No sé a ciencia cierta cuánto tiempo había pasado desde que Mario me había prometido que esto no se volvería a repetir y había acariciado mi mejilla para secar la lágrima que corría por ella. Estábamos enfrascados cada uno en sus pensamientos, hasta que mi teléfono móvil vibró. Se trataba de un mensaje que me había enviado mi madre:
No llegues tarde cielito, mañana nos vamos al picnic de bienvenida de los nuevos turistas. Disfruta cariño.
— Debería irme a casa, mi madre me acaba de escribir que mañana asistiremos al picnic de bienvenida –le dije a Mario, al mismo tiempo que le mostraba su mensaje para que no pensase que era una excusa para regresar a casa. Aunque lo cierto era que sí, ya había socializado en un día más que durante todo un mes, y no había tenido una buena experiencia que digamos.
— Está bien, te acompañaré a casa cielito –replicó en tono guasón tras leer el mensaje de mi madre.
— Puff, nada de cielito –gruñí–. Tendré que eliminar esa regla del juego.
— Como prefieras "calabacita" –se apresuró a decir mientras reía.
Fruncí el ceño e hice ademán de salir de la casa. Mario me acompañó todo el camino y apenas interactuamos. Quince minutos después habíamos llegado a la puerta de mi residencia veraniega.
— ¡Nos vemos mañana en el picnic y después en la bienvenida de los "nuevos turistas"! –se despidió Mario amablemente.
— ¡Hasta mañana entonces! –respondí a la vez que accedía al jardín.
¿Qué sería eso de la bienvenida de los "nuevos turistas"? Lo había mencionado como si se trataran de dos cosas independientes. En fin, tendría que esperar a mañana para descubrirlo.
A la mañana siguiente mi padre preparó el desayuno, nos sentamos en la mesa del jardín donde comimos también el día anterior. Me sentaba bien el aire libre. Estaba un poco cansada de la caminata de la noche anterior, así que decidí quedarme un rato en la tumbona que había frente al río a leer. Dos horas después, mi madre me llamó para preparar un pastel frío que llevaría al picnic de bienvenida junto con unos cup cakes de vainilla y pepitas de chocolate. Este último postre sería cosa mía. Raúl me estuvo ayudando a preparar la masa y en voz bajita me preguntó que quién era el chico que había junto a Javi y su novia. No iba a mentirle a mi hermano si sería su niñero el próximo sábado.
— Es el hermano de Lucía, la novia de Javi. Se llama Mario –le expliqué creyendo que no recordaría ni la mitad de lo que le acababa de decir.
— ¿Vendrá a la fiesta? –me preguntó curioso.
— No lo sé –mentí al final, sí que vendría. Pero no quería que Raúl notase que le dábamos demasiada importancia al tema.
El resto de la mañana pasó rápido entre fogones. Llegamos todos juntos a la zona de merenderos junto al río, había más gente de lo que pensaba. Y en efecto, allí estaban Javi y sus padres, con otra pareja que supuse que serían los padres de Lucía y Mario, quienes los acompañaban. Fueron muy simpáticos, cada hijo era idéntico a su progenitor contrario a su género, es decir, Lucía a su padre y Mario a su madre. Hicieron las presentaciones y con la excusa de jugar con Raúl, me alejé de las conversaciones aburridas de los adultos, y con nosotros se sumaron el resto de jóvenes. Los chicos jugaron al fútbol, y Lucía y yo compartimos confesiones.
— ¿Estás mejor después de lo de anoche? –preguntó un poco agitada.
— Creo que sí. Después de aquello quise poner fin al juego, pero Mario me prometió que no volvería a pasar –dije mordiéndome la lengua después de dar tantas explicaciones. No sabía si ellos eran la clase de hermanos que se contaban confidencias.
— Mi hermano es majo, ya lo irás conociendo –contestó con su amplia sonrisa que le caracterizaba.
Llegó la hora de comer. Durante el picnic, los mayores se interesaron en qué estudiaba y les expliqué que estaba en segundo de psicología. Para mi sorpresa, el padre de Mario me comentó que estudiaba lo mismo que su hijo, que estaba en último curso pero que aún le quedaban dos asignaturas por recuperar para graduarse. Al final íbamos a tener más cosas en común de lo que creía. Después, todos me elogiaron por lo rico que estaba mi postre. Por la tarde, estuvimos jugando al "Mentiroso", un juego de cartas que no conocía. Mario era buen mentiroso, yo era penosa. Y finalmente llegó la hora de despedirse a excepción de los jóvenes, puesto que ahora empezaba la bienvenida de los "nuevos turistas", algo que había olvidado por completo.
— ¿En qué consiste concretamente esa fiesta? –pregunté un poco asustada.
— A los nuevos los manchamos con las gredas que se extraen junto al río, es nuestra típica bienvenida a los jóvenes turistas –explicó Javi.
— ¿Y de qué sirve llenarme de porquería? –refunfuñé odiando haberme quedado.
— Tranquila, que es bueno para el cutis y después todos nos metemos al río a bañarnos –añadió Lucía.
— Bueno prefiero ducharme en casa –repuse nerviosa.
No dió tiempo a continuar con la conversación. De repente, se unieron a la fiesta el grupito de "Las Víboras" con Nuria incluida, lo que quería decir que empezaba nuestro show amoroso. Sabía que Mario también las había visto, así que se apresuró a rodearme con sus brazos por la cintura. Yo tuve que contenerme para no dar un salto del susto, no me esperaba ese movimiento. Debió de dar resultado, porque Nuria entró en cólera.
Conocí a otros chicos del lugar, que conversaron conmigo amigablemente. Cuando llevábamos un rato, le pedí a Lucía si me podía acompañar a un aseo portátil que había en la zona. No me fiaba de Nuria y sus secuaces. A la salida, me crucé con Lucas.
— Hola –fue lo único que pude decir.
— Hola guapa, ¡veo que has venido a la fiesta! –exclamó–. Esto está un poco muerto, ¿si quieres puedes venir conmigo y mis amigos a la cabaña? –añadió mientras me guiñaba un ojo.