Llegamos al chalet que había frente al río, era más bonito y acogedor de lo que había pensado. Tenía un estilo rústico pero a la vez moderno, con dos plantas y un enorme jardín. Lo que más me había gustado era un rinconcito que daba directamente al río, con unas tumbonas para relajarse y leer. Porque en cuanto al río, ni loca pensaba meterme, ya había tenido una experiencia traumática en la playa de pequeña y había sido imposible conseguir tocar el agua después de aquella vez, ni siquiera sabía nadar.
— Mamá, ¿qué hay para comer? –rechistó mi hermano. Y lo cierto es que el trayecto a mí también me había despertado el apetito.
— Papá está preparando la mesa del jardín y nos tomaremos los sándwiches que preparamos antes de salir. Venid enseguida, y después seguís deshaciendo el equipaje –repuso mi madre.
El resto de la tarde transcurrió con normalidad. Inspeccionamos todo el chalet, deshicimos las maletas y estuvimos paseando por los alrededores. Conforme se aproximaba la hora de la cena, me surgieron dudas sobre qué ponerme. No solía asistir a invitaciones para cenar de nuevos vecinos, mejor dicho, no solía asistir a ningún lugar con gente fuera de mi familia en general. Yo no era una chica coqueta, más bien sólo elegía mi ropa en función de mis gustos y mirando que la combinación no fuese muy chirriante. No usaba maquillaje y siempre llevaba mi pelo rizado cogido con un coletero. Físicamente, me consideraba una chica común.
— Patri, vamos, vístete... O mejor dicho, arréglate para la cena –me ordenó mi madre–. Nos vamos en 30 minutos.
Cogí un vestido suelto veraniego que combiné con unas cangrejeras. Quizá no era demasiado arreglado, pero al fin y al cabo, así era yo. A continuación, bajé las escaleras que conectaban el piso superior con el salón. Como era de esperar, mi madre me reprendió por mi ropa. Pero a regañadientes accedió a que fuese así, más que nada porque si algo no iba con ella era la impuntualidad. Y, o salíamos ya, o llegaríamos tarde.
Llegamos a su chalet, que era de mayor tamaño y lujoso que el nuestro. Claramente, ambos eran de su propiedad por el estilo en común que compartían. A la llegada, los padres de Javi nos recibieron como si nos conociesen desde siempre y nos invitaron a entrar a su hogar. Allí estaba Javi, acompañado de una chica pelirroja deslumbrante.
— Hola Patri. Te presento a Lucía, mi novia.
La chica me saludó y yo le devolví una sonrisa. La verdad, hacían muy buena pareja y eso me hizo recordar a lo sola que me había sentido siempre en ese aspecto.
La noche transcurrió rápido, los padres de ambos intercambiaron conversaciones sobre el trabajo, el río y lo a gusto que se estaba en este lugar. Mientras, Raúl se pasó toda la velada jugando con la Play Station de Javi, ya habíamos tenido discusiones en casa sobre el uso de las videoconsolas, pero de esa forma mis padres sabían que estaría entretenido sin hacer ninguna trastada. Por otro lado, Javi y Lucía me acompañaron a la terraza, y me estuvieron explicando un poco más del lugar. No sólo existía un café en el pueblo, sino que también había una zona con merenderos junto al río, un taller de cerámica (lo atrayente del pueblo) y en el verano hacían eventos especiales para llamar a nuevos turistas. Además, eran las fiestas del pueblo el fin de semana que viene, y me habían invitado como "nueva turista" a conocer sus festividades. No entendía muy bien la invitación de "nueva turista", pero acepté con gusto.
Aquella noche estuve más receptiva de lo habitual, no me costaba mantener una conversación fluida y la timidez la había dejado a un lado. Javi llevaba el local que su padre había fundado hacía 25 años, por lo que estas fiestas patronales serían más especiales al ser su aniversario. Lucía también vivía allí desde que tenía cuatro años ya que sus padres decidieron mudarse y abandonar la ciudad, le encantaba el río y estaba estudiando a distancia Marketing en la Universidad. Se notaba que formaban una pareja extraordinaria, y que compartían su entusiasmo por emprender y darle visibilidad al pueblo.
— ¿Patri, tienes pensado hacer algo esta noche? –me preguntó Lucía. Yo negué con la cabeza, a la vez que escuché un ruido junto a los árboles de la terraza.
— ¡Mario! –exclamó Javi–. Estábamos esperándote, es casi la hora de abrir el café y no quiero que mi padre se enfade por llegar tarde.
— Javi, tu jefe es tu padre. No te preocupes tío, no te puede despedir –inquirió el tal Mario.
— Os presento, este es mi hermano mellizo Mario –musitó Lucía dirigiéndose hacia mí– y esta es Patri, la "nueva turista" –señalándome, por si quedara alguna duda. No me gustaba para nada el nuevo mote con el que me habían apodado.
— Encantada de conocerte.
— Lo mismo digo "turista" –contestó Mario a la vez que yo fruncía el ceño mostrando mi desagrado con el nombrecito.
Mario aparentaba tener la misma edad que Javi, aunque su hermana Lucía parecía más joven. Se notaba a la legua que era el tipo de chico que le gustaba destacar en cualquier lugar y seguro que ante cualquier chica. Al contrario que Lucía, su pelo era castaño y liso; pero sí que compartían el negro azabache de sus ojos. Era guapo, todo había que decirlo.
Javi y Lucía me preguntaron delante de mis padres si quería acompañarles al café para presentarme a los chicos del río. Por el poco tiempo que habían pasado conmigo, sabían que la respuesta que obtendrían sería distinta si ellos eran partícipes de la decisión. Estaba claro, la contestación que le darían mis padres no sería la mía.
— Por supuesto que puede ir, siempre que a la vuelta la acompañéis a casa –dijo mi madre con cara de felicidad.
Los chicos afirmaron con la cabeza y pronto nos despedimos para no llegar tarde al local. Mi presentimiento ahora era aún más fuerte, algo cambiaría mi vida en escasas horas.