Del Palacio al Corazón 2 La Boda Real

Capítulo 18

A la mañana siguiente, el cielo estaba cubierto por nubes densas, como si presintiera que una tormenta se avecinaba, no solo en el clima, sino también en la realeza danesa. Letizia y Frederick caminaron en silencio por los largos pasillos del palacio, sus pasos resonando con una mezcla de tensión y urgencia. Ambos llevaban el rostro serio, casi sombrío, y en sus manos, cuidadosamente plegado, se encontraba el periódico del día. La portada, escandalosa y en letras mayúsculas, decía:

"LEY DANESA: UNA PLEBEYA NO PUEDE OCUPAR EL TRONO"

Al llegar al gran despacho del rey Louis, fueron anunciados con formalidad. Él estaba esperándolos, sentado tras su escritorio de madera tallada, vestido impecablemente como cada mañana, aunque con un aire más reservado. Apenas los vio entrar, sus ojos se entornaron con una chispa de expectativa contenida.

Letizia y Frederick no dijeron palabra al principio. Frederick dejó el periódico sobre el escritorio, abriéndolo lentamente hasta que la portada quedó a la vista de todos.

—¿Y bien? —dijo Louis, sin mirar aún la portada—. Imagino que esto tiene relación con esa mirada tan larga que traen en el rostro.

—No nos tomes por tontos —intervino Letizia con voz firme—. Esto no puede ser una coincidencia. Solo nosotros sabíamos sobre esta cláusula de la ley. Frederick, Federico, tu, el abogado y yo.

Louis desvió la vista lentamente hacia el titular, fingiendo asombro con sutileza.

—¿Me estás acusando de haberlo divulgado? —preguntó con tono sereno, pero levemente ofendido—. ¿Acaso crees que me pondría en contra de Dinamarca a pocos días de la boda de Frederick ? ¡Eso me indignaría!

Frederick lo observó detenidamente, sin parpadear. El silencio se volvió espeso. Letizia cruzó los brazos, observando con frialdad.

—No es una acusación, es una sospecha. La información era reservada —añadió Frederick, sus palabras arrastrando una mezcla de dolor y decepción—.

Louis se levantó despacio, con una compostura que delataba su experiencia.

—Yo les di mi palabra, y soy un hombre de palabra —dijo, golpeando con suavidad el escritorio—. Este asunto es delicado y lo entiendo. Pero no ha salido de mí.

Dejó el periódico a un lado y cruzó las manos tras la espalda.

—Podría haber sido una fuga desde otro lado, incluso... del parlamento —agregó, mirando por la ventana con fingida preocupación—. Pero no desde aquí.

Letizia y Frederick intercambiaron una mirada breve. Había algo en el semblante de Louis que no terminaba de encajar, algo sutil, como una satisfacción apenas disimulada.

Entonces Letizia dijo, con voz firme:

—Es hora de que utilicemos el poder de la prensa a nuestro favor.

Louis giró lentamente hacia ella, aún con ese aire diplomático, y asintió.

—En eso estoy completamente de acuerdo —respondió, aunque por dentro sentía que cada pieza del tablero se estaba moviendo como había planeado.

Cuando salieron del despacho, Frederick tenía la mandíbula tensa. Sabía que algo no cuadraba, que Louis había jugado una carta oculta, pero no tenía pruebas. Lo único claro era que el escándalo ya estaba sobre la mesa, y ahora debían responder con inteligencia.

Horas más tarde, Frederick caminó apresuradamente por los corredores del ala norte del palacio. Sus pasos lo condujeron hasta la alcoba de Leonor. Tocó suavemente, y al no recibir respuesta inmediata, abrió con delicadeza.

Leonor estaba frente a su cama, terminando de ordenar sus cosas. El doctor a cargo había autorizado que podría marcharse en la tarde, y ella, aunque aún débil, se mantenía firme. Su vestido color crema y el cabello recogido le daban un aire elegante pese al cansancio.

—Leonor —dijo Frederick entrando—. Mañana a las dos de la tarde habrá una rueda de prensa muy importante.

Ella lo miró, interesada.

—¿Sobre qué?

—Sobre ti, sobre nosotros, sobre todo. Es nuestra forma de responder a este escándalo. No quiero que estés ausente.

Leonor, aún un poco pálida, asintió con una leve sonrisa.

—Haré el esfuerzo, lo prometo. Voy a estar ahí.

Frederick se acercó, tomándola por las manos.

—¿De verdad no será un problema?

—No lo será. Si me necesitas, estaré a tu lado.

Él la miró con ternura. Había pasado tanto desde aquel primer encuentro tímido, y ahora, ella estaba enfrentando a todo un reino con él.

—Le diré a Daniel que pase por ti a las dos en punto.

Leonor asintió.

—Allí estaré.

Frederick se inclinó y le dio un beso suave en la frente, conteniendo la emoción que lo embargaba. Luego se despidió con una mirada que decía más que mil palabras, y salió de la habitación, dejando a Leonor rodeada de maletas y determinación.

El reloj ya marcaba la cuenta regresiva hacia el momento que podría cambiar el curso de la monarquía. Y nadie, ni siquiera Louis, imaginaba cuán fuerte sería el desastre de esa rueda de prensa.

Leonor sentía aún el efecto del anestésico palpitando en su cabeza. La luz del quirófano había sido intensa, el aire estaba impregnado de un silencio clínico, y las voces de los cirujanos aún resonaban en su memoria. El procedimiento había sido riguroso: una intervención médica de alto riesgo, de la cual salió con éxito. Aun así, la sensación de vulnerabilidad no la abandonaba. En cuanto la enfermera le anunció la hora, Leonor reaccionó como si un resorte se hubiera activado en su interior.

—¿Qué hora dijiste? —preguntó, ya incorporándose.

—Son las 1:15, —respondió Montserrat, una de sus compañeras de residencia .

Leonor, sin perder más tiempo, se quitó la bata médica y comenzó a vestirse con movimientos rápidos, casi torpes por la prisa. Su vestido azul marino, suelto pero elegante, se ajustó con firmeza mientras se ataba el cabello en un moño bajo. Se miró al espejo un segundo: había ojeras, su piel lucía pálida, pero sus ojos... sus ojos aún ardían de determinación.

—¿Está segura de que debe ir? —preguntó Montserrat, con preocupación.




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