Del otro lado del puente

Capítulo 3

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Melek

Mi familia no se cansa cada día de decirme que estoy loca y todo por subirme a un vehículo de dos ruedas. Solo puedo reírme ante sus palabras y confirmar que en realidad lo estoy, pero en un buen sentido.

Soy un alma libre y me encanta que el viento que golpea mi rostro mientras conduzco me lo recuerde siempre; por eso, cuando he tenido que decidir entre comprar una motocicleta o un vehículo de cuatro ruedas, me he decidido por lo segundo y sin arrepentimientos. Pero no debemos arrepentirnos nunca de las cosas que nos hacen bien y felices.

Mi nombre es Melek que significa ángel en turco. Soy la hija de en medio de Eda y Hazar Demir. Tengo dos hermanas, Meryem y Seher. Meryem es la mayor, está casada hace cuatro años y vive en Ankara junto a su esposo Azahar, a quien conoció durante sus servicios sociales en Jordania. Meryem es el orgullo de nuestra familia y sin duda mi ejemplo a seguir. Es la primera que ha logrado terminar sus estudios; se ha graduado en medicina, como tanto había querido desde que era una niña.

Seher, es la pequeña de las tres, tiene dieciocho años recién cumplidos y es un total dolor de cabeza, pero más que serlo para mis padres, lo es para mí. Es caprichosa y envidiosa. Me odia porque, según ella, soy la consentida de mis padres ahora que Meryem no está. Mamá dice que debo comprenderla y tenerle mucha paciencia porque está en una edad difícil, pero a veces solo no puedo soportar escucharla. Sobrepasa los límites y hace que me vuelva loca y que no pueda entenderla.

Sin embargo, es mi hermana y la quiero. Admito que mi vida sería aburrida sin ella.

Estoy cantando frente al espejo como es costumbre, mientras me pongo un poco de maquillaje antes de bajar a tomar el desayuno. La puerta de mi habitación se abre de manera repentina y provocándome un sobresalto; me mancho el párpado superior con la máscara de pestaña y cierro los ojos para respirar profundo. Volteo mi vista hacia la puerta y ahí está mi amada hermana, mirándome con sus grandes ojos verdes y su cara de pocos amigos. Si no fuera porque es mi hermana, juraría que de veras me odia.

—Mamá, dice que te apures, que llegaremos tarde y hay muchas cosas que hacer.

—No me tardo —hablo y volteo a mirarme nuevamente en el espejo, mientras sigo tarareando la canción.

Cojo una toallita desmaquillante para limpiarme los restos de máscara de pestañas del párpado y continúo peinando mis pestañas hacia arriba con cuidado de no mancharme. Por un segundo quitó los ojos de las pestañas, para observar a través del espejo que Seher sigue ahí, mirándome con cara de asco y los brazos cruzados debajo de su pecho.

—¿Qué te pasa? —Me atrevo a preguntarle y ella arquea una de sus cejas castañas.

—¿Por qué te tardas tanto en arreglarte? —siempre es lo mismo con ella—. Los hombres ni siquiera van a voltear a mirarte. Por más que te pongas kilos de maquillaje, seguirás siendo fea. Deberías admitir eso de una vez por todas.

—No tendré tus rizos color miel, ni tus ojos verdes, hermanita. Pero decir que no soy bonita, es como decirte a ti misma que no lo eres. —Arqueo una de mis cejas a través del espejo y luego me volteo para contemplarla con mis brazos cruzados.

Sé que eso la ha lastimado más de lo que debería.

Aunque a Seher le duela y lo odie con toda su alma, nos parecemos físicamente en muchas cosas y genéticamente llevábamos la misma sangre corriendo por nuestras venas. Tenemos el mismo cabello enmarañado de nuestro padre. Aunque el de ella sea más claro y rizado que el mío y sus ojos sean los poseedores de un bonito verde olivo, al igual que los de mi madre y Meyrem.

—Eres una tonta —farfulla con asco.

—Yo también te quiero mucho, Seher —digo, volviendo mi cuerpo hacia el espejo.

Vuelvo a prestarle la concentración pertinente a mis pestañas, para seguir empapándolas con el pegote negro.

Ella desaparece de mi vista, pero lo hace sin dejar de ser dramática. Azota la puerta con tanta fuerza que, mi rostro se arruga para tratar de amortiguar el estruendo. Suelto un suspiro y le ruego al cielo que me dé la paciencia y sabiduría suficiente para no perder el juicio con ella.

Termino de acomodar mi blusa blanca por dentro del pantalón de mezclilla, al mismo tiempo que me miro en el espejo. Peino por última vez mis rizos castaños oscuros con los dedos, aunque no hay manera de que la friz en él se aplaque por completo.

—Hoy será un día grandioso —digo sonriéndole a mi reflejo en el espejo, sin dejar de ver la forma rasgada que han tomado mis ojos.

No se debe empezar un nuevo día pensando en cosas negativas que no aportaran nada en nuestras vidas.

Salgo de mi habitación y recorro el camino que me lleva hasta el comedor. Mis padres ya están sentados alrededor de la mesa, al igual que Seher. Están comiendo y conversando, mientras se ríen de no sé qué. Gracias a mis amorosos padres que para nada son conservadores como otras familias, es que soy quien soy y no puedo dejar de sentirme afortunada porque el universo me los regaló. Ellos siempre nos han incitado a no rendirnos, a trabajar por lo que nos hace felices y por lo que queremos.

—Estás hermosa, hija —dice mi padre en cuanto me ve. Se pone de pie y me intercepta en mi camino hacia el comedor para darme un beso en la frente. Mi madre y mi hermana voltean a mirarnos.




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