— ¡Bienvenidos a Café Gredas! –fue el primer sitio habitable que descubrí en ese pequeño pueblecito al que veníamos a pasar unas "vacaciones", si es que así se les podía llamar.
— ¡Papá, me hago pis! Por favor, para en ese sitio o no hará falta llegar hasta el río para poder darme un baño –soltó Raúl, mi hermano pequeño.
Raúl era un niño travieso que con sólo siete años solía dejar a la gente boquiabierta por sus ocurrencias y eso nos había jugado una mala pasada en más de una ocasión. Pero pese a llevarnos casi trece años, nos entendíamos a las mil maravillas. Ambos compartíamos nuestros rizos rubios, y nos parecíamos físicamente. Sin embargo, en cuanto al carácter éramos muy diferentes, él no tenía ni pizca de vergüenza y yo era muy introvertida.
— Está bien –corearon mis padres al mismo tiempo.
— Patri te acompañará al café mientras nosotros avisamos al dueño de la casa rural para decirle que ya estamos en la entrada del pueblo –dijo mi madre, sentenciando mi suerte.
— ¡Pero... mamá! –repliqué con gesto enfadado, ya que sabía lo que me costaba relacionarme públicamente. Posiblemente esa era la razón de cambiar de aires este verano, mis padres querían que me abriera al mundo y pensaron que venir al río sería una buena opción para lograrlo.
— No hay pero que valga –musitó mi madre–. Lo acompañarás.
Y ese era a partir de ahora mi nuevo trabajo de verano: ser la niñera de mi hermano. No me desagradaba, pero sabía que él, al contrario de mí, no querría estar ni un segundo en casa, y que tendría que complacerlo acompañándolo a todos los sitios que quisiera por orden de mis padres. De modo que Raúl y yo nos pusimos en marcha hacia el café.
— Buenos días –le dije al supuesto camarero que se encontraba recogiendo los vasos de una de las mesas del café–. Acabamos de llegar al pueblo de vacaciones y mi hermano necesita ir al baño con urgencia. ¿Puede pasar?
— Por supuesto –respondió el chico, a la vez que mi hermano corría hacia el baño cuyo cartel se avistaba fácilmente desde la barra–. Por cierto, soy Javi. ¿Por casualidad no seréis los nuevos huéspedes que os alojareis en el chalet que hay frente al río?
Mi cara de estupefacción lo decía todo, era cierto aquello que decían de que en los pueblos todo se sabía, y a los pocos segundos conseguí asentir. El chico me lanzó una sonrisa y se apresuró a invitarme a tomar asiento en la barra.
— ¿Cómo lo has sabido? –Fueron las únicas palabras que pude articular, a la vez que me ponía nerviosa mirando cómo mi hermano tardaba en el baño más de lo previsto.
— No suelen venir muchos huéspedes nuevos al río –así era como llamaban coloquialmente a ese lugar–, aunque en verano esto está más concurrido, siempre somos los mismos de siempre. Además, es propiedad de mi padre... No creas que conozco todos los cotilleos del pueblo.
— ¡Qué casualidad! –Hice una breve pausa y después me presenté–. Soy Patri. Muy original el nombre del local.
— La greda es un tipo de arcilla que se utiliza para hacer cuencos, tazas y todo ese tipo de alfarería; es de lo que vivimos aquí, de eso y del río.
Hasta ese momento no me había percatado de los rasgos del chico. Parecía tres o cuatro años mayor que yo, era moreno con los ojos color miel. Además de simpático, por el comentario que había hecho parecía ser natural de aquí.
Mientras me enfrascaba en mis pensamientos, Javi hizo ademán de ofrecerme agua o cualquier otra cosa que necesitase. Estaba a punto de rechazar su ofrecimiento, cuando escuché de fondo a mis padres.
— Buenos días, sí. Pongamos un vaso de agua con gas para los dos. Después del viaje tan largo, necesitamos algo fresquito para hidratarnos –respondió mi madre a la pregunta que iba dirigida hacia mí.
Javi les sirvió las bebidas con presteza y comenzó a conversar con ellos, recomendándoles lugares para visitar. Pero eso no fue todo, mis padres me sorprendieron con la invitación para cenar en su chalet que le habían propuesto los padres de Javi, que se situaba a escasos diez metros del nuestro. Ya les habían indicado por teléfono el código que debían teclear para acceder a la caja que contenía las llaves del chalet, una modernidad que rompió mis esquemas sobre este pueblecito, y eso no sería lo único.
— Ya estoy de vuelta –gritó Raúl, haciéndose de notar–. Os recomiendo no entrar en un par de horas, ja ja ja.
Mis padres y yo nos disculpamos un poco avergonzados, nos dispusimos a salir del local y pusimos rumbo a nuestro chalet vacacional. Javi se despidió hasta la noche y me lanzó una amplia sonrisa, y de repente sentí que algo estaba a punto de suceder esa noche.