Del Palacio al Corazón 2 La Boda Real

Capítulo 7

La tensión en el despacho era densa, casi palpable. Frederick se mantenía erguido junto al gran ventanal, con la mirada clavada en el cielo nublado que cubría los jardines del palacio. El silencio era profundo, solo interrumpido por el eco lejano del tic-tac de un reloj antiguo colgado en la pared.

Letizia, sentada en uno de los sillones de terciopelo azul, tenía el rostro sereno, pero sus ojos revelaban una tormenta interna. Era la reina, sí, pero también madre… y como madre, ver a su hijo luchar contra antiguas imposiciones le dolía. Con voz suave pero firme, dijo:

—Lamentablemente, ese precepto sigue en vigor, Frederick. No fue derogado en su totalidad cuando asumimos el trono.

Frederick apretó los dientes. Su mandíbula se marcó bajo la luz que se filtraba por el ventanal.

—Entonces, ¿no hay nada que se pueda hacer?

—Hablaré con nuestros abogados —intervino su padre, el rey Federico, con la voz grave y mesurada—. Veremos qué alternativas existen. No tomaremos ninguna decisión precipitada.

—No necesito alternativas. Solo necesito a Leonor —dijo Frederick, con los ojos fijos en su madre—. Yo la amo, mamá. No hay ley ni tradición que pueda cambiar eso.

Letizia asintió. Se levantó del sillón y caminó lentamente hacia su hijo. Lo tomó de la mano, con esa calidez que solo una madre podía ofrecer.

—Yo lo sé, mi amor. Todo estará bien. El primo Louis ha accedido a no hacerlo público… eso nos da tiempo para pensar. Pero hasta entonces...

Leonor, que hasta ahora había permanecido en silencio cerca del escritorio, dio un paso hacia el centro del despacho. Se detuvo, respiró profundo, con un leve temblor que delataba su ansiedad. Su voz era suave, pero cargada de determinación:

—¿Y qué haremos hasta entonces?

Letizia giró hacia ella. Su porte era digno de una reina, incluso en momentos de incertidumbre.

—Continuar como si nada. Para el mundo, el príncipe Louis y su hija Kate están de visita, nada más. Pase lo que pase, nunca pierdan el horizonte. Como rey y reina serán amados… pero también habrá muchos que desearán verlos caer.

El silencio volvió por un instante, hasta que Leonor, con la cabeza en alto, dio un paso más y tomó la mano de Frederick. Sus dedos se entrelazaron como si buscaran aferrarse al único refugio seguro.

Fue entonces cuando el sonido de un motor se hizo presente desde el exterior. Leonor miró por la ventana. Una larga limusina negra, de cristales oscuros, acababa de detenerse frente a la gran escalinata del Palacio. Un chofer de traje gris corrió a abrir la puerta trasera del vehículo.

Los ojos de Leonor se fijaron en la figura que descendía del coche. Un par de zapatos de charol color crema tocaron el suelo. Luego, una pierna delgada envuelta en una media blanca de encaje. La joven que emergió de la limusina tenía una elegancia innata, llevaba un vestido en tono malva con detalles bordados, el cabello recogido en un moño perfecto, y unas gafas oscuras que ocultaban su mirada. Iba acompañada de su padre, Louis, el primo del rey, que vestía un abrigo largo y oscuro, con la seriedad propia de un embajador.

Leonor tragó saliva, y su voz apenas fue un susurro:

—Kate ha llegado.

Dentro del despacho, Frederick soltó un suspiro hondo. Por primera vez en la noche, bajó la mirada al suelo. Aferró más fuerte la mano de Leonor, como si sintiera que el mundo comenzaba a deslizarse bajo sus pies.

Letizia se acercó a la ventana, observando la escena con el rostro inmutable. Luego, en voz baja, sentenció:

—La partida ha comenzado. Pero no olviden… todavía tenemos el tablero.

Frederick cerró los ojos por un segundo, y luego los abrió con determinación. Se volvió hacia Leonor, y murmuró:

—No importa lo que venga… no voy a dejarte ir.

Ella le acarició la mejilla con ternura y le sonrió, pero en sus ojos comenzaba a nacer un huracán. Porque lo sabía: la guerra no siempre empieza con una espada. A veces, comienza con una sonrisa diplomática y una maleta en la puerta.

Frederick bajó las majestuosas escaleras del palacio acompañado de Leonor, con el paso firme pero el semblante cargado de una tensión que se esforzaba por disimular. Sus dedos entrelazados hablaban de unidad, de compromiso, de una promesa hecha en silencio frente a un mundo que parecía conspirar en su contra. Leonor, envuelta en un vestido azul cielo que acariciaba su figura con la suavidad de una brisa de primavera, caminaba a su lado sin perder la compostura, aunque en su interior una inquietud le rozaba el alma como una aguja invisible.

Al llegar al gran vestíbulo donde la luz natural se colaba por los ventanales con vitrales de siglos pasados, lo primero que ambos notaron fue la inmensa cantidad de maletas y baúles apilados a un lado de la entrada principal. Había maletas rígidas, cofres con herrajes dorados, bolsas de diseñador con etiquetas aún colgando y una fila de asistentes uniformados de negro y guantes blancos que las movían con esfuerzo. Leonor arqueó una ceja, incrédula, y murmuró:

—¿Cómo alguien puede tener tanta ropa para una visita?

Pero sus pensamientos se detuvieron al verla: Kate de Noruega. Estaba de pie al otro lado de la gran puerta, justo en el umbral, hablando por teléfono con una sonrisa dibujada en los labios. Llevaba unos lentes oscuros Chanel, un vestido largo blanco con estampado de amapolas rojas, un abrigo de lino beige cruzado sobre los hombros y botas de gamuza que claramente no correspondían al clima cálido del día. Su cabello, perfectamente peinado en ondas doradas, caía con elegancia sobre su espalda. El aura que la rodeaba era el de alguien que estaba acostumbrada a ser el centro de atención sin esfuerzo.

Al colgar el teléfono, Kate alzó la mirada y al reconocer a Frederick, dejó escapar una exclamación suave y corrió hacia él, con la ligereza de una bailarina sobre el mármol pulido del palacio. Ignorando por completo a Leonor, se acercó a Frederick y sin pedir permiso, le dio un beso en la mejilla, dejando una ligera marca de labial nude que él se apresuró a limpiar discretamente con el dorso de la mano.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.