«De mis personas favoritas».
Sus palabras me llevan persiguiendo los últimos días. Antes de irme a dormir, con cada mensaje suyo, ahora mientras la esperamos… Creo que mis amigos no saben lo mucho que les agradezco que hayan venido conmigo. No la he vuelto a ver desde esa tarde y no quería estar sola la primera vez.
—Dice que llega en cinco minutos—les informo tras mirar el móvil.
Hemos tenido suerte de encontrar sitio dentro, y por suerte me refiero a que Carlos casi se ha tirado en plancha sobre la única mesa libre para que nadie pudiera quitársela.
—No pienso congelarme el culo en la terraza—había argumentado ante las miradas incrédulas de los camareros. Aunque me juego el cuello a que el dramatismo de mi amigo no será lo más raro que han visto.
Liv llega en el tiempo que había dicho. Ha debido de venir deprisa porque tiene las mejillas rojas y la respiración un poco acelerada. Aun así, está guapa. Se quita el gorro de lana antes de saludarnos uno a uno; me saluda la primera. Cuando se sienta aprovecha para peinarse un poco los mechones rebeldes que no han vuelto a su sitio. Alicia me da una patada de advertencia por debajo de la mesa. He debido de quedarme embobada mirándola.
—¿Alguna novedad? —les pregunta mientras espera a que le traigan el café que ha pedido.
—He sacado muy buena nota en un trabajo que me llevaba de cabeza—presume Alicia, orgullosa.
Como para no estarlo, pasó muchas noches trabajando para dejarlo perfecto. Cuando le dieron la nota casi se echa a llorar. Su perfeccionismo es algo que a veces envidio y otras me alegro de no tener.
—¡Enhorabuena! Espero que tengas pensado celebrarlo—dice Liv con sinceridad. Le da las gracias al camarero que le trae su bebida.
—Por supuestísimo—afirma animada—. No sé cuándo, pero lo haré.
Liv nos cuenta su anécdota favorita del día. Para mi desgracia es sobre un niño patoso al que le daba miedo patinar que le ha recordado a mí. Sacudo la cabeza mientras los demás se ríen. No sé si estoy contenta de que me haya tenido en sus pensamientos o avergonzada por haber sido a causa de mi torpeza.
—Sois unas malas personas—farfullo cruzándome de brazos.
—Era muy mono y al final ha aprendido—se justifica dejando de reír—. En eso también me recuerda a ti.
Le doy un trago a mi refresco. No me hace falta ver las caras de mis amigos para saber que nos están mirando.
—En fin… —carraspea Carlos—. ¿Haces algo el domingo por la tarde? Porque vamos a hacer maratón de películas navideñas y queremos que vengas.
—Voy de tardes, pero creo que puedo cambiar el turno. Me deben una—contesta guiñando un ojo—. La verdad es que no he conseguido hacer amigos desde que me mudé, así que, os agradezco que me incluyáis. Me hace mucha ilusión.
—No tienes que darlas, acogimos s a Elena. —Le tiro una bolita de papel a modo de respuesta—. Además, nosotros también hemos tenido que cambiar algún turno, anda que no es difícil coincidir—resopla llevándose el vaso a los labios—. Otra de las cosas que no te cuentan de la vida adulta.
—Vale, entonces necesitamos saber qué tipo de películas navideñas te gustan—dice Alicia redirigiendo la conversación—. Y solo admitiré una respuesta por válida. —La mira fijamente a los ojos. Liv le sostiene la mirada.
—Las comedias románticas que siempre resuelven sus conflictos con el poder del amor o la Navidad—contesta con una sonrisa segura. Mi amiga aprueba su respuesta.
—¿De verdad me vais a obligar a tragarme todas las películas absurdas que encontréis en Netflix? —protesta Carlos con una mueca de disgusto.
—¡Pero si tú eres el primero que las disfruta! —exclamo indignada.
—Porque dan vergüenza ajena—argumenta enfatizando—. Si vais a torturarme, al menos tenemos que ver Pesadilla antes de Navidad.
Alicia y yo sacudimos la cabeza mientras Liv nos observa desubicada. Por lo menos la situación parece divertirle.
—La vemos todos los años y también te lo decimos: no es una película navideña—mi amiga trata de hacerle entrar en razón. Falla, como siempre—. Es de Halloween.
—Sirve en ambas épocas, por eso es tan buena. —Se echa hacia delante apoyando los antebrazos sobre la mesa; casi tira su refresco—. Díselo, Elena.
—A mí no me metáis. —Levanto las manos a modo de rendición.
—Pues yo estoy con Carlos—le apoya Liv levantando su taza para darle un sorbo—. Es la mejor película.
—¡Por fin alguien con buen gusto en esta mesa! —grita más alto de lo que pretendía. El camarero que nos ha atendido nos juzga con la mirada.
—Yo no he dicho que no me guste—se defiende Alicia.
Me levanto antes de que puedan añadir algo más.
—Mientras resolvéis vuestro debate yo aprovecho para ir al baño.
—Te acompaño. —Liv se levanta conmigo—. Me da miedo que empiecen a volar vasos.
Se queda apoyada en el lavabo a pesar de que el otro cubículo está vacío, lo que confirma mis sospechas. No ha venido porque necesite ir al baño.
«Las chicas vamos muchas veces al baño juntas—pienso para intentar calmar los nervios—. Yo he acompañado a Alicia muchas veces. Solo está siendo amable».
—Así que… ¿Te gustan las comedias románticas? —le pregunto intentando mantener el equilibrio para no tocar la taza. Mear así debería ser un deporte olímpico.
—No es mi género favorito, pero una buena dosis de romanticismo llena de escenarios imposibles no le hace daño a nadie, sobre todo en Navidad—responde sincera. Agradezco que no haya entrado nadie.
Soy consciente de lo extraña que es la situación. No obstante, el silencio me resulta más incómodo al tratar de mear. Manías mías. Alicia suele decir que soy un tanto «peculiar». Si viene de ella sé que no va a malas.
—¿Tú también sueñas con vivir tu propio romance navideño de película? —pregunta curiosa. Ese «también» no me pasa desapercibido.
—¿Con conocer a un hombre musculado en algún pueblo remoto que vaya vestido de Papá Noel, sea un príncipe o algo por el estilo? —Me río—. Creo que paso. Si es una princesa o una chica vestida de Mamá Noel, ahí ya empezamos a entendernos.