Estaba confusa, y con el corazón hecho un lío. Quería seguir con este juego, y no me rendiría ahora. Claro que me dolió ver a Nuria besando a Mario. Era mi amigo y quería lo mejor para él, al igual que él lo quería para mí después de escuchar sus palabras. No hacía falta que me recordase la regla que contenía el posavasos rojo, nunca dejaría que ningún chico me tocase sin yo quererlo. Y todas las veces que Mario lo había hecho, no se lo había impedido porque quería que lo hiciera. Al principio me ponía tensa, pero después me relajé y aprendí a disfrutar del juego. Sí, lo acepté, me gustaba que Mario me tocase, que me acariciase y que me besase. Adoraba ser su "patito" y cómo me ayudaba a afrontar mis miedos. Estaba cayendo en el juego y sabía que no podría salir. Estar esta noche con Lucas me había servido para notar la diferencia de emociones, me había gustado pero no de la misma manera.
— Será mejor que yo también me vaya –expuse ya relajada.
— Te acompañaré, y perdóname si alguna vez he sobrepasado los límites –me comentó con total franqueza.
No había nada que perdonar, Mario nunca había incumplido las normas. Es más, yo sí que había gastado mis dos oportunidades de la tarjeta amarilla.
El camino de regreso a casa fue tranquilo, sin conversación alguna. No se me hizo pesado, mis pensamientos mantuvieron ocupada mi mente. Ya en la puerta, Mario se despidió de mí con un tono más frío de lo habitual, yo le correspondí del mismo modo.
Llegó el miércoles, por primera vez no estaba deseando que llegase la hora para volver a ver a Mario. No entendía mis sentimientos, éramos amigos, sólo eso.
Al fin mis padres tenían la mañana libre para poder llevar a Raúl a su clase de natación. Pensé que sería buena idea salir a pasear y despejar la mente. Eso hice.
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Estaba preparado para la clase de hoy. En diez minutos el jardín se llenó de niños con ganas de seguir aprendiendo a nadar. Escuché la voz de Raúl a lo lejos, me giré para saludarlo a él y a su hermana, pero me llevé la sorpresa de que hoy venía acompañado por sus padres. Estaba preocupado por Patri, ¿por qué no lo había acompañado ella?
La mañana pasó sin contratiempos, los niños cada vez estaban más sueltos. Parecían patitos en el agua, y eso me hizo recordar otra vez a Patri. Poco antes de que los padres de Raúl viniesen a recogerlo, el chiquillo se acercó a mí entregándome un paquete:
— Es un regalo –me dijo con una sonrisa de oreja a oreja.
— ¡Muchas gracias! –exclamé mientras lo abría. Se trataba de dos colgantes con forma de medio corazón, en uno se leía la letra P y en el otro, la M.
— Lo hice yo solito ayer en el taller de cerámica. He preparado dos para mi novia y para mí, y pensé en que a mi hermana y a tí también os gustaría –explicó el niño con tono alegre.
— ¿Y por qué me das a mí los dos? ¿Y tu hermana? –repuse a la vez que pensaba que ella se había negado a quedárselo y que ese era el motivo de ofrecerme los dos colgantes.
— Se los enseñé a mi hermana, y les encantó... Pero como yo se lo daré a mi novia, había pensado que tú deberías hacer lo mismo –añadió el niño con un desparpajo impropio de su edad.
— Llevas razón, además me servirá para que tu hermana me perdone –contesté a su propuesta–. Ayer discutimos un poco, pero no fue nada que no se pueda arreglar.
— Si te prometo traerla esta tarde a tu casa, ¿puedo venir a jugar a Mario Bros? –suplicó el muy listillo.
— Claro –acepté con resignación.
En escasos segundos sus padres aparecieron por la puerta, escondí los colgantes y Raúl se despidió hasta la tarde. Contaba con la ayuda de su astuto hermanito, y tenía que aprovechar esa ventaja para aclarar lo de anoche.
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No podía creer que Raúl hubiese quedado con Mario esta tarde para jugar, y que tendría que ser yo la que lo llevase porque él se lo había pedido. No quería volver a abrir el cajón de la incomodidad. Sé que ahora las cosas sí que habían cambiado, y que nuestra ficticia relación al igual que nuestra amistad se había enfriado.
Comí tranquila, sin darle demasiadas vueltas al coco hasta que llegó el momento de poner rumbo a casa de Mario. Raúl me entretuvo por el camino con cualquier tontería que se le ocurría, era pequeño pero se había dado cuenta que desde anoche no estaba bien. Era un buen hermano, tanto que estaría dispuesta a aceptar esta estúpida tontería de volver a ver a mi supuesto novio por él.
Entramos al chalet, Raúl corrió junto a la Play Station, no perdió ni un segundo. Mario se dirigió hacia mí con las dos manos tras la espalda como si algo estuviese escondiendo:
— Y dime, ¿me has perdonado? –insistió presionándome.
— Volveré a las siete para recoger a Raúl –sostuve evadiendo su pregunta.
— No te vayas, por favor –me suplicó él.
— No me presiones entonces... Y no, no te he perdonado porque no hay nada que perdonar. Acepté el juego independientemente de lo que podía conllevar. Las reglas eran claras. No es tu culpa que nunca nadie se haya interesado en mí, al fin y al cabo seré un "patito feo" –concluí con resignación y cierta tristeza.
— Me quedo más aliviado –soltó–. Pero ni se te ocurra menospreciarte, no eres ningún "patito feo". No tengas prisa por hacerlo, o sea, por salir con alguien me refiero –aclaró–. No hay muchos tíos que estén a tu altura...
— Ya –musité con bastante melancolía.
— Tengo un regalo para que te alegres –dijo a la vez que me mostraba la cajita que escondía tras su espalda–. ¿Quieres seguir siendo mi "patito"? ¿Amigos? –añadió en tono reflexivo.
— Amigos –le respondí sonriente mientras sacaba el colgante que mi hermano había fabricado con la letra M–. ¿Cómo ha llegado esto a tus manos?