No lo perdonaría, no podía hacerlo. Ya no había un "juntos" ni un "nosotros". Lo mejor que hice fue no responderle, no despegaría mis labios, no tenía ánimos de seguir con la discusión. Mario había roto mi corazón en mil pedazos, ya no lo podría recomponer. De modo que decidí marcharme de ese lugar, no quería estar junto al chico que me había prometido tanto y que nada había cumplido.
Me puse en marcha para regresar a casa, Mario iba tras mis pasos rogando mi perdón. No caería en su trampa por muy enamorada que estuviera. Mi rabia estuvo a punto de jugarme una mala pasada, pero mi dolido corazón no me dejaba articular palabra.
Llegué al chalet vacacional con la sensación de que Mario me seguía, pero no giraría la cabeza para comprobarlo, no le daría el gusto de prestarle la atención que no merecía. Abrí la puerta, subí con cuidado de no hacer ruido y me metí en la cama. Estuve llorando toda la noche, nunca me había sentido así. Pensé en lo tonta que había sido al creer que él sería el primero, estaba dispuesta a todo con él. Esos pensamientos aumentaron aún más mis sollozos, y entre lágrimas conseguí dormirme horas después.
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Acepté resignado que Patri no me perdonaría, al menos por ahora, pero no podía dejarla ir sola a estas horas. De forma que me dispuse a escoltarla en su trayecto de vuelta a casa, varios metros nos separaban y ella ninguna vez se giró para verme. En el fondo ella sabía que no la dejaría sola, ya que siempre la había acompañado por miedo a que algo malo le ocurriese. Y esta vez no era para menos.
Una vez que entró en la vivienda, esperé a lo lejos hasta confirmar que llegaba a su cuarto a través de la ventana. La luz de la habitación permaneció encendida durante horas, sabía que estaba llorando y que el causante de su tristeza era yo. Más tarde me marché a casa, allí la fiesta se había dado por concluida después del tremendo susto que la caída a la piscina de Patri había ocasionado.
Javi y Lucía estaban recogiendo los restos de la celebración que habían quedado en el jardín. Al verme corrieron hacia mí y me preguntaron por lo que había ocurrido. Rompí a llorar como un niño pequeño y les conté todo lo sucedido. Los chicos entraron en cólera, primero por lo que la "Víbora" había tramado, y segundo por lo que hizo su amiguita. Estaban realmente afectados, se lamentaron no estar en la fiesta en ese momento, yo los calmé explicándoles que no era su obligación. Claro que sí que era la mía, no había cumplido mi promesa de ayudar a Patri.
Me encerré en mi dormitorio, no quería que nadie me interrumpiese ni tratase de hablar conmigo para consolarme. Y Javi y Lucía, lo comprendieron. Necesitaba estar a solas, meditar lo sucedido y buscar una solución al peor de mis problemas hasta ahora. Con mi ex había sido distinto, ella era la que me había engañado, pero en este caso era yo el que le había fallado a Patri. Además, no sabía cómo justificar lo que había pasado esa misma noche con Nuria. No quería volver con ella, eso sí que lo tenía bien claro.
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Amanecí a la mañana siguiente con el teléfono saturado de mensajes:
Mario: Tenemos que hablar, por favor "patito"... Déjame explicártelo todo.
Lucía: ¿Cómo estás? Sabes que aquí estoy para cualquier cosa que necesites.
Javi: Escríbeme para quedar en el café, necesitáis hablarlo... Esto no os hace bien a ninguno de los dos.
No respondí a ninguno, simplemente borré el listado de chats de la barra de notificaciones de mi móvil. No tenía ánimos para hablar con Mario ni para pedir ayuda a Lucía. La opción de Javi no me apetecía por el momento, pero sabía que llevaba razón en cuanto a que esta situación sólo nos estaba haciendo daño a ambos.
Me quedé en la cama con la excusa de que estaba cansada por la noche anterior y mis padres no se opusieron, porque al menos de esta forma habían conseguido que saliera de casa y disfrutara. ¡Cómo se equivocaban! Ni siquiera bajé a desayunar. A eso del mediodía, Raúl entró y se tumbó junto a mí. Mi hermano me conocía bien y sabía que algo malo había pasado:
— ¿Te has peleado con tu novio? –preguntó con tono tristón.
— No es mi novio Raúl, sólo era un juego –repuse de forma cortante.
— ¿Pero os habéis peleado? –insistió de nuevo con el temita.
— Sí, nos hemos peleado –contesté resignada. Tampoco podía ocultarle la verdad, no le diría el motivo pero sí que ya no había nada entre nosotros, si es que alguna vez lo había habido–. No preguntes la razón.
— Está bien, pero no te engañes... Sé que no era ningún juego, a Mario le gustas –aclaró mi hermano.
Abracé a Raúl y comencé a llorar. Estaba en lo cierto: lo que sentíamos ya no era un juego, había pasado del juego al amor. Y en estos momentos del amor al desamor. Continuamos abrazados un buen rato. Mi hermano me ayudó a engañar a mis padres para que me permitieran comer en mi cuarto. La tarde transcurrió igual que la mañana, aunque ya cada vez me encontraba más repuesta. No sabía si era porque había aceptado que este era el final, o porque había acabado con todas las lágrimas que podía derramar.
Salí a la zona de tumbonas que había frente al río, cogí mi libro y me entretuve leyendo un buen rato. Después me excusé de la cena diciendo a mis padres que había quedado con los chicos para preparar unas pizzas. Me entristecía tener que recurrir a la mentira, pero no me quedaba otra opción. Algo bueno había sacado de todo esto, jugar al Mentiroso me había ayudado bastante en ese aspecto.
Puse rumbo a la zona de los merenderos, el aire fresco me vendría bien para desconectar y despejarme. A medianoche regresé a casa, de esa forma me aseguraba que todos estarían descansando en sus dormitorios y no me avasallarían con preguntas.