Del otro lado del puente

Capítulo 2

Saludo a la persona que siempre está en la recepción con una seña de mi mano y una sonrisa cerrada que, si me viera en un espejo, mi sonrisa llegaría hasta las orejas, reflejando la felicidad que siento.

Nadie sonríe así esperando un ascensor, salvo cuando la mujer de tu vida te espera arriba; es lo mínimo que podrías hacer. Cuando las puertas se abren, entro de un salto, ansioso, espero paciente a un lado. Entretanto, una mujer con su pequeño perro salen; ella me saluda y yo le devuelvo el gesto para después entrar y apretar el botón que lleva a mi piso. Tamborileo con los dedos en mi pierna. Mi corazón late con fuerza, no de nerviosismo, sino de emoción; como cada vez que mis ojos la ven.

Me echo un vistazo en el espejo que decora el interior del ascensor, una sonrisa que deja ver mis dientes se dibuja en mis escasos labios y suelto un resoplido, al mismo tiempo que me peino la barba con los dedos de la mano izquierda.

He de decir que las ansias por ver a Defne y besarla, me están comiendo vivo. El din que anuncia que las puertas se abrirán llega hasta mis oídos y segundos después se esconden hacia los lados dejándome ver el pasillo. He llegado al piso diez. No demoro en salir para caminar por el largo corredor que me lleva hasta la puerta de mi departamento. Sacó la llave del bolsillo del pantalón y la giro en la cerradura para luego abrir la puerta, lo primero que me recibe es el enorme ventanal por donde se puede observar la despejada tarde y casi toda la ciudad. Luego ella aparece con sus manos cruzadas al frente.

Viste un vestido negro que se ciñe a su perfecta silueta, se ve hermosa y elegante de pies a cabeza como siempre. Con su cabello castaño claro, liso y peinado hacia un lado. Con esos tacones tan altos y delgados como un lápiz, que siempre me hacen preguntarme cómo es que puede caminar con eso tan perfectamente y sin tropezarse.

—Hey, reina —digo con una sonrisa enorme en los labios.

Con la punta de mi pie cierro la puerta detrás de mí y camino hacia ella con los brazos abiertos para recibirla; mientras sujeto la flor y la caja de chocolates en una mano.

—Hola, Adem —su tono es serio y nada cálido—. Tenemos que hablar.

Siento un nudo en el estómago al escuchar el tono en el que aquellas palabras salen de entre sus hermosos labios.

Definitivamente, algo está pasando.

Me da la espalda y se encamina hacia los sofás de cuero negro que decoran la sala de estar. Yo la sigo mientras me deshago del saco y me aflojo la corbata negra de la camisa blanca. Dejo la flor y los chocolates sobre la mesa de centro.

—¿Desde cuándo soy solo Adem? —pregunto detrás de ella—. ¿Y por qué me acabas de dejar con los labios estirados? —paso saliva, mientras mi ceño fruncido no demora en aparecer.

Ella está mirando por el ventanal cómo el sol se esconde tras la ciudad, entretanto me da la espalda, dejándome apreciar su estupenda figura, pero privándome de cualquier gesto en su rostro, pero sobre todo de sus hermosos ojos que sé que pueden decirme qué es lo que pasa.

Tomo una respiración profunda y luego resoplo con pesadez.

—Def… —digo y me acerco a ella para abrazarla por la espalda, pero antes de que mis brazos rodeen su cintura, se aparta de mí como si tuviera algo contagioso.

Mi ceño se vuelve a fruncir y me llevo la mano derecha a la nuca, por más que hago memoria tratando de recordar algo, no hay nada por lo que ella se haya podido molestar conmigo; nada que yo haya dicho para hacer que se encuentre en este estado de incertidumbre para mí. Chasqueo la lengua y suelto un suspiro para hacerle saber que me encuentro confundido. Ella se gira, sus brazos están cruzados sobre su estómago, como si se estuviera abrazando así misma para protegerse de algo o alguien.

—Tú solo te quedas callada y sería cuando algo te está molestando —vuelvo a hablar—. Así que dime, ¿qué hice que te ha molestado?

—De ahora en adelante solamente serás, Adem. —Suelta de repente.

Me cuesta algo de trabajo poder comprender sus palabras, porque me he quedado como suspendido en el aire. Mis labios se fruncen junto a mis cejas por un par de segundos y me llevo las manos a las caderas. Luego mi rostro se relaja y una pequeña risa brota desde mi garganta.

Está tomándome el pelo y no caeré.

—¿De qué estás hablando, cariño? —Interrogo.

—De eso, Adem.

—¿Y qué es eso, exactamente, Defne? —Acompaño mi interrogante con un bramido confundido que escapa junto al aire de mi boca.

Ella suspira, agotada. Eleva la cabeza y fija la vista en el techo, como si explicar esto fuera un peso que ha cargado por demasiado tiempo. Un gesto que me indica que está irritada de tener que explicar algo que ya ha hecho una y otra vez. Entonces sus ojos vuelven a mí, me contempla como si fuera un niño pequeño al que hay que tenerle mucha paciencia.

—Que ya no habrá más de eso —vuelve a decir—. Nada de reina, nada más de cariño. No más besos.

—¿Y entonces cómo voy a demostrarte mi ferviente amor hacia ti? —Pregunto en un tono cargado de broma, aunque ella parece no estar haciéndolo.

Desenreda sus brazos y lleva una de sus manos hacia su frente, para sobarla con las yemas de sus dedos lentamente.




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