Leonor caminaba a paso acelerado por las calles de Copenhague, el frío aire danés acariciando su rostro mientras ajustaba su bufanda al cuello. Las hojas otoñales crujían bajo sus botas y el bullicio de la ciudad la rodeaba, desde las bicicletas que pasaban junto a ella hasta los puestos de flores y café que salpicaban las esquinas. Las fachadas de los edificios, de tonos pastel y arquitectura clásica, reflejaban un encanto nórdico que siempre la había cautivado, pero esa mañana apenas tuvo tiempo de admirarlo. El reloj en su muñeca marcaba que estaba llegando tarde, y la ansiedad comenzó a mezclarse con su determinación.
-No mamá, el día de mi boda no llevaré corona,-dijo apresurada por teléfono mientras esquivaba a un grupo de turistas que observaban el canal Nyhavn. Su tono era firme, pero dulce, mientras intentaba zanjar la conversación. - Estoy llegando tarde al hospital, hablamos luego,- añadió antes de colgar, guardando rápidamente el teléfono en su bolso. Aumentó el ritmo, casi tropezando al subir los escalones del hospital donde tenía clases esa mañana.
El hospital era moderno, con paredes de vidrio que permitían que la luz del sol iluminara los pasillos. Leonor apresuró el paso, sintiendo cómo su corazón latía rápido por la carrera y la anticipación. Cuando finalmente llegó al salón, respiró hondo, alisó su bata blanca y abrió la puerta. En el interior, sus colegas ya estaban sentados, tomando notas mientras el maestro hablaba frente a una pizarra digital.
El maestro, un hombre mayor de rostro afable pero voz autoritaria, estaba en medio de su discurso. - Para ser un buen médico, lo más importante es siempre el bienestar de nuestros pacientes,- decía con convicción, mientras todos los estudiantes asentían en silencio. Sobre una camilla portátil estaba sentado un niño de unos 11 años, con ojos brillantes y una expresión ligeramente traviesa.
-Hoy tenemos un voluntario, el joven Jackson James Laferte,- continuó el maestro, señalando al niño. "Tiene dolores en el pecho y, como ven, también tiene tos.- En ese momento, Jackson estornudó de forma exagerada, cubriéndose la boca con ambas manos mientras miraba al grupo de estudiantes. Algunos rieron por lo bajo, pero el maestro mantuvo su tono serio. - ¿Alguna idea de lo que podría tener?" preguntó, desafiando a la clase.
Un colega de Leonor levantó la mano rápidamente y respondió con seguridad: - Creo que es neumonía bacteriana-
Leonor, que había estado observando al niño con atención, no pudo evitar que una sonrisa leve se dibujara en su rostro. Algo en la mirada de Jackson y en su manera de actuar le resultaba… inusual. - No creo que sea neumonía,- dijo finalmente, levantando la voz.
El maestro la miró con curiosidad y asintió. - Acérquese, doctora O’Hara, y échele un vistazo-
Leonor caminó hacia el niño, su estetoscopio colgando alrededor de su cuello. Jackson la observaba con una sonrisa amplia y ojos brillantes, como si la estuviera evaluando más de lo que ella lo evaluaba a él. Se detuvo frente a él, inclinándose ligeramente. - Hola, Jackson,-dijo con suavidad.
-Hola,-respondió el niño, tratando de parecer serio pero fallando al contener una risa.
Leonor tomó su estetoscopio y comenzó a auscultarlo, escuchando con atención mientras el niño respiraba profundamente, aunque no mostraba signos evidentes de enfermedad. Mientras lo examinaba, su mirada se desvió hacia un rincón de la sala donde un par de niños, probablemente pacientes, se asomaban por la puerta. Se reían entre dientes, claramente divertidos con la escena. Fue entonces cuando lo supo: Jackson no estaba enfermo. Estaba bromeando.
Decidió seguir el juego. - Veamos qué tienes en la piel,-dijo, señalando las supuestas manchas que el niño había mostrado antes. Jackson extendió su brazo con dramatismo, revelando unas marcas desiguales en su piel. Leonor sonrió de nuevo. - Doctor, ¿podría pasarme una torunda con un poco de alcohol?- pidió, dirigiéndose al maestro, quien accedió con curiosidad.
Con cuidado, Leonor limpió las manchas, revelando que no eran más que maquillaje. - Has usado el maquillaje de tu madre para esto, ¿verdad?-preguntó con una mezcla de diversión y ternura.
Jackson rompió en risas. - Tal vez…- admitió, bajando la cabeza como si estuviera avergonzado, pero claramente disfrutando del momento.
Leonor negó con la cabeza, divertida. - No tienes varicela y mucho menos neumonía,- le informó, pero antes de que pudiera decir algo más, Jackson levantó la mirada con dramatismo.
-Pero me duele el corazón,-dijo con una seriedad que desarmó a Leonor.
Ella arqueó una ceja, curiosa. - ¿De verdad te duele?-
-Claro que sí,--respondió él con una pausa teatral. - Mi corazón me duele por ti, Leonor O’Hara.-
La sala estalló en risas. Incluso el maestro no pudo contener una carcajada. Leonor, inicialmente sorprendida, terminó riendo también, sacudiendo la cabeza. - Eres un pequeño travieso,-le dijo, señalándolo con un dedo.
Jackson se levantó de la camilla, levantando una mano en un saludo exagerado. - Es un honor haber conocido a la futura reina de mi país,- dijo antes de salir corriendo, dejando a todos hablando y riendo entre ellos.
Leonor observó la escena, sintiendo cómo la calidez reemplazaba cualquier incomodidad inicial. Aunque el momento había sido inesperado, le recordó por qué había elegido esa profesión: la conexión con las personas, la humanidad detrás de cada interacción. Mientras las risas se apagaban, tomó asiento, lista para seguir aprendiendo y creciendo, tanto como doctora como futura reina.
El día había sido largo, y cuando Leonor salió del hospital, el aire fresco de la noche la envolvió con un alivio inmediato. Los últimos rayos del sol teñían el cielo de un tono dorado mezclado con lavanda, mientras las luces de la ciudad comenzaban a encenderse. El hospital quedaba en una zona céntrica, rodeado de edificios de arquitectura moderna mezclados con algunos más antiguos, típicos de Dinamarca. El aroma del café de una cafetería cercana flotaba en el aire, mezclándose con el sonido de las bicicletas que pasaban veloces por el carril cercano.