Del Palacio al Corazón 2 La Boda Real

Capítulo 21

El sol apenas comenzaba a asomarse por el horizonte, tiñendo de un dorado tenue los tejados del palacio. Las calles de Copenhague todavía estaban envueltas en el silencio del amanecer, y una ligera brisa movía las cortinas de la residencia real. Frederick, con el rostro tenso y los ojos visiblemente cansados por una noche de insomnio, se colocó una chaqueta oscura sin importarle combinarla, se calzó unas botas sin demasiado esmero y salió decidido.

—Hoy conduzco yo —le dijo a Daniel con una voz seca y determinada, sin aceptar discusión.

Daniel, aunque sorprendido, asintió y se subió al asiento del copiloto. Sabía que cuando Frederick tomaba el volante era porque algo grave le carcomía por dentro.

El motor rugió con fuerza. Frederick pisó el acelerador como si con cada kilómetro pudiera dejar atrás la presión, la culpa, los recuerdos… y el nombre de Leonor, que le martillaba en la cabeza como un eco constante. Salieron de la residencia a toda velocidad, con el coche vibrando al ritmo de sus emociones reprimidas.

—¿No te parece que vas muy rápido? —preguntó Daniel, con una mano aferrada a la manilla del techo.

—La velocidad me ayuda a pensar —respondió Frederick con los ojos fijos en la carretera, mientras giraba el volante bruscamente para tomar una curva sin desacelerar. Su mandíbula estaba apretada, y sus manos firmes, pero tensas.

Daniel tragó saliva. Sentía que cada segundo en ese coche era un juego entre la vida y la muerte.

—Hay métodos más seguros para pensar —murmuró intentando sonar ligero—. ¿Has probado con meditación? Así no corres el riesgo de matarte.

Frederick soltó una leve risa sin humor, con los ojos aún clavados al frente.

—He tomado una decisión —dijo finalmente, rompiendo el silencio de forma cortante.

Daniel se giró hacia él, con el ceño fruncido.

—¿Qué decisión?

—Que se celebre la boda.

Un silencio espeso cayó en el interior del coche, sólo roto por el sonido del motor y los neumáticos devorando el asfalto.

—¿La boda con la princesa Kate? —preguntó Daniel incrédulo.

Frederick asintió con lentitud.

—Ella me habló del destino, de la responsabilidad que tengo, del pueblo... Y tiene razón. No puedo seguir pensando sólo en lo que yo deseo. Soy el rey. Y como rey, debo actuar como tal.

Daniel respiró hondo. Sus palabras siguientes fueron lentas, cuidadosas.

—Pero, señor, ¿está usted seguro? ¿Y la princesa Leonor? ¿Está dispuesto a renunciar a ella?

—Nada de peros, Daniel —lo interrumpió con firmeza, sin mirarlo siquiera—. Ya está decidido. El país necesita estabilidad. El Parlamento, la monarquía, mi familia… todos esperan que yo cumpla con mi deber.

Daniel volvió a mirar hacia adelante. En su interior sabía que Frederick no estaba convencido, que en sus ojos aún latía una tristeza contenida. Pero también entendía que no era momento para discutirle. El rey había hablado.

El coche continuó avanzando a toda velocidad, como si Frederick pudiera dejar atrás no sólo la distancia, sino también el dolor.

El sol aún no había terminado de alzarse del todo cuando la noticia comenzó a difundirse como fuego arrastrado por el viento: “El Rey Frederick ha decidido continuar con la celebración de su boda real”. Aún sin un comunicado oficial del palacio, bastó con que un miembro del gabinete filtrara la decisión para que la prensa danesa y luego la internacional tomaran la información y la convirtieran en el titular del día.

Los titulares eran unísonos y atronadores:

“La boda real será celebrada con la princesa Kate”

“Frederick honra su deber como rey: confirma su compromiso con Kate”

“¿Dónde está la princesa Leonor? El drama real se intensifica”

En los periódicos más prestigiosos de Dinamarca, los analistas hablaban de “madurez” y “compromiso institucional” por parte del joven monarca. Algunos lo llamaban "El Rey del deber", otros "el príncipe de la resignación". Las fotos que acompañaban los artículos eran una mezcla de imágenes oficiales del rey, otras de la princesa Kate luciendo radiante y sonriente, y otras más incómodas de la princesa Leonor saliendo por la puerta trasera del hotel donde se había hospedado la última noche en Copenhague.

En las calles de Dinamarca, la reacción fue mixta, casi dividida.

En el centro de Copenhague, varias pantallas LED transmitían en bucle la decisión real. Algunos ciudadanos aplaudían la decisión con fervor patriótico:

—“Es lo que se espera de un rey. No puede anteponer sus sentimientos al bienestar del país”, decía una mujer mayor con la bandera danesa pintada en la mejilla.

—“Es lo que haría su padre, es lo que hicieron sus antecesores. El trono exige sacrificios”, comentó un historiador entrevistado en directo.

Pero no todos pensaban igual.

En los cafés, en redes sociales, en los patios escolares, en las oficinas... muchos hablaban de lo injusto que era todo.

—“¿Y qué hay del amor? ¿Por qué tiene que casarse con alguien que no ama? —preguntaba una joven frente a la Universidad de Aarhus mientras mostraba una pancarta improvisada que decía “#LeonorYFrederickParaSiempre”.

Twitter, Instagram y TikTok eran un mar de imágenes de Leonor con hashtags como:

#LeonorDelPueblo

#LaReinaQuePerdimos

#FrederickElReyTriste

Miles de jóvenes daneses e incluso españoles colgaron videos con música melancólica, recopilaciones de momentos públicos de Frederick y Leonor, con comentarios que decían: “el deber ganó… pero el amor perdió”. Algunos incluso organizaban veladas simbólicas en parques donde encendían velas “por el amor verdadero”.

En Dinamarca, en los pasillos del palacio real, las paredes estaban llenas de flores enviadas por asociaciones monárquicas, pero también de cartas anónimas con frases como “Sin Leonor no hay alma” o “La corona no debería doler”.

Frederick lo veía todo desde el gran ventanal de su habitación, las manos en los bolsillos, el rostro oculto en sombra. A lo lejos, se escuchaba el retumbar de los pasos de los preparativos para la boda: decoradores, ayudantes, asistentes del gabinete. Todo marchaba. Todo avanzaba.




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