Del odio al amor es solo un paso

El despertar de la esperanza

El sonido de la campanilla de la puerta se hizo presente una vez más, anunciando la llegada de un nuevo día. Iraide estaba detrás del mostrador de la librería, como siempre, pero ya nada era lo mismo. Su mente estaba llena de incertidumbres, y su corazón palpitaba con una mezcla de emoción y temor. Había aceptado la oferta de Asher Savoy, pero en el fondo sabía que el trato solo era el principio de algo mucho más grande, algo que no podría controlar por completo.

Los primeros días después de la firma del acuerdo fueron extraños. Asher había cumplido con su palabra: la librería seguía siendo suya, pero ahora con el respaldo de su inversión. Los estantes que una vez estaban abarrotados de libros polvorientos y desgastados habían sido renovados. Los pasillos fueron reorganizados, creando un flujo más fluido que invitaba a los visitantes a pasar y explorar. Los libros, aunque seguían siendo el alma del lugar, ahora se veían más organizados, más modernos, con una elegancia discreta que contrastaba con la esencia más rústica que Iraide había querido preservar.

Al principio, la idea de que Asher estuviera detrás de esas modificaciones la inquietaba. Pensaba que su presencia iba a destruir la atmósfera que había creado con tanto amor. Sin embargo, después de un par de días, se dio cuenta de que algo en ella había cambiado. La librería no había perdido su magia. Había algo en la forma en que Asher había manejado la transformación que le daba un aire fresco, una nueva vitalidad, sin sacrificar lo que hacía especial a este lugar.

Todavía se sentía como una invitada en su propio espacio, como si estuviera observando su vida desde fuera, con una extraña sensación de desajuste. Aunque la librería seguía siendo suya, una parte de ella no podía evitar preguntarse cuánto de ella misma había entregado en el trato.

Esa mañana, mientras reorganizaba una estantería de libros antiguos, la puerta de la librería volvió a sonar. Esta vez, era Clara, la clienta habitual que siempre la había apoyado, aunque nunca de manera intrusiva. Clara la miró con su cálida sonrisa y sus ojos llenos de sabiduría, como si supiera lo que Iraide había estado viviendo.

—Vaya, parece que has renovado el lugar —dijo Clara, caminando lentamente por el pasillo como si estuviera evaluando cada cambio. —Pero aún tiene esa esencia tuya, no te preocupes.

Iraide sonrió débilmente.

—Gracias, Clara. No es fácil, la verdad. No sé si lo que hice fue lo correcto. Pero a veces siento que no tengo otra opción.

Clara se detuvo frente a una de las mesas, tomándose su tiempo antes de responder.

—Lo sé. Decidir es siempre el paso más difícil. Pero te diré algo: no te apresures a juzgar lo que has hecho. Algunas veces el cambio puede ser el comienzo de algo aún mejor, aunque no lo veamos al principio. ¿Recuerdas cuando abriste la librería por primera vez? Todo estaba lleno de incertidumbre, y, aun así, lo hiciste. Lo que importa es lo que haces ahora, cómo lo haces, y lo que decides que este lugar siga representando para ti.

Iraide la observó en silencio. Clara tenía una manera de hablar que la dejaba sin palabras, una capacidad para ver las cosas con claridad cuando ella misma se sentía perdida.

—Gracias, Clara. Realmente lo necesitaba. —Iraide suspiró y miró la tienda con ojos nuevos, intentando aceptar que no todo lo que venía con el cambio era negativo.

En ese preciso momento, la campanilla de la puerta sonó de nuevo. Iraide se giró, y esta vez no era otro cliente. Era Asher. Entró con su habitual confianza, como si la librería fuera parte de su mundo, un mundo que estaba empezando a dominar, aunque a Iraide le costara aceptarlo.

—Iraide —dijo Asher, sin mucha ceremonia, pero con una leve sonrisa—. ¿Cómo va todo?

Iraide lo miró, tratando de contener el caos de pensamientos que la invadían. Asher parecía relajado, como si no estuviera preocupado por los cambios que él mismo había impulsado, ni por el futuro incierto que ella misma temía.

—Va... bien —respondió, pero algo en su voz traicionó la certeza que intentaba transmitir.

Asher la observó por un momento, con una mirada penetrante que parecía leer más allá de lo que decía. Sus ojos azules se posaron en ella con una calma que solo él parecía tener.

—Sé que esto es difícil para ti, Iraide. No espero que confíes en mí de inmediato, pero lo único que quiero es que esta librería siga siendo tuya. Yo solo estoy aquí para asegurarme de que sobreviva, para que puedas seguir haciendo lo que amas. Y créeme, lo que estás haciendo aquí tiene un valor incalculable.

Iraide frunció el ceño, sintiendo una mezcla de desconfianza y una extraña sensación de alivio.

—¿Qué es lo que quieres de verdad, Asher? —preguntó, con la voz más firme de lo que sentía en su interior.

Asher dio un paso hacia ella, sus movimientos fluidos, casi como si estuviera cómodo en su propio espacio.

—No quiero nada de ti, Iraide. Lo que quiero es que el lugar que has creado siga existiendo. Y no es solo porque sea una inversión para mí. He recorrido el mundo entero, he visto lo que las personas valoran, y lo que haces aquí tiene algo que no tiene precio. No quiero perder eso. Y, sinceramente, no creo que tú tampoco lo quieras perder.

Las palabras de Asher la golpearon con fuerza. Él tenía razón, en cierto modo. No quería perder su librería. No podía. Pero también había algo en su tono, en la forma en que hablaba, que la hacía dudar. Asher nunca había sido alguien que diera algo sin esperar algo a cambio, y aunque sus palabras sonaban sinceras, Iraide no podía quitarse la sensación de que había algo más detrás de ellas.




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