Lucas y yo salimos del local sin que nuestras manos se separaran un milímetro. Su moto estaba aparcada a escasos metros del café, nunca me había subido en una y la idea hizo que me entrara el pánico. Tenía que confesarle este miedo, o quedaría como una tonta el primer día que nos conocíamos:
— Nunca he montado en moto –musité con cierto nerviosismo en mi voz.
— Tranquila, si te agarras bien a mí ni te darás cuenta –respondió con un tono que no pude descifrar muy bien.
Entonces, Lucas me ayudó a subir e hizo que mis brazos rodearan su cuerpo. En el momento que puso en marcha su moto, yo lo abracé con más fuerza y él soltó una risita de satisfacción. Se estaba riendo de mi miedo y aprovechando la oportunidad, pero era tan mono que no quería ver la realidad.
En algo menos de diez minutos, estábamos en una zona arbolada alejada de cualquier otra vivienda habitable. Desde el exterior se escuchaba bastante murmullo dentro de la cabaña, parecía estar llena de gente. ¡Ay no, socializar otra vez! Pensé un poco desanimada.
Bajamos de la moto, y Lucas posó su mano cálida sobre mi espalda fría y descubierta. Mi primera experiencia en moto no había sido tan desagradable como pensaba, y este último gesto hizo dibujar una sonrisa en mis labios.
Pasamos dentro de la cabaña, y al ver el ambiente mi cara cambió. Saludé con cierto desdén a los chicos que había sentados en el sofá. Estaban fumando cachimba y las botellas de alcohol invadían el espacio. Se trataba de un montón de jóvenes que no había visto hasta ahora, menos a una de ellas: Nuria.
— ¿Te apetece algo? –me preguntó Lucas ante mi cara de asombro por ver la situación.
— Estoy un poco agobiada, con tanta gente en un sitio tan pequeñito me da claustrofobia –mentí para tratar de huir de aquello que no iba conmigo y mucho menos de pasar la velada junto a esa "Víbora".
— Sígueme, a mí también me apetece estar a solas –respondió Lucas malinterpretando mis palabras y sin dejarme aclarar el tema.
Abrió una puerta que estaba junto a la cocina, se trataba de un dormitorio. No era muy grande, solo contaba con los muebles básicos, así que o nos sentábamos sobre la cama o sobre el suelo. La última opción no era la más acertada, y sabía que Lucas elegiría la primera. Y así fue.
— Voy a por algo de bebida, espera aquí un segundo –sentenció ante mi cara de desconcierto.
Un par de minutos más tarde volvió con un vaso para él cuyo contenido no supe identificar muy bien, pero que incluía alcohol seguro, y otro para mí con cola. Yo sólo deseaba que acabara esto lo antes posible y no me apetecía tomar nada, así que rechacé su ofrecimiento. Su rostro adquirió un tono de desesperación, pero no volvió a insistir más con la bebida.
— Está bien –dijo zanjando el tema a la vez que se sentaba junto a mí en la cama–. ¿No tienes calor?
— No –dije cortante y temerosa de lo que siguiese a continuación.
— Pues yo sí –repuso quitándose la camiseta al tiempo que posaba su mano sobre uno de mis muslos y aprovechaba la vaporosidad de mi vestido para acercarse poco a poco a una de las P-I-I–. ¡Estoy muy caliente!
— ¡Qué tal si nos conocemos antes mejor! –espeté deteniendo en seco su traviesa mano. Notaba su actitud ardiente, y eso me hizo recordar a la vez que tuvo que quitarme la camiseta por ese estúpido juego de la botella enmascarado por El Mentiroso.
— Como prefieras... Por cierto tienes unos rizos espectaculares –me alabó para calmar mis nervios retirándome el cabello que cubría uno de mis hombros.
— Gracias –fue lo único que conseguí decir. Sabía que esto no acabaría bien, o al menos no de la forma que yo deseaba.
— ¡Estás buenísima! –continuó Lucas mientras jugueteaba con mi pelo y besaba ardientemente mi hombro descubierto.
Mi cuerpo se tensó. Esta vez era una sensación extraña, siempre había notado la diferencia entre la calidez de Mario y la lujuria de Lucas. Pero este último no se detuvo ante mi agobio, sino que prosiguió y finalmente sobrepasó los límites de lo que yo quería hacer. Eso me llevó a pronunciar algo que hasta ahora no había necesitado expresar verbalmente con Mario:
— ¡Para! –grité furiosa.
— Dale un sorbo a la cola, eso te relajará –inquirió Lucas alzándome el vaso.
— He dicho que no... Será mejor que me vaya a casa –musité temblando al tiempo que cogía mi bolso y salía de la habitación.
A mi salida, Lucas ni hizo el intento de disuadirme ni tampoco se disculpó por lo sucedido. La idiota de Nuria se quedó mirándome a la vez que se reía a carcajadas. No sé si escuché cómo le propuso a Lucas ser ella quien continuase lo que ni siquiera había empezado conmigo, o si era producto de mi imaginación. Sea como fuese, abrí con nerviosismo mi bolso en busca de mi teléfono móvil para activar la ubicación y regresar a casa. Tuve la mala suerte de que se cayeran los posavasos donde se reflejaban las reglas del juego que aún guardaba en él. Y cómo no, "La Víbora" andó más rápida que yo en cogerlos del suelo.
— "Besos sin lengua"... "No hacer nada que la otra persona no quiera hacer"... –leyó Nuria antes de que le arrebatase todos los posavasos de sus manos–. ¿Con que este era el jueguecito que te traías con Mario?
— No tengo por qué darte explicaciones –le solté entrando en cólera.
— ¡Ey Lucas! Esta tipa no se te abrirá de piernas tan fácilmente... –escupió entre risas dirigiéndose hacia el interesado–. ¡Difícil lo tienes bonita! Si crees que así vas a encontrar el amor verdadero, vas lista –agregó esta vez hacia mí.
Salí corriendo sin mirar atrás, no sabía dónde mis pies me llevaban. Era la primera vez que me había sentido tan incómoda con alguien y me vino a la mente lo que Mario me había dicho respecto a él: "No vayas a ningún sitio fuera del café, y no dejes que te obligue a hacer algo que no quieras". Maldije el no hacerle caso, llevaba razón y ahora sabía que sólo se preocupaba por mi bienestar.