Dejarlo todo

CAPÍTULO 6

La mañana se filtraba suavemente a través de las cortinas entreabiertas, pintando de dorados los rincones de la habitación de Alex. Me desperté tarde, disfrutando del calor reconfortante de su cuerpo junto al mío. El suave ritmo de su respiración era como una melodía que me envolvía, haciéndome desear que ese momento nunca terminara.

Con cuidado, me separé de su abrazo, deslizándome fuera de la cama con la delicadeza de quien no quiere interrumpir un sueño profundo. Me quedé un instante observándolo, maravillada por la tranquilidad de su rostro, con su cabello desordenado cayendo sobre su frente. Su expresión serena me transmitía una paz inexplicable.

Decidí dejarlo descansar un poco más y me dirigí en silencio hacia la cocina. Al poner un pie fuera de la habitación, el aroma del café recién hecho me envolvió como un abrazo cálido. La cocina estaba iluminada por la luz de la mañana, y me sentí agradecida por ese pequeño oasis de calma en medio del bullicio cotidiano.

Con tranquilidad, preparé el desayuno. Disfrutaba de cada paso, dejándome envolver por los aromas y sabores que me reconfortaban. Hice café siguiendo la receta que mi madre me enseñó, y luego me puse a preparar mis famosos panqueques. La masa se deslizaba suavemente por la sartén caliente, tomando esa textura dorada y crujiente que tanto me gustaba.

Estaba concentrada en la cocina cuando sentí un roce en mi cintura y una respiración cálida en mi cuello. Un escalofrío recorrió mi espalda y me giré lentamente para encontrarme con Alex, que se había acercado sigilosamente, con una sonrisa pícara en los labios.

-Buenos días - murmuró, su aliento acariciando mi piel.

-Buenos días -respondí, mi voz casi un susurro ante su proximidad.

Sus manos encontraron las mías, entrelazándose con una familiaridad que me sorprendió. Me sentí abrumada por la intensidad de sus ojos, como si allí se escondiera un universo entero de emociones no dichas. En ese momento, éramos solo nosotros dos, compartiendo un instante de complicidad en medio del silencio de la mañana.

-No sabía que fueras una experta en la cocina -comentó, rompiendo el hechizo con una sonrisa encantadora.

-Hay muchas cosas que no sabes sobre mí -respondí, devolviéndole la sonrisa tímidamente.

Nos quedamos ahí, perdidos el uno en el otro, como si el tiempo se hubiera detenido. Era un momento simple pero lleno de promesas y posibilidades. En ese instante, nada más importaba excepto la conexión entre nosotros, tan palpable que casi se podía tocar.

Había una comodidad entre nosotros, una sensación de familiaridad que me reconfortaba de una manera que no sabía cómo expresar. Era como si nos conociéramos desde siempre, como si estuviéramos destinados a encontrarnos en ese preciso momento. Nunca antes se había acercado de esa manera a mí, y me sorprendió, pero decidí continuar con lo que estaba haciendo.

Parece que notó mi incomodidad, porque me soltó rápidamente y se sentó detrás de la barra.

-Disculpa si te incomodé, no era mi intención.

-No te preocupes, solo me resulta extraño que te hayas acercado así -le dije mientras colocaba los panqueques en un plato.

-Lo sé, lo siento. Fue solo un impulso.

Decidí no alargar la conversación y seguí con lo mío, dejándole el plato con los panqueques y un café.

-Prueba -le dije, ni yo misma confiaba en lo que había hecho, así que estaba esperando ver su reacción.

Al probar el primer bocado, vi que cerró los ojos, y me contuve de reírme. Siguió comiendo, sin decir nada. Yo solo lo observaba, sorprendida.

-¿Están buenos, verdad? -le dije con sarcasmo.

-Sí, están buenísimos -me dijo con la boca llena.

-Ya puedes tirarlos a la basura -le miré con cara de confusión- sabes que están horribles.

-No, no. Me los comeré -respondió, y vi cómo seguía comiéndolos. Me dio curiosidad, tal vez no estaban tan mal.

Probé un bocado y casi vomito. Estaban salados, pero no recordaba haberles echado sal.

-¿Cómo puedes comer eso? -le pregunté, después de enjuagarme la boca.

-Los hiciste para mí, haré un esfuerzo -respondió, con una sonrisa que me hizo sentir una mezcla de ternura y asombro. Nunca antes alguien había comido algo que yo preparara, porque todos sabían que no soy buena cocinera.

Aunque mis intentos en la cocina no fueran precisamente un éxito, el gesto de Alex de comer mis panqueques, a pesar de lo salados que estaban, me conmovió profundamente. Era un detalle pequeño, pero significativo, una muestra de su bondad que me hizo apreciarlo aún más.

Después del desayuno, nos sentamos juntos en la mesa, compartiendo anécdotas y risas mientras disfrutábamos del café. Había una sensación de complicidad, como si nuestros corazones latieran al unísono en medio de la calma de la mañana.

-¿Sabes? -comencé, rompiendo el silencio cómodo que nos envolvía-. Nunca pensé que alguien como tú se molestaría en probar mi cocina desastrosa.

Él me miró con una sonrisa cálida, sus ojos brillando con una ternura que me dejó sin palabras.

-Bueno, creo que siempre hay una primera vez para todo, ¿no? -respondió, su voz suave como un susurro.

Decidí dejar de preocuparme por mis habilidades culinarias y disfrutar de ese momento con Alex. La forma en que aceptó mis panqueques, a pesar de todo, me hizo sentir más segura de mí misma. Y en ese instante, me di cuenta de lo afortunada que era de tenerlo en mi vida. No solo por su apoyo, sino por la forma en que me hacía sentir: como si cada instante compartido fuera un regalo que atesoraría para siempre. Era más que un amigo, más que un compañero de estudios; era alguien con quien podía ser yo misma, sin miedo a ser juzgada.




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