Del Palacio al Corazón 2 La Boda Real

Capítulo 22

El sol asomó lentamente sobre los tejados de Copenhague, tiñendo los edificios antiguos de un dorado suave, casi ceremonial. Era un día despejado, sin una sola nube en el cielo. El canto de las gaviotas se entremezclaba con el murmullo ansioso del pueblo danés, que ya desde muy temprano comenzaba a llenar las calles en dirección a la gran catedral, donde en solo unas horas se celebraría una boda histórica.

Los puestos de flores estaban abarrotados de peonías, tulipanes y lirios blancos, y la bandera nacional ondeaba con orgullo en cada rincón. Los cafés cercanos a la plaza estaban repletos de ciudadanos que bebían café con una mezcla de expectación y curiosidad. No era un día cualquiera: era el día en que el Rey Federico VI, el hombre más poderoso del reino, uniría su vida con la princesa Kate de Noruega.

Los medios de comunicación no habían escatimado. En todas las pantallas de televisión, radios y redes sociales, el evento era transmitido con fervor monárquico. Las portadas de los periódicos mostraban el rostro sereno —y quizás algo fingido— de Frederick junto a una radiante Kate. "Una unión entre coronas", decía el titular del Politiken. "Dinamarca y Noruega sellan su alianza con amor", afirmaba The Royal Gazette.

Frente a la catedral, una reportera de cabello rojizo hablaba emocionada con un micrófono en mano, rodeada por una multitud ansiosa.

—Hoy, a la 5 de la tarde, se celebrará la esperada boda entre la princesa Kate y el rey Federico VI —decía con voz ceremoniosa—. Como pueden ver, miles de personas se han congregado aquí, algunos desde muy temprano , para presenciar el ingreso de los novios. ¡El ambiente es mágico!

Es una boda que, sin duda, marcará un nuevo capítulo en la historia de las casas reales de Europa.

Los medios estaban desbordados. Cada revista de sociedad llevaba en portada una imagen retocada de Kate con su vestido de ensayo, luciendo como la perfecta reina consorte. Los titulares hablaban de una unión estratégica, de un amor que había nacido durante las cumbres diplomáticas, de cómo Noruega y Dinamarca consolidaban una alianza con esta boda. "Kate, la reina del norte", decía uno. "Frederick y Kate: una historia escrita por la corona", afirmaba otro. Lo que no sabían era que dentro de los muros del reino, la historia real era muy distinta.

Mientras tanto, en un rincón oscuro y olvidado del campus de la Facultad de Derecho, Leonor tenía las manos cubiertas de polvo, las uñas rotas de tanto hurgar entre libros antiguos, y los ojos ojerosos de una noche sin dormir. Su cabello estaba recogido en un moño deshecho y su bata blanca había sido reemplazada por una chaqueta de lana, prestada por uno de los chicos que la acompañaban.

Se encontraba en un lugar secreto, un laberinto subterráneo protegido bajo llave por profesores y académicos, un archivo donde se guardaban documentos históricos sellados, manuscritos daneses, tratados antiguos y... potencialmente, el libro que podía contener el código real que invalidaría la boda.

—Acosta… no lo conseguiremos —dijo Leonor, con la voz quebrada mientras pasaba sus manos temblorosas sobre otro volumen de cuero—. Hemos buscado toda la noche y nada…

—Claro que sí lo haremos —respondió Acosta, su voz firme y decidida, mientras sostenía una lámpara de mano—. Todavía faltan algunas horas. Respira, Leonor, no te rindas ahora.

Leonor suspiró profundamente. Había mucho en juego. No se trataba solo de detener una boda… se trataba de corregir un error que pondría al rey con una mujer que no amaba. Se trataba de una verdad oculta entre cláusulas legales escritas hacía siglos. Se trataba de un corazón, del suyo y del de Frederick.

Mientras tanto, en el palacio real, Daniel entraba a la alcoba del rey. Iba vestido con su uniforme militar de gala, con la condecoración de la orden del elefante brillando en su pecho. En sus manos llevaba la espada ceremonial, y su rostro estaba serio, sereno… pero no indiferente.

Frederick estaba sentado al borde de la cama. Su traje de boda colgaba en el perchero, planchado, perfecto, con el peso simbólico de siglos sobre sus hombros. Él, en cambio, lucía pálido, como si estuviera atrapado en una prisión invisible.

—Todo está listo —dijo Daniel, en voz baja—. No puedes retroceder ahora.

Frederick alzó la vista. Sus ojos estaban húmedos, pero se mantuvo firme.

—Lo sé… —murmuró. Pero en el fondo de su alma, algo gritaba.

De regreso en la biblioteca secreta, uno de los chicos se detuvo de golpe.

—¡Aquí hay algo! —exclamó, levantando una tapa de madera que parecía una loseta del suelo. Un sonido seco y antiguo se oyó cuando la madera cedió.

Leonor corrió hacia allí. Lo que encontró debajo era una pequeña cámara de piedra con un estante central cubierto por un paño gris. Al levantarlo, sus ojos se iluminaron.

—Es él… —susurró, tomando el libro con manos reverentes. La portada estaba escrita en latín, y el símbolo del escudo real danés aparecía grabado en oro.

Acosta se inclinó y hojeó las páginas junto a ella.

—Mira esto… aquí están las cláusulas originales del código real. La boda de un monarca debe estar respaldada por el consenso del consejo, y validada por linaje puro, sin controversias legales. Si logramos demostrar que Kate violó uno de estos requisitos, la boda puede ser detenida.

Leonor cerró el libro, decidida.

—Tenemos que llegar antes de que Kate entre a la catedral.

La ciudad seguía celebrando sin saber que, bajo sus pies, entre sombras y pergaminos olvidados, una joven peleaba con el tiempo para evitar que un rey tomara una decisión que no venía del corazón.

Y la catedral… ya se llenaba. Los relojes marcaban las 4:20 p.m. Faltaban apenas hora y media.

Todo estaba en juego.




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