Del Palacio al Corazón 2 La Boda Real

Capítulo 8

La luz suave de la tarde se colaba por los ventanales del salón privado donde Leonor había decidido estudiar. Los muebles antiguos y elegantes del castillo contrastaban con las hojas llenas de apuntes, resaltadores de colores y libros de medicina que ocupaban la larga mesa frente a ella. Daniel, siempre impecable y sobrio, sostenía una hoja con preguntas sobre cirugía torácica, con la mirada fija en su tarea… aunque no dejaba de observar, con discreta preocupación, la tensión evidente en el rostro de Leonor.

—¿Cuál es la principal complicación postoperatoria tras una lobectomía? —preguntó, su voz tranquila y medida.

—…Neumotórax —respondió Leonor sin mirarlo, apretando el lápiz entre sus dedos. Luego suspiró profundamente y soltó—: No entiendo por qué quisieron cenar con Kate a solas.

Daniel levantó apenas la vista, captando el subtexto en su tono, pero no comentó nada. Pasó a la siguiente pregunta con la misma serenidad.

—¿Cuál es el abordaje quirúrgico más frecuente en una toracotomía anterolateral?

Leonor respondió correctamente, pero enseguida volvió a desviar la conversación.

—No entiendo por qué dijo que la cena sin mí sería “más comunicativa”. ¿A qué se quería referir?

Daniel la observó de reojo, pero siguió leyendo la siguiente pregunta como si no hubiese escuchado. Leonor contestó, pero su mente no estaba allí.

—Sería más fácil si esa Kate no pareciera una maldita súper modelo.

Esta vez, Daniel bajó la hoja y la miró directamente. No era común verla tan turbada, mucho menos dejar salir ese tipo de comentarios.

—Tal vez deberíamos pasar a clases de danés —dijo él con una media sonrisa, intentando aligerar el ambiente.

Leonor lo miró con el lápiz aún en la mano, dándose cuenta de cómo estaba dejando que sus emociones la dominaran.

—Lo siento —dijo bajito, mordiéndose el labio—. En verdad estoy habla y habla de Kate. Casi no he podido concentrarme.

Daniel dejó los papeles a un lado y se sentó frente a ella, sus manos entrelazadas sobre la mesa.

—No tiene por qué disculparse, señorita Leonor. Y si me permite decírselo… no tiene por qué estar celosa. El rey Federico VI la ama y jamás la cambiaría por nadie. Créame, Kate no encajaría con él como usted lo hace.

Leonor bajó la mirada, escuchando con atención mientras el tono tranquilo de Daniel se volvía un poco más cálido.

—Desde que la conoció, quedó completamente enamorado. Usted lo ha transformado. La reina Letizia… —hizo una pausa—. La reina vio en usted algo que nadie más le había dado a su hijo: paz. Y sinceramente, usted ha sido lo mejor que le ha pasado a la monarquía. Pero más importante, ha sido lo mejor para él.

—Yo no estoy celosa —respondió ella en voz baja, aunque sin convicción.

Daniel sonrió con suavidad.

—Puede que un poco… pero no mucho —dijo con tono cómplice—. Es algo que se escapa de mis manos.

Leonor soltó una pequeña risa, resignada. Dejó el lápiz sobre la mesa y apoyó los codos, ocultando el rostro entre sus manos por un instante.

—En ocasiones quiero volver a ser la antigua Leonor. Tener mi antigua vida. La universidad, los cafés tranquilos, salir sin que nadie me mire raro… Pero es que amo tanto a Frederick —confesó, alzando la mirada—. No viviría sin él. Quiero estar a su lado aunque eso implique aburridas cenas, conversaciones diplomáticas, sonrisas falsas y toda esa hipocresía de palacio.

Daniel la miró en silencio por unos segundos, con una expresión que mezclaba respeto y admiración.

—Si le sirve de consuelo, Kate se irá pronto del castillo —dijo finalmente, volviendo a un tono más relajado—. Y usted… usted se casará con el rey Federico VI. Todo este revuelo pasará. Y créame, muchos darían todo por tener lo que ustedes dos tienen.

Leonor dejó salir una sonrisa real esta vez. Asintió y respiró hondo.

—Gracias, Daniel. En serio.

—Para eso estoy —dijo él, tomando de nuevo las hojas—. Ahora… ¿seguimos con las preguntas o hablamos de lo guapo que luce Frederick con ese nuevo uniforme diplomático?

Leonor rió entre dientes.

—Definitivamente, las preguntas.

Y así, ambos retomaron la sesión de estudio. Pero en el aire flotaba una nueva tranquilidad: la certeza de que el amor de Leonor y Frederick, aunque puesto a prueba por presencias ajenas, era fuerte, genuino… y digno de resistir cualquier tormenta.

Frederick estaba sentado en la cabecera del imponente comedor del palacio, una habitación de techos altos adornados con molduras doradas y grandes candelabros de cristal que lanzaban una luz cálida y elegante. La mesa, larga y pulida, estaba cubierta con un mantel blanco impecable, y finos cubiertos de plata relucían a la luz de las velas que se alineaban en el centro, acompañadas de arreglos florales delicados, donde predominaban rosas rojas y lirios blancos.

A su lado, Kate lucía un vestido negro impecable, ceñido a su figura con un corte clásico pero sofisticado, que resaltaba su porte elegante y su piel pálida. El vestido tenía un escote moderado en V y mangas largas, y brillaba sutilmente bajo la iluminación tenue del comedor, destacando el terciopelo suave del tejido. Su cabello rubio estaba perfectamente peinado, cayendo en ondas suaves sobre sus hombros. Sus labios rojos contrastaban con la palidez de su rostro, dándole un aire de misterio y confianza.

Los sirvientes, impecablemente vestidos de negro y blanco, se movían con silenciosa precisión alrededor de la mesa, sirviendo cuidadosamente los platos con una coreografía pulida. El aroma de la cena se mezclaba con la fragancia fresca de las flores, creando un ambiente cargado de sofisticación y tensión contenida.

Kate bajó la voz, casi en un susurro, y dijo a Frederick:

—Estoy muy avergonzada por todo lo que mi padre ha hecho, espero que puedas entenderme.

Luego, su mirada se tornó seria, y continuó hablando con cierta vulnerabilidad:

—Tu prometida debe pensar que soy una bruja que vino a ocupar su lugar. Esa no es mi intención.




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