¡Qué nervios! Por fin había llegado el martes, estaba impaciente por tocar el agua. Quería saber si sólo había sido un espejismo, o Mario estaba en lo cierto y juntos superaríamos mi mayor temor. Me vestí, desayuné rápida y me encontré con que mis padres tampoco estarían disponibles esta mañana para llevar a Raúl a su taller de cerámica. Resulta que se iban de ruta senderista por el río, así que se sumaba otra tarea a mi lista. Ahora que ya no había secretos entre mi hermano y yo, le pedí que caminase rápido para llegar a tiempo a su taller porque había quedado con Mario para aprender a nadar. Mi hermano no sabía de mi trauma, preferimos no decírselo para no crearle prejuicios al respecto.
Raúl estaba encantado con este secreto, el muy listillo sabía que podía sacar tajada de esto. Y se aprovechaba bien. Llegamos a toda pastilla al taller de cerámica. Los niños explorarían su imaginación con las gredas, a la vez que aprendían un poco de geología y arte, o eso era lo que mi padre había dicho. Nada más llegar, me llevé una sorpresa bastante desagradable.
— Hola, mi hermano venía por el taller de cerámica que imparten esta mañana –le comenté a una chica que había tras un mostrador.
— Pasa por esa puerta, Nuria está allí –me explicó de forma amable.
¿Nuria? No podía ser esa Nuria, la "Víbora" número uno. Desgraciadamente, no había muchas más Nurias en este pequeño lugar. A la llegada, repetí la misma frase que le acababa de recitar a la chica de antes. Nuria ni saludó, solo se dispuso a aclarar el horario del taller y a darle el delantal protector a mi hermano. Raúl no era tonto, la reconoció al instante. Y eso me daba un poco de miedo, espero que no me trajese problemas. Me despedí de él y le di un achuchón.
— ¡Ya estoy aquí! –pronuncié al llegar a casa de Mario.
— Pasa "patito", mi hermana ha dejado este bañador para tí –dijo entregándome la prenda.
Me quedé de piedra, era un bañador negro con toda la espalda descubierta y una redecilla en el escote. Era demasiado sexi para mí. En fin, no había otra alternativa. Me cambié en el baño donde el primer día me había duchado. Salí con timidez, estaba demasiado tensa. Y Mario lo notó nada más verme.
— ¡Te queda muy bien! –dijo dándome un repaso con la vista, lo que me tensó aún más.
— Necesito tomarme mi tiempo, ¿puedes esperar un poco? –repuse avergonzada.
— Ven, siéntate y relájate –añadió señalando un puff que había junto a una sombrilla. Él se colocó detrás de mí y empezó a masajear la musculatura de mi cuello, siguió por los hombros y finalmente llegó a mi espalda.
— ¿Te sientes mejor? –inquirió a sabiendas de la respuesta que obtendría.
— Sí, si hubiese sabido de tus dotes de masajista, hubiese anotado esa regla en el juego –contesté ya más aliviada.
— Que no exista la regla no significa que no podamos hacerlo... –pronunció mientras guiaba su mano desde lo alto de mi cuello hasta el final de mi espalda, toda la superficie de mi piel que dejaba libre el bañador.
Estaba disfrutando del momento, ya no me incomodaban sus caricias. Empezaba a desearlas mas bien.
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Era tocar su cuerpo y no poder resistirme a acariciarlo, siempre acababa haciéndolo aunque mi mente me dijese que no debía. Noté a Patri relajada, así que repetí el recorrido en sentido ascendente. Esta vez era yo el que me había agobiado, no por haberlo hecho sino porque no quería parar.
— ¡Vamos al agua! –articulé muy a mi pesar.
– Vale, pero no sé hasta qué punto podré evolucionar –dijo temerosa.
– Todo lleva su tiempo –agregué con tono misterioso.
Me zambullí en el agua y después ayudé a Patri a que bajase las escaleras. Esta piscina tenía una profundidad que aumentaba gradualmente, por lo que al principio comenzaría haciendo pie. Le cogí las manos y estuvimos caminando por el agua, una vez que ya se había soltado un poco la guié por el borde de la piscina manteniéndose sujeta en él pero avanzando a zonas donde ya no tocaba el suelo.
— Me estoy agobiando, ayúdame a llegar a la otra parte –me suplicó asustada.
— Toma aire y respira. No te vas a caer, estás sujeta en el borde y yo también estoy aquí –dije mientras me sostenía también del borde y rodeaba con mi brazo su cintura para que se sintiera más segura.
Después de 5 minutos, aceptó el desafío y quiso continuar hasta llegar a la otra parte de la piscina.
— ¡Ese es mi "patito"! –la animé cariñosamente.
Estuvo dentro de la piscina más tiempo de lo que imaginé. Estaba cansada, ya había sido demasiado para ella y tocaba descansar. Salimos de la piscina, cogí la toalla y la dejé caer por encima de sus hombros. Me miró con ojos brillantes, estaba emocionada y mi instinto me llevó a abrazarla. No era uno de esos abrazos vacíos, sino lleno de sentimiento. Ella me correspondió, apoyó su cabeza en mi pecho y extendió la toalla hacia mis hombros. No sé bien si lo hizo para que yo también me secase o para que nada se interpusiera entre nosotros.
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Estaba realmente ilusionada por lo que acababa de lograr. Otro pasito más, cuando de repente Mario me abrazó. Me sentí pletórica en ese momento. Cogí los extremos de la toalla con la que previamente él mismo me había cubierto y lo tapé. Mi cuerpo y el suyo estaban pegados. Apoyé mi cabeza en su pecho, quería escuchar su corazón. Con él me sentía bien, ya no estaba sola.
— ¿Podemos ser amigos? –le propuse a sabiendas de que en el contrato no debíamos establecer relaciones personales.
— ¿Y por qué no? No hay ninguna regla sobre la amistad –me respondió aferrándose aún más a mí.
— Amigos –dije separándome de su cuerpo paulatinamente.
— Nunca antes había tenido una amiga "patito" –bromeó Mario–. Amigos.