Del Palacio al Corazón 2 La Boda Real

Capítulo 19

La mañana había amanecido gris en Copenhague, como si el cielo presintiera el peso que caería sobre el palacio ese día. Las nubes parecían inmóviles, cargadas, y el aire era denso, casi inmóvil. Dentro del ala este del Palacio Real, Frederick estaba ya despierto desde hacía horas, aunque no había salido de su despacho. Llevaba puesto su traje azul marino, perfectamente ajustado, pero su rostro estaba más tenso de lo habitual, las manos cruzadas sobre la espalda mientras miraba por la ventana con la mandíbula apretada.

Encima de su escritorio reposaba el periódico del día, doblado con precisión, la portada apuntando hacia la silla que estaba frente a él. En ella, la imagen de Leonor abrazando a su colega Acosta ocupaba media página: una instantánea tomada en el hospital, bajo un ángulo traicionero. El titular en letras gruesas y escandalosas decía: “La prometida del rey, en brazos de otro.”

Frederick cerró los ojos con pesar cuando escuchó un suave golpe en la puerta.

—Adelante —dijo, sin voltearse.

Leonor entró con paso firme, aunque los días anteriores le habían robado parte de su brillo. Iba vestida con sobriedad, sin maquillaje, el rostro algo demacrado por la jornada médica. Caminó hacia el escritorio con el corazón acelerado.

—¿Querías verme?

Frederick señaló con un gesto el periódico sin mirarla. Leonor se acercó, bajó la vista y al ver la imagen, su cuerpo se tensó. Sus ojos se llenaron de incredulidad y, casi de inmediato, una punzada de rabia contenida.

—Frederick… esto es ridículo —dijo, con la voz agitada—. Jamás te faltaría el respeto. ¡Jamás!

Frederick se giró al fin, la miró directamente, sin frialdad, pero sí con seriedad.

—Se ven muy cariñosos, Leonor.

Leonor se pasó una mano por el cabello, desesperada.

—Estábamos en el hospital, ¡es un colega! Casi un hermano. Además, no estábamos solos, y para colmo… ¡ni siquiera soy su tipo, ni él el mío!

El silencio fue su única respuesta al principio.

—Estoy cansada de tener que explicar cada cosa que hago, de que cualquier gesto se vuelva titular —añadió con dolor—. Cansada de tener que lidiar con esos reporteros que no me conocen, que no saben lo que realmente ocurre.

—No tendrías que hacerlo —respondió Frederick, cruzando los brazos.

Leonor lo miró fijo, con los ojos enrojecidos.

—Exacto. ¡No debería! Pero lo hago. Y cada día me siento más sola. Ya no sé qué hacer. Todo lo que hago, les molesta. Respiro y es noticia. No soy suficiente para esta vida.

Frederick guardó silencio unos segundos, antes de responder:

—Quizás es porque eres la futura reina de Dinamarca.

Leonor bajó la mirada. Frederick continuó:

—No me has entendido. No deberías permitirte situaciones que puedan malinterpretarse. Deberías comportarte como una reina, no como una...

Se detuvo, notando su propio tono.

—¿Como una qué? —preguntó Leonor, alzando la voz—. ¿Dilo, Frederick? ¿Como una plebeya?

Frederick no respondió de inmediato. Finalmente dijo:

—Para bien o para mal, tus acciones ya no solo te afectan a ti. Me afectan a mí, a mi familia, a la monarquía. Aquí las cosas no funcionan como allá.

—Lo sé —susurró Leonor, dolida—. Lo has dejado claro. Y sí, mis acciones nos afectan a todos... pero ¿sabes qué más? Yo también he dejado todo por ti. ¡Todo! Mi país, mi familia, mi carrera, mi libertad. Lo dejé todo por amor a ti. ¿Y tú? Cuando te preguntaron si dejarías la corona por mí... no dijiste sí. Solo dijiste “eso no pasará”. ¿Sabes lo que significó para mí?

Frederick se apartó, caminó con frustración, peinándose el cabello hacia atrás con ambas manos. No podía negarlo. Había evitado responder. Porque aunque amaba a Leonor con todo su ser... no estaba listo para renunciar.

—Yo... —comenzó a decir.

—Tal vez Kate tenga razón —dijo Leonor, con la voz apenas un susurro.

Frederick giró hacia ella, confundido.

—¿Qué quieres decir?

—Kate ha intentado arruinarme desde el principio. La loción en mi vestido, las insinuaciones, las miradas, las sonrisas en público. Encontré el envase en su armario. Todo este tiempo ha querido quitarme del camino. Y lo peor es que tú... tú no haces nada. Ella es lo que todos quieren como reina. No yo. Tal vez... simplemente no pertenezco aquí.

Frederick la miró con los ojos turbios.

—Nunca he sentido nada por Kate. Nunca la he mirado como te miro a ti. Tú eres mi amor, Leonor.

Pero ella ya no escuchaba. Las lágrimas le nublaban la vista. Se quitó el anillo de compromiso, con manos temblorosas.

—Esto no es un cuento de hadas, Frederick. Es la vida real. Y me estoy rompiendo en pedazos. No puedo seguir fingiendo que esto no me duele.

Le tendió el anillo.

—¿Qué estás haciendo? —susurró él, al borde del pánico.

—Lo siento, Frederick —fue todo lo que dijo, y salió corriendo, cerrando la puerta tras de sí con un golpe sordo.

Frederick se quedó inmóvil. La sala era enorme, pero en ese instante, le pareció asfixiantemente pequeña. Miró el anillo en su mano, el que momentos antes reposaba en la de ella. No sabía qué decir. Ni qué hacer.

Leonor cruzó los pasillos de palacio con rapidez. El eco de sus pasos era firme pero dolido. Los sirvientes la miraban con discreción. Letizia y Federico V no estaban. Nadie pudo detenerla. Su habitación ya estaba empacada. Daniel, fiel como siempre, esperaba con el auto frente a la entrada lateral.

Ella salió, con la mirada baja, conteniendo el llanto, respirando hondo.

Antes de subir al coche, miró una última vez el palacio. Ese lugar que había sido refugio, prisión y escenario de amor. Lo miró con tristeza. No con odio. Solo con resignación.

Subió al asiento del copiloto. Daniel arrancó sin preguntar nada.

Desde una ventana del segundo piso, Frederick vio el coche alejarse entre la bruma de la mañana.

Y por primera vez en mucho tiempo, una lágrima descendió por su mejilla, salada y honesta. No era un rey ahora. Era solo un hombre… viendo partir al amor de su vida.




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