Del Palacio al Corazón 2 La Boda Real

Capítulo 13

Después de una agotadora jornada en el hospital, donde la precisión quirúrgica y la adrenalina del quirófano habían mantenido a Leonor en completo estado de alerta, por fin pudo colgar la bata blanca y salir del edificio. El cielo estaba teñido de un azul pálido y el aire tenía ese aroma a limpio que a veces solo se encuentra al final del día. Sin detenerse más de lo necesario, pidió a su chofer que la llevara directamente al palacio.

Al llegar, subió a su habitación con paso rápido pero elegante, deseando sacarse de encima el cansancio de la jornada. Se dio una ducha larga, de agua caliente, que recorrió su espalda como un bálsamo. Cerró los ojos bajo la caída del agua, permitiéndose por unos minutos olvidar todo. Al salir, su piel estaba enrojecida por el calor, pero su espíritu se sentía más ligero.

Con una toalla envuelta en el cabello, caminó hacia su vestidor. Allí colgaba el vestido que Kate le había regalado días antes: un diseño inglés de alta costura, color crema con bordados florales casi imperceptibles, como hilos de pétalos secretos sobre la tela. Leonor se lo colocó con cuidado, admirando cómo caía perfectamente sobre su figura. Se detuvo frente al espejo, y por un momento, simplemente se contempló. Era la imagen viva de la elegancia. En ese instante, Kate apareció por el umbral de la puerta, con una sonrisa cálida.

—Bajemos —dijo Kate con dulzura—. Estás hermosa, Leonor.

Leonor asintió, sonriendo tímidamente, y ambas descendieron con prisa por las escaleras del palacio hacia el salón donde se celebraba la recepción. Al llegar, un leve picor comenzó a escalar por la espalda de Leonor. Al principio era solo una molestia, como un pequeño cosquilleo. Trató de disimular, estirando el cuello con disimulo, moviendo un hombro como si se acomodara el vestido. Sin embargo, cada cierto tiempo, el picor regresaba con más intensidad.

Una de las invitadas se le acercó con cortesía:

—Leonor, estás absolutamente radiante esta noche.

—Gracias —asintió ella, con una sonrisa suave, mientras sus ojos se dirigían instintivamente a Kate y luego a Letizia, que observaban con calma.

La fiesta estaba decorada con un estilo clásico inglés: tonos pastel, centros de mesa con flores recién cortadas, y todas las damas llevaban sombreros floreados, como si hubieran salido de un cuento de primavera. Leonor sentía que había viajado en el tiempo, a una época donde el protocolo se entretejía con la belleza.

Letizia se le acercó con una ceja ligeramente levantada.

—¿Estás bien?

—Sí, sí, solo un poco de picor… Debe ser algo en el aire —respondió Leonor, rascándose sutilmente con la uña, apenas tocando el borde del vestido.

—Entremos, vamos a ver los regalos —dijo Letizia con una sonrisa diplomática.

Dentro del gran salón, un despliegue de obsequios esperaba en mesas decoradas con cintas de seda. Todas las damas tomaron asiento, y Leonor sintió el picor intensificarse. Se inclinó hacia Kate, en voz baja:

—¿Tú tienes picazón? Pensé que había algo en el aire...

Kate negó suavemente con la cabeza, fingiendo preocupación, aunque sus ojos tenían un brillo casi divertido.

Entonces se abrió la puerta, y Frederick apareció con el paso apurado.

—Disculpen por llegar tarde.

—Te estábamos esperando —dijo Letizia con tono suave, aunque el reloj marcaba claramente un retraso.

Frederick se sentó cerca de Leonor, y comenzaron a abrir los regalos. Leonor tomó uno con delicadeza, tratando de no mostrar que su espalda parecía arder bajo la tela. Al abrirlo, descubrió un delicado adorno danés, tallado en madera.

—¡Es hermoso! —comentó, mostrándolo a los presentes, mientras su mano, en un acto instintivo, buscaba un rincón de su espalda donde calmar la comezón.

Frederick notó el gesto y frunció el ceño.

—Vamos con el siguiente regalo. Este tiene una tarjeta… Leonor, ¿quieres leerla conmigo?

Ella asintió, algo distraída por el malestar, y mientras leía, la incomodidad se hizo más evidente. Frederick continuó con la apertura.

—Oh, unas pinzas… Qué útiles.

Leonor tomó las pinzas sin pensarlo dos veces.

—Gracias, Greta… son… muy bonitas.

Y sin poder evitarlo, las usó para rascarse la espalda por encima del vestido, fingiendo que simplemente las inspeccionaba. Frederick la miró con sorpresa, luego se volvió hacia Letizia, que la observaba con atención. Frederick le quitó las pinzas con amabilidad pero firmeza y repitió el agradecimiento en voz alta, como queriendo recuperar el control del momento.

Leonor, deseando alivio, divisó una escultura decorativa con una base puntiaguda. Se acercó lentamente, como si estuviera observando los detalles artísticos, pero en realidad lo usó para rascarse de forma disimulada. El alivio fue inmediato… hasta que la escultura, mal apoyada, perdió el equilibrio.

Todo sucedió en segundos: el objeto cayó con un estruendo, golpeando la mesa donde descansaba el pastel. El pastel, impulsado por el impacto, voló unos centímetros y aterrizó con torpeza sobre los vestidos de algunas damas, incluyendo a la reina Letizia.

El silencio fue sepulcral. Kate se tapó los labios, conteniendo la risa. Leonor, horrorizada, tartamudeó:

—Lo… lo siento… de verdad.

Y sin esperar respuesta, salió corriendo del salón, con el rostro encendido de vergüenza.

Frederick, aún en shock, murmuró:

—Definitivamente… las pinzas la han impresionado.

Y salió tras ella.

La encontró cerca del jardín, rascándose la espalda como si le fuera la vida en ello. Su expresión era de desesperación.

—Leonor, ¿qué está pasando? ¿Por qué te rascas así?

Ella se volvió hacia él con los ojos brillantes por la incomodidad.

—¡No lo sé! Desde que me puse este vestido no he parado de rascarme. Hay algo en él… algo que me está volviendo loca.

En ese momento, Kate llegó caminando con calma. Su sonrisa era serena, pero sus ojos brillaban con algo más.




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