Y llegó el lunes. Hoy era mi día sin Mario, así que intentaría pensar lo menos posible en él. Después de las ensoñaciones que había tenido durante toda la noche recordando el momento del árbol, sería tarea difícil.
Desayunamos en el jardín como venía siendo de rutina. Más tarde, me vestí con ropa cómoda. Total, hoy sería un día tranquilo en casa, o como mucho paseando junto al río. Salí de mi habitación y me dirigí en dirección al baño. La habitación de Raúl estaba justo frente al aseo, y para variar tenía la puerta abierta. Miré hacia dentro y lo encontré con el bañador puesto, cogiendo sus gafas y manguitos mientras le gritaba a mi madre preguntando por su toalla de tiburón. No entendía nada, bajé las escaleras y mi padre estaba en el salón junto a su portátil:
— Reunión telemática cariño, tu madre está a punto de conectarse también. Te hemos enviado la ubicación donde deberás llevar a tu hermano, en media hora empiezan sus clases de natación –concluyó rápidamente mientras se retocaba el pelo para la conferencia virtual.
Asentí y le mandé un beso con la mano. Esa era la desventaja de tener dos padres que trabajaban juntos. Cuando tenían tareas que hacer, eran al mismo tiempo.
Me dispuse a subir a la habitación de Raúl, mientras me crucé con mi madre que bajaba a toda pastilla para conectarse a tiempo. Antes de que pronunciara palabra le comenté que papá me había informado de todo. Llegué al dormitorio de mi hermano, estaba totalmente preparado hasta con su macuto colgado.A brí la app de mensajería y accedí a la ubicación. Faltaban 20 minutos, así que debíamos salir ya mismo. Me puse mis bambas y ni me miré al espejo. Seguro que hoy que llevaba la ropa más desgastada del armario no acabaría ni mojada ni manchada.
Raúl me estuvo contando por el camino todos los niños a los que había conocido, incluso me dijo que se había echado novia. Estaba claro, era el ligón de la familia, algo indiscutible. Conforme me acercaba a nuestro destino, la casa comenzó a resultarme familiar:
— ¡La casa de Mario! –exclamé estupefacta.
Mi hermano me miró un poco extrañado. Entramos a la vivienda, atravesamos un bonito jardín y accedimos a la piscina. No podía ser verdad, al fondo estaba Mario con un bañador rojo ajustado que daba poco lugar a la imaginación. Tenía un cuerpo tonificado, sus músculos se marcaban en su torso, trabajaba bien el tren superior. Era la primera vez que lo veía ligero de ropa, aunque algo había intuido a través de su ropa mojada la noche anterior. No tenía nada que envidiarle a Lucas, ambos podrían ser modelos de bañadores, seguro.
Mario me saludó desconcertado y se acercó a visitarnos:
— "Patito", ¿te has quedado con ganas de darte otro chapuzón? –dijo nada más llegar.
— Ya veo que estás mejor, y no, sólo he venido a acompañar a mi hermano –repuse tajante. ¿Dónde estaba el Mario de los otros días?
— ¡Hola! ¡Soy Raúl! ¿Tú eres el novio de Patri? Ha estado hablando mucho de ti –escupió mi hermano de carrerilla mientras yo me quedaba boquiabierta y Mario reía.
— Sí, soy su novio. Pero es un secreto, no se lo puedes decir a nadie, ¿prometido campeón? –contestó dirigiéndose a Raúl.
— Prometido. ¿Sabes, yo también tengo novia? –le confesó él.
Mientras tanto, mi cara era indescriptible. No sabía dónde meterme, en qué lío iba a estar cómo Raúl se fuese de la lengua, que era lo más probable. Diez segundos más tarde, mi hermano se fue con el resto de niños a contarles lo de su nueva novia. Dios mío, se lo diría a todo el mundo. Adiós a mi cita con Lucas.
— ¿Por qué le has dicho eso a mi hermano? –le reprendí a Mario–. ¡Estás loco!
— Tranquila, me ha prometido que no dirá nada –dijo guasón.
— ¡Pero si ni siquiera somos novios! –exclamé furiosa. Estaba loco, no había duda.
— Tengo que ir a trabajar, ya te daré a ti clases privadas mañana –concluyó acariciándome el hombro.
¡Genial! Ahora todo se complicaba un poco más. Decidí no darle más vueltas, me tumbé en la toalla de tiburón de mi hermano y seguí leyendo mi novela. De vez en cuando levantaba la mirada de las hojas para ver cómo Raúl aprendía a nadar. Mis padres no querían que volviese a sucederle como a mí, y yo los apoyaba. Raúl era valiente, no como yo.
Terminó la jornada y los familiares fueron recogiendo a los niños. Mario acompañó a Raúl hasta donde yo estaba, y me hizo una propuesta:
— Raúl me ha dicho que como me llamaba Mario, a lo mejor tenía el juego de Mario Bros para la Play Station, y le he dicho que sí. Esta tarde vendrá a jugar, si quieres puedes venir con él –me planteó.
— ¿No se suponía que trabajabas hoy todo el día? ¿Y por qué no me dijiste que eras monitor de natación? –inquirí a mi falso novio.
— Solo trabajo lunes y jueves por la mañana, por la tarde pensaba estudiar. Tengo que ponerme al día para recuperar las dos asignaturas que tengo pendientes. Por eso no te dije nada, pero podrías ayudarme a estudiar –me dijo con cara tierna–. Y no te dije lo de la natación, porque no surgió en ese momento.
— Está bien, te ayudaré –acepté con resignación.
Raúl y yo nos despedimos hasta la tarde. Llegamos a casa y nuestro padre tenía la mesa lista para comer.
Aunque pareciera impensable, mi hermano no dijo ni mú sobre Mario. Es más, le dijo a mi madre que jugaría con Mario mientras yo descansaba leyendo. ¿Cómo este renacuajo tenía tanto poder de convicción? Parecíamos opuestos en todo, quizá por eso nos llevábamos tan bien.
Volvimos a la casa de Mario por la tarde. Raúl encendió la consola y parecía que no hubiese un niño en la sala. El poder de la tecnología. Mario me pidió que subiera arriba a su habitación para estudiar. Me puse un poquito nerviosa, nunca había estado en el dormitorio de un chico, pero solo era para estudiar. Mario resultó ser un chico ordenado y dulce, ¡hasta había ositos de peluche en la estantería!