Del odio al amor es solo un paso

la noche en silencio

La noche había caído sobre la ciudad, y las luces de los edificios brillaban en la distancia mientras el coche de Asher avanzaba por las calles tranquilas. Iraide se sentó en el asiento del copiloto, sus pensamientos aún dispersos por la conversación que habían tenido horas antes. A pesar de las tensiones que los habían rodeado, había algo en el aire esa noche, algo que le decía que tal vez, solo tal vez, las cosas podrían sanar.

Cuando llegaron al edificio de Asher, el lujo del lugar era evidente en cada detalle. El vestíbulo elegante, las luces suaves, el aroma que flotaba en el aire. Todo parecía indicar que esa noche sería distinta, un respiro de la tormenta que había sido su vida reciente. Asher le sonrió con una mirada que transmitía tranquilidad, como si intentara que se olvidara de todo lo que los había separado.

—Bienvenida a casa —dijo con suavidad, guiándola hacia el ascensor.

El apartamento de Asher era moderno, con una decoración impecable, pero lo que realmente destacaba era la sensación de calidez que lograba transmitir, a pesar de su lujo. Iraide lo siguió hasta la sala, donde una mesa de comedor con una cena cuidadosamente preparada la esperaba. El ambiente estaba impregnado con una atmósfera romántica, la luz tenue de las velas iluminaba el espacio y una suave melodía llenaba el aire.

Asher la miró, un brillo de cariño en sus ojos.

—Quiero que esta noche sea especial para los dos —dijo mientras le ofrecía una copa de vino.

Iraide aceptó con una sonrisa. No era la primera vez que compartían una cena juntos, pero había algo diferente en este momento. La tensión que había quedado entre ellos tras la conversación sobre Elena seguía ahí, pero esa noche, en ese lugar, todo parecía más ligero. El vino fluía, la comida estaba deliciosa y las risas llenaban los pequeños espacios entre las palabras.

A medida que la velada avanzaba, la distancia entre ellos se fue desvaneciendo. Asher la miraba con una intensidad que la hacía sentirse segura, al mismo tiempo vulnerable. Iraide podía ver en sus ojos el deseo de sanar, el deseo de reconectar, y algo dentro de ella empezó a ceder. Las palabras que no habían podido decirse se comunicaban a través de gestos y miradas, con una complicidad que solo ellos entendían.

Después de la cena, la conversación continuó, ligera, sin presiones. Cada paso que daban juntos parecía acercarlos más, hasta que el espacio entre ellos se hizo inexistente. Iraide no necesitaba explicaciones, ni más promesas. Sabía lo que sentía, y sabía que, por esa noche, todo lo que importaba era lo que compartían.

La noche se extendió más allá de la cena, entre abrazos, caricias y la conexión de dos personas que, a pesar de las dificultades, se habían encontrado nuevamente. Sin palabras, sin promesas vacías, solo la certeza de que el momento los había unido de nuevo.

A medida que el silencio los envolvía, con el corazón de Iraide latente en su pecho, sintió que esa noche era un paso más hacia adelante. No sabían qué les deparaba el futuro, pero lo que sí sabía es que esa noche, en la intimidad de su espacio compartido, estaban reconstruyendo lo que una vez pensaron perdido.

El resto de la noche, como el final de la cena, fue simple, tranquila, pero llena de una complicidad que solo ellos comprendían.

Y en esa calma, en esa quietud, Iraide supo que no importaba lo que viniera después. Lo importante era que estaban aquí, juntos, y por esa noche, eso era suficiente.




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