Del amanecer al ocaso (fanfic de Crepúsculo)

Primer (des)encuentro

Lunes por la mañana. Los cálidos rayos de sol, se colaban por la ventana de mi habitación, haciéndome entrecerrar los ojos... pronostiqué unos agradables 25°C y en ascenso para ese día... en mis sueños.

Me desperté con el molesto ruido de la lluvia a eso de la madrugada y de nuevo no pegué ojo. Genial. Iba a ser la chica nueva, esa, la cara de mapache. Buh. Me levanté con todo el ánimo de un día lunes de escuelita y me puse lo más abrigado que encontré en el armario. Antes obvio me bañé. Hay que dejar en claro esto, porque no quería verme y oler como mapache. O como otaku...

Con la tripa rugiéndome y dejando a mis espaldas la habitación echa un desastre, con ropa desparramada por aquí y por allá, me dirigí a la cocina. Sobre la encimera estaba mi móvil.

Lo agarré despreocupadamente, mientras pensaba en qué zamparme al desayuno. ¿Huevos revueltos o yogurt con cereal?

Ni lo uno, ni lo otro.

Santa virgen de la Papaya.

Tenía veinte llamadas perdidas de Willy y eso no era lo peor. Eran más de las diez de la mañana. Aghhh. ¿Ser o no ser más irresponsable? ¿Ir o quedarme en casa? Aghhh.

Ignorando mis ganas de desayunar, tomé las llaves del cacharro de encima de la mesita de centro y me fui a la escuelita. Total, llegar es llegar y con suerte alcanzaría a llegar a alguna clase.

Mi memoria es fotográfica... para las cosas sin importancia, por lo que obvio se me olvidó como llegar a la dichosa escuelita. De no ser por wazze ¿hubiera terminado en otra ciudad?

Uy, perdón, iba de camino a la escuelita y terminé en Los Ángeles. No era mala idea...

Para mi suerte, llegué en un receso, por lo que todos los estudiantes iban de un edificio a otro, cubriéndose de la lluvia.

Me limité a ponerme la capucha del polerón que le robé... digo, que tomé prestado indefinidamente a mi hermano sin su permiso y fui a lo que parecía el edificio principal... que no era.

Después de dar vueltas como una perdida me envalentoné y le hablé a una chica que tenía cara de buena gente.

Era alta, rubia y paliducha —muy paliducha—.

No fue hasta que la tuve encima que me di cuenta que estaba di-vi-na-mente vestida. Parecía modelo.

— ¿Podrías decirme dónde está la dirección? —Su cara de Victoria Secret, se contorsionó en una mueca de disgusto y confusión.

¿Lo había dicho mal? Maldición, no me falles Duolinguo.

Volví a preguntarle más despacio, cuidando de mi pronunciación y articulando las manos, de puro nerviosismo. Finalmente, la chica pareció entenderme —o reaccionar, porque parecía medio pasmada— y me indicó donde diablos quedaba la secretaría.

Le di las gracias y me fui corriendo feliz al dichoso edificio. Volteé para echarle un último vistazo y gritarle -nos vemos- de manera amistosa, cuando la vi con un tipo alto como un árbol y corpulento como un oso, mirándome ambos con extrañeza.

Solo les faltaba apuntarme con el dedo a los desgraciados. Cohibida corrí más rápido.

Mi paranoia empezaba a hacerme creer que ya no solo era un mapache, sino uno perdido y analfabeto.

Increíblemente, las secretarias me entendieron bastante bien, así que, o la rubia me estaba gastando una broma -de muy mal gusto- o tampoco era gringa.

Después de un par de reproches por quedarme dormida y miradas de desapruebo, me desearon un buen día, no sin antes darme un mapa y un par de papeles arrugados que tenía que entregar al final del día, como prueba de que había ido a todas mis clases.

Por Dios la desconfianza de esta gente.

Animada me fui a mi primera clase, —tercera del día en realidad—.

Trigonometría.

Mi ánimo decayó instantáneamente y se me hizo un nudo en la tripa. Seguí revisando el horario. Almuerzo. Gimnasia. Biología...

Bueno, no todo era tan malo.

Una tortuosa hora de aburrimiento y ¡comida! O eso esperaba...

— ¿Isabella Swan?

— No Julieta González.

— Ah González, lo tengo —rezongó el cuatro ojos de Trigonometría. Digo el señor Barney... o algo así.

— Bien, último asiento a la izquierda. Pero primero, una pequeña presentación ante la clase.

Ahhh, really nigga... digo, ¿es en serio? ¿Me estás jodiendo?

El hijo de su santa madre, nos hizo presentarnos a mí y a otra pobre incauta —Isabella supongo, la otra chica nueva— frente a toda la clase.

Ugh, si hubiera tenido mi death note a mano... ensimismada en las mil y una formas de morir más humillantes del universo, no me di cuenta de que era mi turno.

La pobre Isabella estaba roja como tomate y apenas terminó se fue a sentar, entre tropezones. Casi se va de cara y tuve que hacer un esfuerzo colosal por no reírme escandalosamente.

— Soy Julieta, tengo 17 años, me gusta cocinar, ver tutoriales de Yuya y espero seamos buenos amigos, cuiden bien de mi onegaii. —Y ahí murió mi vida en la preparatoria.

Me limité a decir mi nombre y a no ponerme roja.

Iba derechito a mi lugar cuando el torturador, preguntó el nombre de mi batallón. — No diré nada —dije como soldado fiel a mi patria. Entonces sin previo aviso me hizo cocowash con agua mineral... ok, eso nunca pasó, pero preguntó por mi antigua residencia, lo que me hizo ponerme colorada por alguna razón.

Después de esa embarazosa presentación, por fin pude sumergirme en mi asiento y hacer como que entendía algo. Para mi buena suerte, estaba entre una parlanchina y la chica nueva, —la otra nueva—. Y como ninguna de las tres entendía un carajo de trigonometría hicimos buenas migas, parloteando alegremente, mientras el profe dictaba la clase.

En clase de gimnasia se sumó una nueva chica. Andrea, Angélica, Ann... hablaba menos que Jeniffer... o... Jessenia, pero era más acertada y más amistosa. El profesor —un calvito, con cara de entrenador militar— nos hizo calentar veinte tortuosos minutos, entre trote y estiramiento, para luego, dejarnos practicar voleibol.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.