Les contare un secreto.
Todo comenzó con el nacer del sol, la tierra y las estrellas. Donde todo era puro, lleno de vida y satisfacción, un lugar sabio, jamás corrompido. Habitado por cientos de animales, ninfas y seres extraordinarios buscando la paz en un simple hogar.
Era un lugar donde las segundas oportunidades existían realmente, también donde la felicidad si era un maravilloso cuento de hadas, pero el peligro era lo más temible e inminente.
Un lugar casi inimaginable, donde tu y yo no podemos visualizar.
En un lugar no muy lejos de allí, se encontraba un hermoso palacio, hecho de piedra caliza junto a decoraciones de azulejos enormes y ventanales decorados con oro rosa que le daban un toque un tanto informal, sin dejar de ser pulcro y lleno de elegancia. Era un lugar enorme, donde podrías correr sin aburrirte en los grandes salones blancos o esperar a que alguien te castigue por jugar en comedores tan bien cuidados, simplemente un lugar inimaginable. Sin embargo, lo que más te llamaba la atención, no eran los gigantescos umbrales de roble reforzado o los bellísimos jardines de flores multicolores que adornaban entradas y jardines. Lo que realmente captaba tu atención, era la hermosa joven de cabellera larga que se asomaba por un balcón, lleno de enredaderas y brillos fugaces. En sus brazos sostenía a un pequeño niño de tez pálida, llorando como si le hubiese arrebatado su juguete favorito.
Te destrozaba pensar el que lo hacía llorar, pero te reconfortaba ver como poco a poco cerraba sus ojos llenos de tristeza. Dormido por fin la bella joven poso al pequeño niño en una cuna de oro celestial puramente reforzado con cristales extraños, y depositando un beso en su frente se marchó echándoles, por última vez, un pequeño vistazo a los once niños que lo acompañaban en la cálida habitación.
Cada uno de ellos era especial, muy especial en realidad. Ya que no eran mortales comunes, sino un conjunto de seres místicos que tenían el deber de cuidar de los más necesitados de males descomunales a quien la mayoría ignoraba con el pasar de los años.
A veces simplemente no entendía como criaturitas tan pequeñas podían logar a llegar a ser los dioses que alguna vez ella cuido. Un gran ejemplo son los guerreros de gran armadura de varias épocas pasadas que muchos reconocían y valoraban, pero ahora lo que realmente le sorprendía era como esos doce bebes podían llegar a ser tan exasperantes, sin mencionar su falta de movimiento o conciencia.
Ah, tampoco puede olvidarse de las grandes máquinas de popó que los caracterizaban.
No podían tenerla más cansada, pero gracias a su fiel ama de llaves que siempre estaba presente y a sus tres jóvenes doncellas, iba más que preparada. Aunque sus obligaciones la agobiaban podía con eso y muchos más.
Pero ¿a quién engañaba? Era una Diosa, podía hacer cualquier cosa con solo parpadear.
Tal vez al pasar los años pueda acostumbrarse a esta ajetreada vida llena de complicaciones, sube y bajas, mortales queriendo más de lo que tienen junto un impertinente orgullo, sumado a artes oscuras que la observaban dentro de las sombras esperando a que cometa un paso en falso para atacar.
Vamos.
Pensaba ella.
¿Qué podría salir mal?
Consumida por sus pensamientos, divagaba por el Palacio cual flor al viento, mientras guardias vigilaban entradas y salidas, algunas habitaciones, inclusive la cocina; donde solía pasar la mayoría de sus noches después de arropar hasta al último pequeño.
— Su alteza — Con un rápido movimiento el joven desconocido logro atraparla por la muñeca derecha, mientras que, con su otra mano, sostiene su delgada cintura, que por cierto está cubierta por una fina tela de seda rosa que se adapta a ella como anillo al dedo. La soltó lentamente mientras sus miradas poco a poco se iban desconectando. Ruborizado le regalo leve, pero torpe, reverencia hacía su persona. — Cuidado… el piso esta resbaloso.
— Gracias, Noble… — Le miraba enarcando una ceja esperando su respuesta, pero al parecer el no entendió su pequeña indirecta, así que haciendo un ademan con sus manos vuelve a intentarlo, esta vez, con una sonrisa adornando su rostro angelical. — Noble…
— Quedando con las palabras en el aire se apresura a decir un tanto avergonzado. — Peter, Teniente Peter Woods. Su mayor súbdito. Si me da la libertad de utilizar ese título de esa manera tan deliberada. — Respondió mirándole a los ojos sinceramente, casi como si la vida le dependiera de ello. En parte, tiene algo de verdad. Idiota, se espetó el mismo hacia sus adentros.
— Por favor, llámame Atena. — Sentencio ella mirando a ambos lados como si alguien estuviera siguiéndola para al final atraparla con las manos en la masa, cual ladrón a sus joyas.
Quedando perplejo ante su petición decide darle un pequeño asentimiento de cabeza, para darle a entender que seguirá sus órdenes sin chistar, casi como si ella fuera una gobernante sin corazón, algo que le daba un poco gracia. Pero no es solo eso, ella sabía que él se haría una persona muy importante en su vida llena deberes, en cambio él pensaba que solo podía contemplarla a lo lejos. Era simple instinto.
Un par de sonrisas más le hizo pensar que volver a sus aposentos no estaría mal. Al darse vuelta el no dejo de pensar en esos ojos inauditos, llenos de caridad y cordialidad, de un brillo especial, casi morados. Estaban felices y creían que podían con todo.
De pronto, el llanto ensordecedor de doce bebes lleno el palacio.
Pero no solo eran llantos, sino también por las paredes retumbaba una risa maligna, al punto de ser maniática.
Los niños no estaban solos y el mundo tampoco.
Lo que se escondía dentro de las sombras, quería salir.
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Wow, ¿Quién lo diría?
Están aquí y yo también.
Quiero darles una cálida bienvenida a DCT, mi primera historia en estos lares.
Editado: 16.08.2019