Del Palacio al Corazón 2 La Boda Real

Capítulo 17

A la mañana siguiente, el sol aún despuntaba suavemente cuando la residencia real fue sacudida por una oleada de llamadas, notificaciones y susurros emocionados. La razón: la foto de la princesa Leonor aparecía en la portada de una de las revistas más prestigiosas de Europa, justo en el centro, enmarcada con un titular en letras doradas que decía: “Leonor de Borbón: elegancia que inspira”.

En la imagen, Leonor aparecía con su porte sereno, vestida de azul medianoche en el acto benéfico de la noche anterior, con una sonrisa discreta y una postura perfecta. Su expresión irradiaba nobleza, empatía y una gracia innata que hizo que las redes sociales y los medios especializados en realeza se volcaran a elogiarla sin cesar. Su nombre volvió a ser tendencia en varias plataformas, y los comentarios hablaban de “una futura reina con el aura de una emperatriz”.

Pero ese día aún guardaba más eventos, y el más esperado era el gran baile clásico al estilo danés que se celebraría esa noche en el antiguo Salón Real de Cristal, ubicado en el ala este del castillo. El lugar era una joya arquitectónica: altos ventanales góticos permitían que la luz de los candelabros se reflejara en el suelo de mármol pulido. Las columnas estaban decoradas con guirnaldas de flores blancas, mientras que desde el techo colgaban inmensos candelabros de cristal que lanzaban destellos dorados por toda la estancia. Un cuarteto de cuerdas afinaba sus instrumentos en una tarima ornamentada, y el aroma a jazmín y vainilla llenaba el aire.

Leonor se encontraba en uno de los extremos del salón, junto a una estatua antigua de mármol blanco. Su presencia era tan majestuosa que varios asistentes detenían sus conversaciones para mirarla con admiración.

Vestía un traje de gala de corte imperial, en un tono marfil perlado con bordados de hilo de oro y pequeñas incrustaciones de cristales en el corsé, que relucían cada vez que giraba la cabeza o levantaba levemente los hombros. El vestido tenía mangas caídas con encajes suaves que dejaban al descubierto sus clavículas. La falda, amplia y vaporosa, caía en cascadas de tul bordado que parecían flotar cuando caminaba. Llevaba el cabello recogido en un moño bajo decorado con una peineta de diamantes y perlas que le habían pertenecido a su abuela. Sus pendientes eran largos, finos, y bailaban con cada pequeño movimiento de su rostro. El maquillaje era sutil pero impecable, resaltando sus labios rosados y su mirada decidida.

A su lado, Kate de Noruega, deslumbrante también, vestía un vestido color vino borgoña, ajustado al cuerpo y con una capa de gasa que le colgaba desde los hombros, casi como alas. Su peinado era más estructurado, con rizos firmes en un recogido alto que dejaba visible un collar de rubíes. Su maquillaje era más marcado: ojos delineados con precisión y labios carmesí. Miraba a Leonor de reojo, con una sonrisa altiva y mirada retadora.

Leonor percibió claramente el gesto. En su interior, una pequeña chispa de humor encendió su espíritu. Kate estaba claramente decidida a robarse la noche, a brillar más que ella, a mostrarle al mundo que la competencia aún no había terminado.

Pero Leonor no se inmutó. Su espalda seguía recta, sus labios mantenían la curva exacta de una sonrisa diplomática, y sus ojos se concentraban con naturalidad en el ingreso del salón. Estaba esperando a Frederick.

Y no tardó en llegar.

Las puertas se abrieron con elegancia, y Frederick apareció luciendo un frac negro perfectamente entallado, con una faja azul real cruzando su pecho y medallas colgando con discreta distinción. Su porte era impecable, pero sus ojos se iluminaron únicamente al ver a Leonor. Caminó con decisión hacia ella, como si los cientos de invitados alrededor no existieran.

Detrás de él, un chambelán se acercó con una bandeja de plata reluciente, donde tres copas de champán brillaban bajo la luz del salón.

—He traído bebidas, chicas —anunció Frederick con una sonrisa encantadora, con esa mezcla de informalidad y nobleza que solo él sabía equilibrar.

Tomó una copa y se la ofreció a Leonor—: Una para ti.

Luego, otra para Kate—: Una para ti.

Y finalmente una para él—: Y una para mí. Brindemos.

Ambas aceptaron las copas. El tintinear del cristal al chocar resonó suavemente entre los acordes de fondo del cuarteto.

En ese instante, Daniel, el fiel asistente de Frederick, le lanzó una mirada. Frederick la captó al instante.

—El deber me llama —dijo en voz baja con una sonrisa pícara, y se alejó por un momento.

Kate aprovechó el silencio incómodo que se generó y miró a Leonor de forma desafiante. Pero Leonor, con una calma calculada, le dijo:

—Le diré al pianista que toque la melodía de Vangot… para que puedas lucir tu hermosa voz. Ojalá y nadie se desmaye esta vez.

El comentario era una clara alusión a una velada pasada en la que Kate, al intentar alcanzar una nota difícil, provocó que una señora mayor se desmayara del susto.

Kate la miró furiosa, frunciendo los labios con una sonrisa tirante.

—Eso no sucederá —respondió con voz baja pero tensa.

Leonor desvió la vista con una sonrisa discreta, mientras en su mente revivía aquel momento tan peculiar con cierta picardía.

Fue entonces cuando el anfitrión del baile subió al pequeño escenario del salón y dijo con voz fuerte:

—Queridos invitados, me gustaría invitar al escenario al rey Federico VI y a la futura Leonor para que abran el baile.

Los presentes comenzaron a aplaudir con entusiasmo. Frederick, que acababa de regresar, asintió con una sonrisa y dejó su copa. Pero antes de que pudiera dar un paso, Leonor alzó la voz:

—Me gustaría ceder esta pieza a la princesa Kate de Noruega, como ella conoce el baile mejor que yo —dijo, sin perder la cortesía ni la dulzura en su tono.

Kate palideció. Su expresión cambió bruscamente y un murmullo recorrió el salón. No sabía qué hacer ni cómo responder.




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