Leonor despertó con el primer rayo de sol acariciando sus párpados. Durante un instante, olvidó dónde estaba, pero el suave roce de las sábanas de lino, el aroma a jazmín del aire matinal y el murmullo de la fuente en el jardín le recordaron que ya no estaba en su antigua vida. Estaba en palacio… junto a Frederick.
Saltó de la cama al recordar que ese día debía acompañarlo a la rueda de prensa junto a sus padres, los reyes. Su corazón latía con fuerza, no de miedo, sino de emoción. Se colocó un vestido azul perla de tela fluida, con detalles en encaje bordado a mano, que resaltaba su elegancia natural. Sus tacones hacían un leve sonido contra el mármol mientras se movía por la habitación.
En ese instante, la puerta se abrió y una de las empleadas del palacio —una joven de rostro amable llamada Amalie— le informó con una sonrisa:
—Todo está listo, Su Alteza. La están esperando.
Leonor asintió con dulzura, tomó un último sorbo de té de rosas que aún humeaba en la taza de porcelana, y se miró en el espejo. Sus ojos brillaban con determinación. Hoy ya no era la joven que dudaba de su lugar en el mundo. Hoy era la prometida del príncipe.
Bajó por las escaleras de mármol, su andar firme y sereno, hasta llegar al gran salón. Allí estaba él, Frederick, con un traje oscuro y perfectamente entallado. Sus ojos se iluminaron al verla y, sin importarle el protocolo, se acercó y le dio un suave beso en los labios.
—Estás preciosa —susurró él, dejando escapar una sonrisa que solo ella conocía.
—Y tú, demasiado tranquilo para lo que nos espera —le respondió ella con picardía.
Frederick entrelazó sus dedos con los de ella y caminaron juntos hasta el estrado. La reina Letizia los recibió con una mirada cómplice y el rey, aún débil por su enfermedad, les dedicó una sonrisa cargada de orgullo. Las cámaras parpadeaban, los micrófonos aguardaban. La sala se llenó de periodistas, luces y murmullos.
Cuando estuvieron acomodados en sus asientos, Frederick se giró hacia ella un segundo, le apretó la mano y susurró:
—Ya nada nos separa, Leonor.
Ella asintió, conteniendo la emoción. En ese instante, el portavoz real anunció el inicio de la rueda de prensa. Afuera, miles de personas aguardaban la noticia de aquel amor que había desafiado las normas, el tiempo y la distancia.
Las cámaras captaban cada gesto, cada palabra, cada sonrisa como si fueran diamantes cayendo al suelo. El salón de conferencias del palacio real, amplio y luminoso, estaba decorado con arreglos florales en tonos blancos y azules, los colores de la casa real danesa. Una fila de banderas perfectamente alineadas ondeaba suavemente con la brisa que se colaba por los altos ventanales. Frente a una mesa cubierta con un fino mantel de lino, los reyes actuales —Letizia y Federico V— y los futuros monarcas —Federico y Leonor— estaban sentados con elegancia y porte regio.
Leonor vestía un traje sobrio pero distinguido, un vestido de corte recto color crema con detalles en perlas bordadas a mano, acompañado de un pequeño broche con el escudo de la familia real danesa que Frederick había hecho restaurar especialmente para ella. Su cabello recogido en un moño bajo resaltaba la delicadeza de sus facciones. A su lado, Frederick llevaba un traje azul medianoche perfectamente ajustado, su corbata del mismo tono que los ojos de Leonor.
La entrevistadora, una mujer de mediana edad con porte refinado y voz pausada, tomó el micrófono con ambas manos y, mirando a la cámara, anunció con entusiasmo:
—Estamos en directo desde el Palacio Real con su Majestad la Reina Letizia, el Rey Federico V, el Rey Federico y la futura reina consorte, la señorita Leonor Ohara.
Leonor, al escuchar su nombre, alzó suavemente la barbilla y dejó escapar una sonrisa serena. Sus ojos brillaban con ese matiz de humildad y seguridad que solo poseen aquellos que saben que están exactamente donde deben estar.
La entrevistadora dirigió su atención a Frederick con naturalidad:
—Majestad, ¿es cierto que ustedes dos fueron compañeros de laboratorio en la facultad?
Frederick esbozó una sonrisa cargada de recuerdos y respondió con un dejo de picardía:
—Sí, se puede decir que desde el principio hubo química entre nosotros.
Las risas suaves llenaron la sala. La entrevistadora sonrió y asintió con calidez.
—¿Le ha sorprendido la capacidad de Leonor para adaptarse a lo que será su nueva vida?
Frederick, sin dudar, tomó la mano de Leonor que reposaba sobre la mesa. Su gesto fue firme, protector, pero también lleno de ternura.
—Por supuesto —respondió—. El cambio ha sido grande y notorio. Ella está haciendo un trabajo admirable. Está asumiendo su futuro rol como reina sin dejar de lado sus estudios. Actualmente es médico residente en la especialidad de cirugía torácica, algo que admiro profundamente.
Leonor bajó la mirada con modestia, mientras acariciaba con el pulgar la mano de Frederick, sin soltarla.
Entonces, la entrevistadora dirigió una pregunta directamente a ella:
—¿Qué es lo que más le ha costado en este proceso, señorita Leonor?
Leonor no tardó en responder. Su voz era suave, pero clara.
—Claramente el idioma. El danés es un idioma hermoso, pero también un gran desafío. Aun así, tengo un fuerte deseo de aprenderlo. Estoy poniendo todo mi empeño en ello y prometo que pronto lo hablaré con fluidez.
Frederick volvió a mirarla, esta vez con una mezcla de orgullo y complicidad. Se inclinó levemente hacia ella y dijo algo en danés con una sonrisa:
—“Du lærer hurtigt, min kærlighed.” (Aprendes rápido, mi amor.)
Leonor lo miró y soltó una risita encantadora, sin responderle con palabras, pero con una mirada que lo decía todo.
Los periodistas, sentados frente a ellos, no perdían detalle. Las cámaras enfocaban cada gesto. Las redes sociales ya ardían con capturas del momento, alabando la dulzura de Leonor, la química entre ambos, y la naturalidad con la que se manejaban ante la prensa.