Volvió a marcar el número de Fabián, este seguía sin responder, se movió incomoda en el asiento; hacia una semana ya que su vida se había vuelto un infierno desde que llegó Rómulo y no había podido hablar con su novio.
—¿Seguirás pendiente de tu teléfono o atenderás a la reunión? —preguntó Rómulo delante de todos mirándola a los ojos. Paso saliva e ignoró como su cuerpo se sacudió de rabia, sonrió y dejó el teléfono de lado, alzó el mentón y lo miro fijamente.
—Gracias —dijo él con pedantería.
Era exigente, la hacía estar media hora antes de lo que ella estaba acostumbrada a ir a la oficina, le hacía miles de requerimientos por correo electrónico en las noches, al día siguiente se comportaba como si no supiera de lo que le hablaba, cuando ella le reenviaba la información, la ignoraba haciéndole una nueva petición, a los ojos de él, ella nunca cumplía con nada.
Hacía que considerara todas las decisiones posibles, cuando se decidía por una, él elegía otra y si salía mal, la acusaba de no defender su punto. Estaba agotada, decepcionada y preocupada por las deudas que no podría cubrir, además seguía haciendo el mismo trabajo que antes, Rómulo se ocupaba de la estrategia según decía y la dejaba sola con el trabajo más pesado: la gente y las operaciones.
Cuando terminó la reunión, se sentó en su escritorio esperando poder contactar con Fabián, que solo le dejaba parcos mensajes sobre que estaba trabajando mucho y no podía atenderla. Se acercó Rómulo, puso sus manos en las caderas y sonrió irónico.
—Sí pasaras menos tiempo en el teléfono, Victoria María, serías la estrella de este lugar.
Ella rodó los ojos y se contuvo. Dejó el teléfono de lado y encendió su computadora. Él le hizo señas con los dedos ante sus ojos.
—Ven, ven conmigo, necesito hablarte de algo.
Ella lo siguió incomoda. Él se quedó en la puerta hasta que entró, la miró atento y ella se sentó de mala gana, Rómulo cerró la puerta y se sentó sobre el escritorio muy cerca de ella.
—Victoria, tenemos un problema. El sindicato no me quiere como gerente.
Ella se encogió de hombros y bufó dejándole saber que no le importaba.
—Debes ayudarme —dijo insistente.
—No sé cómo pueda.
—Ellos te escuchan.
—No, no puedo hacer nada, Rómulo. Lo siento.
—¿Tienes problemas en casa? Has estado muy distraída.
—No he podido hablar con mi novio —respondió. Él alzó una ceja y se aclaró la garganta.
—Así que tienes novio.
—Sí. Nos queremos mucho.
—Ya veo. Eso es lo que te tiene tan distraída.
Ella negó.
—He estado con él desde hace casi dos años, así que no. No es lo que me tiene distraída.
—Entonces ¿Qué? —preguntó mirándola con interés.
«Qué un imbécil se quedó con mi puesto, ascendió en mi lugar, solo eso».
—Quizás tu presencia, estoy muy nerviosa.
—Conmigo cuentas, eh, para lo que sea —dijo y torció una mueca.
Ella sentía que su mundo colapsaba, y no poder hablar con Fabián lo hacia todo más difícil, no podía hablar con sus padres, se sentía muy humillada y sola.
—Tengo una deuda enorme con el banco por mi casa nueva que ni he pintado porque estoy distraída —confesó, suspiró llevándose las manos a la cara y negó —, no sé porque no puedo ir y pintar la casa, hacer las cosas que tengo que hacer, es como si mi cerebro me ordenara parar.
Sintió la mano de Rómulo sobre su hombro.
—Todo va a estar bien. Podrás pagar esa casa y yo mismo iré a pintar esa casa contigo si hace falta. No tengo nada que hacer desde que vine a esta ciudad, mi rutina ha cambiado un poco, acá no tengo amigos ni nada, solo hago ejercicios. Te ayudaré.
—No, no hace falta, ¿cómo crees? No.
—Terminar una tarea te ayudará a salir de ese ensimismamiento que tienes. Quizás he sido muy duro contigo. Déjame ayudarte, será bueno para el trabajo.
Ella pensó que ni loca lo dejaría ayudarla, pero sí era hora de que comenzara a ocuparse de su vida y dejar de llorar por los pasillos. Aspiró aire y le sonrió, él fue amable con ella después de todo.
—Hablaré con los chicos del sindicato.
Él sonrió.
—La semana que viene vendrá Méndez, ellos pidieron hablar con él y aceptó.
—Descuida, yo me ocuparé de ellos.
Se levantó y limpió las lágrimas que le salieron. Él la miraba atento.
—¿Puedo irme?
—Sí, ve y muchas gracias.
Victoria siguió hasta los almacenes, hizo un gesto firme a un par de miembros del sindicato, ellos le pidieron hablar a solas en el comedor, ella afirmó y caminó hacia allá con ellos siguiéndola, cerró la puerta y se sentó a la mesa con los miembros más importantes del sindicato.
—Díganos, patroncita —dijo el líder.
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Editado: 29.11.2023