenderías al ver lo rápido y efectivo que actúa el ibuprofeno —se levantó y me tendió el uniforme. 

A simple vista, era demasiado corto, pero ni modo. A caballo regalado no se le mira diente.

<< o >>


—Nikki, esto no va a funcionar. No pienso hacerlo. 

Ya había escuchado eso antes... ¡Oh sí! Cuando me negué de lleno a conducir en moto. Pero entonces...

Estábamos probando como quedaría el uniforme conmigo montada en la motocicleta de Logan. ¡Ah ah! de ninguna manera, no podía. Me quedaba sumamente ajustado, la falda me llegaba más arriba de la mitad del muslo, si en algún momento se me caía algo mejor ni se me ocurriera siquiera intentar levantarlo, si no quería que se viera toda América, al parecer mi cuerpo había cambiado demasiado desde tercer año.

Pasó esto...

—¡Gabrielle! ¡te ves tan sexy! vas a tumbar a todos los tipos del instituto.

¡Eso no me ayuda! ¡No hagas que me arrepienta!

Muy tarde, quiero morir.

Veinte minutos. Faltaban únicamente veinte minutos para que empezaran las clases. Suspiré pesadamente. Ya no había vuelta atrás, o enfrentaba la realidad –por muy tétrica que pareciera– o me quedaba en casa. 

Por muy tentador que sonara, no podía. Me había hecho una promesa personal, y pensaba cumplirla. Pensaba cumplirla... P-Pensaba c-cumplirla.

—¡Nikki! ¡si vuelves a decir la palabra sexy, sensual, atractiva o provocativa, juro que te lanzaré al gato en toda la cara! 

—¡Vale, vale! y hablando de gato. —se agachó y tomó la pequeña jaula que había conseguido y en donde había metido a Kat—. Llévate a este fulano al instituto.

—¿Estás loca? ¿pensé que preguntaríamos a las personas cuando volviera del instituto?

—Puedes preguntar por allí si alguien perdió a su gato, negro y con ojos aterradores que te asechan como si fueras su siguiente presa. —miró de reojo a la jaula, donde una mota negra se movía de lado a lado. 

¿Qué había pasado entre esos dos?

—¡No se permiten gatos en el instituto! —exclamé con cansancio, mientras intentaba patéticamente bajar la jaula con el gato de la moto.

—Es por eso que lo llevarás tapado con esta tela —extendió una fina tela negra sobre la jaula, haciéndola parecer como una simple cajeta.

Me froté las sienes con los dedos, el año había empezado tan bien... ¿y ahora tenía que llevar a un gato al instituto? ¿Cuándo aquello había cambiado tan radicalmente?

¿Cuándo nos habíamos vuelto tan desquiciadas?



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En el texto hay: risas, amorodio, complicidad

Editado: 26.04.2023

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