Del amanecer al ocaso (fanfic de Crepúsculo)

El capítulo más cursi: Remasterizado

Capítulo tuneado remasterizado y alargado para más placerrr

 

Abrí la boca, para cerrarla de manera abrupta.

¿Estaba confesando un crimen?

No.

De otra forma habría agregado algo más, como que su debilidad eran los calvitos que viven a las orillas de un río.

El rostro de Edward se había endurecido, hasta asimilarse a una máscara insondable.

Luego de un silencio innecesariamente largo e incómodo, cabreada me incorporé para encararlo.

— Por eso nadie quiere ser tu amigo. Los espantas. —Dije sin pensar. Lo cual tampoco es como que fuera la gran novedad, porque el 90% de lo que digo o hago es sin una previa meditación.

— Tal vez sea su instinto de supervivencia el que les advierte que se alejen.

— Bueno... Es tu decisión si quieres que todos se alejen de ti y te vean como a un fenómeno. —Me encogí de hombros y monitoreé su reacción.— Sin embargo, vas a tener que hacer un mejor esfuerzo para que yo salga corriendo. — Con pasos ligeros y apurados, acorté la distancia entre nosotros. — Si tu plan era asustarme, déjame decirte que es un rotundo fracaso. —Concluí entre murmullos.

Desvié la vista hasta sus brazos, que colgaban flojos a su costado, mientras yo ponía todo mi esfuerzo en cesar el temblor de mis manos.

Aguantando la respiración, extendí los dedos para tocar su torso, temerosa de su rechazo.

Edward entrecerró los ojos y pausó la respiración hasta hacerla imperceptible. Su piel fría y suave se sentía dura bajo la yema de mis dedos.

Estaba ascendiendo por su brazo, con la clara intención de llegar a su rostro cuando me detuve.

¿Qué estaba haciendo?

Retrocedí todo lo que pude en aquel lugar lúgubre y estrecho y me di un cabezazo contra una roca.

— ¡Mierda! —musité mandando el encanto al demonio.

Edward, abrió los ojos de golpe y esbozó una sonrisa siniestra.

— Mi voz, mi cara, incluso mi olor, están hechos para atraer humanos. —Siseo, acortando la distancia entre nosotros.

Sus labios carmesíes estaban a centímetros de los míos y su aliento frío me cosquilleaba la cara, aturdiéndome con su dulce esencia. Me encogí de hombros, aguantando la respiración y las ganas de callarlo y probar su suave boca.

— Pues te topaste con el humano más pendejo y superficial, parece...

Frunció el ceño y se alejó. Dándome la espalda, en medio del prado, alzó el rostro, bañándose de la luz que destellaba en sus facciones de granito.

Di un jadeo y me llevé una mano al pecho. Cuidando de no caerme, lo seguí hasta que estuvimos frente a frente.

— Soy el depredador más letal del planeta.

Ay, a mí se me hace que te estás dando color...

Rio con amargura y corrió veloz, hasta el otro extremo del prado. Con una mano arrancó una rama de proporciones, de un viejo árbol nativo cuyo nombre no sabía y la estrelló contra otro árbol colosal, a varios metros de distancia. A pesar de ello, el sonido fue penetrante y ensordecedor.

Abrí la boca y me quedé fría en mi sitio. Tremenda red flag. ¿Lo que para otros chicos era golpear paredes, para un vampiro era estrellar árboles?

Rápidamente, regresó y con un movimiento ligero y delicado extendió la mano hasta mi pecho, a la altura de mi corazón a punto de colapsar.

— No temas. —dijo en un susurro con tono seductor. Sacudí la cabeza. Con lentitud posó la mano, donde los latidos erráticos hacían eco de mis temores. — No temas. —Su rostro estaba contorsionado en una expresión de dolor.

— No te tengo miedo... —mentí con una naturalidad digna de un Oscar.

Estaba cagada del susto y no salía corriendo porque sentía las piernas de lana.

Pese a todo, no sabría decir de qué tenía miedo exactamente.

Alcé la vista hasta su rostro de belleza abrumadora y lo medité unos instantes.

¿De qué tenía miedo?

¿De su rechazo?

Claro que sí.

¿De que apareciera una horda de personas vestidas de blanco con un sombrero puntiagudo?

Ya no.

De despertar en el living de mi casa con un porro en la mano, diciendo: <<Fuaaa, alto viaje que me pegué.>>

Era una posibilidad que me aterraba.

De que, Edward decidiera romperme el cuello como a una ramita o la confiable, balazo y pal río.

No.

A quién engaño.

No salía corriendo porque me tropezaría y en lugar de correr, terminaría rodando colina abajo.

— Lo siento. Te asusté. —Negué con un ademán, apaciguando mi respiración hiperventilada. — Perdóname. No perderé el control. —Abrí los ojos desmesuradamente. — Hoy no tengo sed. —Alzó las manos en señal de redención y esbozó una sonrisa triste. Sus ojos de caramelo brillaban con suspicacia.

— Claro... No tienes ¿Ahhh? ¿Sed? ¿Sed de día viernes por la tarde? O sed de... ¡De vampiro! Oh my fucking Go... ¡Me trajiste aquí para matarme! A ver... ¿Dónde ibas a dejar mi cuerpo? — Miré a mi alrededor y me arrodillé para escarbar las flores y la hierbabuena a mis pies. — ¿Aquí? ¿Aquí tienes al resto de tus víctimas? ¿Eh? —Edward detuvo mi ademán sujetándome por las muñecas, impidiendo que me llenara las manos de tierra y pequeños rasguños.

— Soy incapaz de hacerte daño. —Parecía consternado. — No obstante, mantenerte con vida es una lucha constante entre mis instintos naturales y lo que realmente quiero hacer. —Soltó mis muñecas y observó en silencio, sin dejar de mirarme a los ojos.

— Entiendo. —Asentí con gesto serio. — No, la verdad no entiendo. ¿Sabes? Soy lenta, pero todo este asunto me turbó las neuronas y me dejó peor... Es decir, entiendo, tumbas árboles con las manos, tienes súper fuerza, eres súper rápido y encima eres guapo y súper inteligente y tienes más años que la reina Isabel y la Lucía juntas... eres un vampiro...

— Y tu sangre es lo más dulce que he olido en ochenta años...




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