El tiempo que pasó desde que mi hermana salió del café hasta que pisó el portal de la casa se me hizo eterno. Los segundos parecían horas, y estaba temiendo por lo que le pudiera suceder a Patri. Una vez que llegó, salí de estampida en busca de mi "patito". La cabaña estaba lejos de la zona residencial, me llevaría unos 20 minutos si caminaba a pie ligero. Y durante todo el trayecto mil cosas pasaron por mi mente, ninguna de ellas era buena. Esta vez no la decepcionaría, estaría ahí para ayudarla.
Llegué a la cabaña, estaba tal y como la recordaba. No perdí el tiempo y dejé mis buenos modales a un lado, abrí la puerta y grité el nombre de Lucas. La mayoría de la gente que había en el salón estaba ebria y se tomaron mi enfado a pitorreo. Lucas no estaba con ellos, así que me dirigí al dormitorio. Todo me traía malos recuerdos, no podía creer como yo había podido comportarme de esta forma tiempo atrás. Mi intuición no me fallaba, allí estaba ese capullo enrollándose con mi ex.
— ¡Lucas! –le grité cortándoles el rollo–. ¿Dónde está Patri?
— ¡No lo sé! ¡Déjame en paz! –me reprendió por joderle el momento.
— Estará escribiendo en sus posavasos más reglas para vuestro jueguecito. Lo mismo ahora te deja que le des un pico, pero sin lengua claro –espetó Nuria con tono guasón.
— ¿Pero qué estás diciendo? ¡Sal de mi vista ahora mismo! –exclamé enfadado–. Dicen que "Dios los cría y ellos se juntan"... –expresé aludiendo a como dos personas tan mezquinas habían terminado juntas. Al fin me desengañaba con Nuria, era una "Víbora" y se merecía a un capullo como Lucas.
— ¿Quién te crees que eres para venir y mandar en mi garito? Ya no eres bienvenido aquí –soltó Lucas a la vez que Nuria salía de la habitación.
— Eres un capullo –fue lo primero que pasó por mi mente y salió por mi boca.
Ese fue el detonante que nos enzarzó en la pelea. Ni siquiera la primera vez que me enteré que había estado con mi entonces novia nos peleábamos de la forma en la que ahora lo hacíamos. El verles juntos no me había hecho sentir nada, el motivo no era ese sino lo que habría podido hacerle a Patri.
Lucas me golpeó varias veces en el abdomen y en la comisura de los labios, por mi parte también se las devolví incluso amoratándole un ojo. Después de una tensa pelea, ambos nos quedamos casi sin aliento y mi mayor enemigo se distanció de mí y habló para poner fin a la disputa:
— ¡Patri no está aquí! No me ha dejado ni tocarla... Yo que tú salía en su busca, si tanto parece que te importa –proclamó.
Eso me hizo abrir los ojos, Lucas ya se había llevado su merecido. Pero no estaba salvando a la chica que tanto me importaba, y eso era lo que ahora me tocaba hacer. De modo que sin decir palabra, corrí de nuevo hacia su casa con la esperanza de que ella hubiese vuelto hasta allí.
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Conseguí volver al chalet vacacional aunque menuda rodea había dado. Las luces estaban apagadas, pero se veía una tenue iluminación del reflejo de la televisión. Toqué al timbre, las llaves se me habían olvidado antes con las prisas. Para mi sorpresa, no fue Mario quién abrió la puerta, sino Lucía. Miré hacia el salón y vi a Raúl dormido en el sofá, por lo que reprimí mis lágrimas y hablé en voz baja:
— ¿Qué haces aquí Lucía? ¿Dónde está Mario? –pregunté con inquietud.
— Me pidió que me quedase con tu hermano mientras él iba a buscarte... Te vimos salir con Lucas del café y estábamos preocupados –repuso justificándose.
— No me hables de Lucas –rompí mi llanto contenido–. Me llevó a su cabaña e intentó...
— Lucas es un capullo –cortó Lucía mi discurso–. ¿Te ha obligado a beber algo?
— Me ha insistido en varias ocasiones, pero no me apetecía –repuse no dando crédito a lo que eso podía significar.
— Sé que a veces recurre a un tipo de droga que echa en la bebida para manejar a las chicas a su antojo –me explicó Lucía.
— ¿Y cómo sabes eso? –inquirí asustada.
— Mario sólo te ha dicho que su enemistad fue por lo de Nuria, ¿verdad? –dijo ella dejando entrever que esa no era la única razón.
— Sí, ¿por qué? –contesté con ganas de descubrir la verdad.
— Porque antes de que eso pasara, Mario ya se había distanciado de Lucas –explicó–. Verás... Lucas ya intentó propasarse conmigo utilizando ese tipo de técnicas, mi hermano lo pilló y ahí se acabó todo.
Ese era el motivo por el que Mario le tenía tanta inquina al capullo de Lucas, y lo de capullo se quedaba corto para lo que merecía llamarse. Por eso insistía tanto en que no saliese con él. No quería que saliese del café porque al menos de ese modo sus amigos me podían vigilar. Y me repitió que no dejase que hiciera algo que yo no quería para prevenirme de lo que podía ocurrir. ¿Por qué no había confiado en su palabra? Él sí que merecía la pena de verdad.
Más tarde y una vez ya recompuesta, me despedí de Lucía a la cual agradecí enormemente su confesión y su ayuda, y le pedí que se marchara. Después fui al baño y me lavé la cara, pues sabía que Mario estaría al caer y no quería que notase que había estado llorando. Mi hermano seguía adormecido en el sofá, me alegré de que estuviese ajeno a todo lo acontecido.
En escasos cinco minutos, el chico al que tanto esperaba para reconciliarme con él llamó a la puerta. Corrí hacia allí y abrí sin titubear. Cuando vi el estado en el que se encontraba, rompí en sollozos y lo abracé con el corazón en un puño:
— ¿Qué te ha pasado? –repuse entre lágrimas.
— No ha sido nada, sólo le he dado su merecido al cabrón de Lucas –contestó con el rostro magullado–. ¿Y tú cómo te encuentras? Eso es lo importante.
— Estoy bien. No me gustaba como estaba saliendo mi cita, le he dado calabazas y he venido a buscarte –expuse quitándole hierro al asunto.