Del Palacio al Corazón 2 La Boda Real

Capítulo 2

—Este no es el camino para ir a Palacio —murmuró Leonor con el ceño ligeramente fruncido mientras su mirada recorría los árboles y las avenidas que pasaban junto a la ventanilla.

El sol caía a plomo, tiñendo el cielo de tonos dorados y azul pálido. El auto se deslizaba con suavidad, pero la inquietud en el pecho de Leonor era creciente. Sabía exactamente cuál era la ruta a Palacio, la había recorrido muchas veces, incluso medio dormida, y aquel giro inesperado por la Avenida Heller no formaba parte de ningún trayecto oficial.

Desde el asiento del conductor, el guardaespaldas del príncipe —un hombre de semblante sereno, voz grave y modales precisos— desvió brevemente la mirada para encontrarse con la de ella a través del espejo retrovisor.

—He dado un pequeño rodeo, señorita O’Hara. Sus asistentes me informaron que debe firmar unos documentos urgentes antes de retirarse —explicó con calma, como si anticipara sus dudas.

Leonor no respondió de inmediato. Sus ojos se fijaron nuevamente en el paisaje, y luego en el reflejo de su rostro en el cristal. En sus facciones había un dejo de cansancio, pero también cierta resignación. Tenía ojeras sutiles y el maquillaje apenas sobrevivía a la jornada larga en el hospital. En su bata blanca aún colgaba su gafete con el nombre: Dra. Leonor O’Hara, residente principal.

—Entiendo —dijo al fin, soltando un leve suspiro. No valía la pena discutir por un desvío. Después de todo, ya había aceptado que su vida no era como la de las demás mujeres de su edad. Tenía un prometido que era príncipe, una carrera médica en curso y una rutina que apenas le daba espacio para respirar.

El vehículo entró en lo que parecía ser una antigua finca reacondicionada. Grandes portones de hierro se abrieron automáticamente, y el auto cruzó hacia una explanada de piedra rodeada de jardines impecables. La arquitectura del edificio era sobria, elegante, de líneas clásicas, con columnas blancas y ventanales altos.

El conductor se bajó primero y rodeó el coche para abrirle la puerta. Leonor descendió con su típica elegancia, sujetando su bolso con ambas manos, aunque algo dentro de ella la hacía sentir fuera de lugar. Su instinto le decía que no estaba allí solo para firmar unos papeles.

—¿Aquí es? —preguntó mirando al hombre, quien asintió con la misma expresión neutra de siempre.

—Sí, señorita. Le esperan en el salón del ala este. Será rápido, se lo aseguro.

—Muy bien —dijo ella sin convicción. Hizo un esfuerzo por sonreír y caminó con paso firme, aunque sus tacones sonaban como ecos vacíos sobre las baldosas del vestíbulo.

Leonor subió los pocos escalones de piedra con paso lento, observando el edificio sobrio al que la habían llevado. Era un lugar elegante, con columnas blancas y ventanales amplios, de arquitectura clásica, aunque no tan imponente como el Palacio, pero sí lo suficiente para recordar que allí se tomaban decisiones importantes. El guardaespaldas abrió la puerta y, con una leve inclinación de cabeza, le indicó que entrara.

—La están esperando —dijo con voz baja el encargado del lugar, un hombre mayor de traje gris que se encontraba justo en el recibidor. Tenía el rostro afable, el cabello blanco cuidadosamente peinado hacia atrás y una pequeña placa dorada en el pecho.

Leonor asintió cortésmente, y lo siguió por un pasillo silencioso iluminado por lámparas de pared con luz cálida. Los pasos de ambos resonaban suavemente sobre el suelo de mármol pulido. Las paredes estaban adornadas con retratos antiguos de reyes, médicos de renombre y líderes de la nación, dándole al ambiente una solemnidad que, de algún modo, la hizo enderezar la espalda y tomar aire profundo.

El hombre se detuvo frente a una gran puerta doble de madera tallada con formas de espigas, flores y mariposas. Giró el picaporte con delicadeza, y la hoja de la puerta se abrió despacio, como si el momento lo mereciera.

Leonor dio un paso al frente... y se detuvo.

El salón se desplegaba ante ella como un sueño etéreo.

La luz, suave como la de un atardecer, descendía desde un tragaluz circular en el techo, iluminando de forma delicada todo el espacio. Las paredes blancas estaban adornadas con guirnaldas de flores naturales: lilas, jazmines, y claveles blancos. Pero lo que más le llamó la atención, lo que hizo que sus ojos se agrandaran y su respiración se detuviera por un instante, fueron aquellas pequeñas mariposas que volaban libremente por el salón.

Eran mariposas reales, pero parecían de otro mundo. Tenían alas traslúcidas que reflejaban la luz con tonos dorados, azules y rosados. Flotaban en grupos pequeños, danzando en el aire con una suavidad que parecía coreografiada, como si celebraran algo.

Leonor sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero no era miedo. Era emoción, era algo profundamente íntimo.

Una de esas mariposas se acercó a ella, volando lenta, girando alrededor de su rostro, y se posó un instante sobre su hombro. Leonor alzó la mano con cuidado, sin espantarla, y una imagen la golpeó con fuerza en la memoria: la mariposa que había liberado el día en que decidió volver a casa.

Aquel día, con el corazón desbordado de dudas y lágrimas contenidas, había caminado sola hasta el jardín detrás del hospital donde había crecido. En su puño llevaba una pequeña caja de madera. Dentro, dormía una mariposa monarca, criada por ella misma durante semanas, como símbolo de libertad, de transformación. Cuando la soltó, la mariposa alzó vuelo entre el viento de primavera y Leonor, con los ojos húmedos, supo en su alma que era hora de volver.

Y ahora, allí, de pie en aquel salón mágico, viendo a esas criaturas danzar en el aire como si el destino las hubiese reunido nuevamente para ella, pensó en Frederick.

Él había sido su hogar, su equilibrio. La mariposa le recordó su ternura, su paciencia, su capacidad de esperar incluso cuando el mundo parecía moverse demasiado rápido para ambos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.