El aire de la mañana se sentía fresco y lleno de promesas, como si la ciudad misma hubiera dado un suspiro colectivo de alivio después de la noche. Iraide despertó con una sensación diferente en su pecho, una mezcla de calma y excitación. La cita con Asher la noche anterior había sido más de lo que esperaba, más de lo que había soñado. Había algo en la forma en que él la miraba, en la forma en que la había hecho sentirse importante, que la había tocado profundamente.
El sol ya iluminaba su pequeño apartamento cuando se levantó de la cama. Mientras se alistaba para comenzar otro día en la librería, su mente seguía girando en torno a lo que había compartido con Asher. Había sido sincera con él, algo que rara vez hacía con los demás, especialmente sobre su pasión por escribir. Y él había reaccionado de una manera que no solo la hizo sentirse vista, sino también escuchada.
Pero había algo más que la inquietaba: su propio miedo. ¿Y si realmente no podía escribir? ¿Y si todo lo que había guardado en sus cajones no era tan importante como pensaba? ¿Y si sus sueños eran solo fantasías que nunca llegarían a materializarse?
Sacudió la cabeza para ahuyentar esos pensamientos mientras se ponía el abrigo. "No voy a dejar que el miedo me controle", pensó, repitiéndose una y otra vez mientras caminaba hacia la librería. Sabía que esa sensación de inseguridad la había acompañado durante mucho tiempo, pero algo dentro de ella sentía que había llegado el momento de enfrentarlo. Y tal vez, solo tal vez, Asher había sido la clave para darle ese empujón.
Al llegar, la librería aún estaba vacía. El ambiente tranquilo la rodeó, dándole una sensación de familiaridad que la reconfortó. Salió a la parte de atrás para organizar unas cajas de nuevos libros que acababan de llegar, el aroma del papel y la tinta llenando el aire. Pero sus pensamientos seguían vagando hacia anoche. Había sido tan fácil estar con Asher, como si todos los miedos que habían sido barreras en su vida se desvanecieran en su presencia.
De repente, la campanita de la puerta sonó, y un rostro familiar apareció en el umbral: Asher.
Su corazón dio un pequeño salto al verlo, y aunque se sentía tranquila, había algo en el brillo de sus ojos que la hacía sonrojarse, aún sin saber por qué. Asher siempre tenía una manera de hacerla sentir especial, de hacerla cuestionar todo lo que había creído saber sobre sí misma.
—Buenos días —dijo él, con su sonrisa característica, esa que siempre lograba hacerla sentir como si todo estuviera bien en el mundo.
—Hola —respondió ella, sorprendida por lo natural que sonó su voz, tan tranquila como si ya se hubieran conocido toda la vida.
Asher se acercó al mostrador y, con un gesto que parecía tan espontáneo como siempre, sacó un pequeño paquete envuelto en papel Kraft de su mochila.
—Pensé que te gustaría esto —dijo, extendiéndole el paquete.
Iraide lo miró con curiosidad, sin saber qué esperar. Desempacó cuidadosamente el papel, revelando un libro encuadernado en cuero, con detalles dorados en la portada. Era un libro viejo, uno que, al parecer, había sido cuidadosamente restaurado.
—Es… increíble —dijo, tocando la portada con suavidad. El libro tenía un aire de misterio, como si escondiera historias que nunca habían sido contadas.
—Lo encontré en una tienda de antigüedades ayer —explicó Asher—. Pensé que te gustaría tenerlo. Es una edición especial de un autor que sé que aprecias.
Iraide lo miró, sin palabras al principio. Ese gesto, esa atención al detalle, le hizo sentirse más conectada con él de lo que esperaba. Había algo tan genuino en su forma de ser, algo que la hacía sentir valorada de una manera que nunca había experimentado.
—Gracias —respondió finalmente, su voz suave, casi emocionada. —Es perfecto. No sabía que alguien pudiera encontrar algo así para mí.
Asher sonrió, complacido de verla tan feliz.
—Bueno, ya sabes, no todos los días encuentro algo que me haga pensar en alguien tan especial como tú —dijo, y sus ojos se suavizaron, su tono mucho más serio que antes.
Iraide no pudo evitar sonrojarse, pero rápidamente intentó recuperar su compostura. Decidió, entonces, que no iba a dejar que los nervios la dominaran, que iba a seguir el flujo natural de lo que fuera que estuviera comenzando entre ellos.
—¿Cómo estuvo el resto de tu día después de la cita? —preguntó, buscando algo de normalidad en la conversación.
—Bueno, me pasé la noche pensando en lo que dijiste —respondió Asher, con un leve encogimiento de hombros—. Sobre lo de escribir. Y me hizo darme cuenta de algo: yo también tengo algo que siempre he querido hacer, pero nunca me he atrevido a dar el primer paso.
Iraide lo miró, intrigada.
—¿Y qué es eso? —preguntó, su curiosidad despertándose.
—He estado pensando en abrir una galería de arte —confesó Asher, con una pequeña sonrisa—. Algo que combine las obras de artistas locales con un espacio para que los jóvenes talentos puedan exponer su trabajo. Siempre ha sido una idea que he tenido, pero nunca lo he hecho. Tal vez por miedo a que no funcione.
Iraide lo miró con asombro, pero al mismo tiempo, la admiración creció en ella. Se dio cuenta de que, al igual que ella, Asher había estado cargando con sus propios miedos, sus propias inseguridades.
—Creo que sería una gran idea —dijo sinceramente—. Si alguien puede hacer que funcione, ese alguien eres tú.
Asher la miró a los ojos, y por un momento, ambos compartieron una mirada silenciosa, cargada de entendimiento mutuo.
—Tal vez deberíamos hacerlo juntos, en cierto modo —dijo Asher, en voz baja, como si fuera una idea que acababa de surgir—. No solo enfrentar nuestros miedos, sino hacerlo apoyándonos el uno al otro.
Iraide sintió una chispa de emoción recorrer su cuerpo. Podía ver en él la misma determinación que ella había comenzado a encontrar en sí misma. Tal vez, solo tal vez, podrían ayudar a que los sueños del otro cobraran vida.
Editado: 01.06.2025