La tarde se desvanecía lentamente, y la librería, siempre cálida y acogedora, comenzaba a vaciarse de clientes. Iraide se encontró en su rincón habitual, ordenando unos libros que parecían interminables, pero su mente no estaba en las estanterías ni en las palabras impresas. No podía dejar de pensar en la cita con Asher. ¿Cómo había llegado a este punto? ¿Cómo había pasado de compartir conversaciones casuales sobre libros y cafés a estar a punto de pasar una velada con él, en un lugar que él había elegido?
A medida que el reloj avanzaba, Iraide sintió cómo su ansiedad crecía, pero también una extraña sensación de emoción. La misma mezcla que había sentido hace unos días, cuando había aceptado el riesgo de caminar hacia un futuro incierto.
Finalmente, las manecillas del reloj marcaron las siete. Iraide cerró el libro que tenía en las manos, lo dejó cuidadosamente en el mostrador y se dirigió hacia el vestidor. Se miró en el espejo, asegurándose de que su atuendo fuera apropiado, ni demasiado casual ni demasiado formal. Eligió una blusa de seda azul, simple, pero elegante, y unos pantalones oscuros que la hacían sentirse cómoda y, al mismo tiempo, un poco más segura.
Cuando salió de la librería, el aire fresco de la noche le dio la bienvenida. Las calles estaban iluminadas por faroles de luz cálida, y el suave murmullo de la ciudad parecía estar en sintonía con su estado de ánimo: algo tranquilo, algo expectante.
No pasó mucho tiempo antes de que lo viera. Asher la esperaba frente a la librería, apoyado contra la pared, con una sonrisa que parecía iluminar la noche. Llevaba una chaqueta de cuero oscura, que le daba un aire relajado pero sofisticado al mismo tiempo. Iraide se acercó, y él la observó con un brillo en los ojos que hizo que el pulso de Iraide se acelerara.
—Buenas noches —dijo Asher, su voz cálida, cargada de algo indefinido, como si hubiera estado esperando ese momento tanto como ella.
—Buenas noches —respondió Iraide, sonriendo tímidamente. Se dio cuenta de lo nerviosa que estaba, de lo fácil que era sentir esa tensión en el aire.
Asher extendió su brazo, un gesto sencillo pero cargado de significado. Iraide dudó por un momento, pero luego lo tomó, y juntos caminaron por la calle. La sensación de tener su brazo cerca le dio una seguridad inexplicable.
—¿Sabes? —dijo Asher, rompiendo el silencio entre ellos—. He estado pensando en todo esto durante mucho tiempo. No en la cita en sí, sino en cómo llegar a este momento. Siempre me ha gustado la forma en que nos entendemos, cómo parece que no necesitamos explicarnos demasiado. Pero hoy, al verte, sentí que esto… esto es diferente.
Iraide lo miró, sorprendida por la sinceridad en sus palabras. ¿Realmente lo había estado pensando tanto como ella? La idea de que este momento, aparentemente simple, tuviera tanto trasfondo le dio un vuelco en el estómago.
—Yo también lo he pensado —respondió ella, con voz baja—. Siempre he sentido que había algo especial entre nosotros, pero hoy… hoy siento que realmente estamos en el mismo lugar, en el mismo momento.
Asher sonrió de nuevo, y su expresión se suavizó. No necesitaban más palabras. El ambiente, la conexión entre ellos, ya hablaba por sí sola.
Al llegar a un pequeño restaurante escondido entre las calles más tranquilas de la ciudad, Asher la guia hacia la puerta. Era un lugar que Iraide no conocía, con una atmósfera íntima y acogedora, una luz tenue que hacía que todo pareciera más cercano, más real. La decoración era sencilla, pero elegante, con paredes adornadas con fotografías en blanco y negro que mostraban paisajes lejanos. El sonido suave de música clásica flotaba en el aire, creando una atmósfera perfecta para una conversación tranquila.
Asher había elegido bien.
—¿Te gusta? —preguntó, observando su rostro mientras la guiaba hacia su mesa.
Iraide asintió, sonriendo por lo bajo.
—Es perfecto. Me encanta.
Se sentaron, y el camarero les entregó los menús. Iraide miró a su alrededor, sin saber muy bien qué hacer con sus manos, como si todo fuera un sueño y no pudiera creer que estuviera ahí, en ese momento, con Asher. Sin embargo, cuando lo miró, vio algo que la tranquilizó: la misma mezcla de nervios y emoción que sentía ella. Había algo en la forma en que Asher la miraba que la hacía sentir como si todo fuera natural, como si fuera solo otro paso en un camino que ya habían comenzado juntos, aunque no lo supieran aún.
—Entonces —comenzó Asher, rompiendo el silencio—, ¿te gustaría contarme algo que no sepa de ti? Algo que nunca has dicho antes.
Iraide lo miró, intrigada. A lo largo de su amistad, había compartido mucho con él, pero había algo en su propuesta que la hizo pensar que este momento era diferente. Tal vez porque ahora, más que nunca, sentía que su vida, su historia, podría entrelazarse con la de él de una manera mucho más profunda.
Iraide respiró hondo, dejando que el silencio la rodeara por un momento antes de responder.
—Siempre he querido ser escritora —dijo, con una ligera sonrisa en los labios—. Desde pequeña, pero nunca me atreví a dar el paso. He escrito un par de cuentos, pero los guardé en un cajón, como si no valieran la pena.
Asher la miró con una expresión pensativa, luego le tomó la mano, un gesto sencillo, pero cargado de apoyo.
—¿Por qué no me lo habías dicho antes? —preguntó, genuinamente sorprendido.
—Porque… porque nunca supe si alguien los leería y los entendería —admitió Iraide, mirando sus manos entrelazadas con las de él—. Y ahora, no sé si soy capaz de hacerlo. Pero tal vez, si me atrevo a tomar este paso… tal vez podría hacer algo con eso.
Asher la observó, como si estuviera viendo una parte de ella que nunca había conocido.
—Yo lo leería —dijo suavemente, sin dudarlo. Luego, sonrió—. Y créeme, si sigues adelante, seré el primero en animarte. Pero lo más importante es que tú lo hagas por ti misma, no por nadie más.
Editado: 01.06.2025