Era un día ordinario de mayo y la tierra iniciaba un romance con las tenues gotas de agua que se deslizaban coquetamente por los cristales del autobús. Ella observaba como el maíz asomaban tímidamente sus primeras hojas y los girasoles perecían sonreírle al sol. Allí lo miró por primera vez... sus ojos se subyugaron a los de él y por un momento se sintió contrariada, sin embargo las sonrisa de ambos anidaron el futuro romance.
Llegaron a su destino que coincidieron milagrosamente. Se bajaron del bus y caminaron por una brecha acompañados por la brisa que había engrosado al caer la tarde. La conversación se volvio menos hermética cuando una tenue sonrisa hizo que ambos se sintieran cómodos y atraídos entre sí. Ella abría sus grandes ojos coquetos y no dejaba de verlo, siempre que le iba a decir algo... a los pocos minutos, el nivel de confianza aumentó; hablaban y se reían, como si se conocieran de toda la vida, rieron tanto que se les olvidó que estaban empapados de agua y de repente, el tiempo se detuvo y quedaron absortos con sus ojos obligados a parpariar solo por la gotas de agua pero fijos el uno del otro. De súbito se besaron tan apasionadamente como si se hayan estado necesitando desde hacía mucho tiempo. Se despojaron de los helados abrigos e hicieronde aquella tarde un día inolvidable.
Esa pasión duró seis meses. Todos los días, a la misma hora, en el mismo lugar, se entregaban; en cuerpo, alma y espíritu.
Todo parecía interminable y ella añoraba vivir aferrada a sus brazos para siempre. Hasta que un día de improvisto el se retiró simultáneamente de ella y empezó a experimentar las mismas escenas con otra chica y se perdió en la penumbra del olvido, dejando un conjunto vacío en la que lo había amado desde que lo miro absorta en el bus, en un mes de mayo.
Ella lloró tanto, al enterarse que el chico a quien ella había amado por primera vez, era un aventurero de mil andanzas. Loró hasta que su alma se fué secando y de sus ojos que brillaban con ilusión, solo quedaba una ligera y solitaria luz.
Al transcurrir exactamente seis meses, aquel chicó osado, decidió regresar, sin embargo, ya estaban cerradas la puerta de aquel corazón herido. Lo amaba con locura; ya no podía vivir sin él, ni con él, por que las lágrimas del ayer, seguían hablándole a sus mejillas, como las gotas nostálgicas que acariciaban los cristales del autobús.