Esta historia es una adaptación de la película Mi príncipe y yo, mi película de la realeza favorita. Desde hace varios años, quería hacer la historia de Page y el príncipe Edward de Dinamarca. Cabe destacar que decidí cambiar los nombres de los personajes, espero y no halla problemas con eso, ya que como es una adaptación cambie los nombres y agregue algunas cosas que consideré necesarias. La película se divide en 4 partes, no sé si simplemente la dejaré hasta las 2, que es la boda real de Leonor y del Rey Federico. Las otras dos películas la veo como relleno, no hay posibilidad de que las agregue al libro.
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El amor entre un príncipe y una plebeya es un encuentro mágico donde dos mundos opuestos se unen, desafiando las barreras de la sociedad. Él, acostumbrado a lujos y deberes, se siente cautivado por la sencillez y autenticidad de ella. Ella descubre en él un corazón noble, detrás de las formalidades y el peso de la corona. Juntos, experimentan el amor puro y sincero, lleno de pequeños gestos y momentos inolvidables. Sin embargo, su relación también enfrenta retos, como las diferencias y expectativas externas. Aun así, el amor se vuelve su refugio, un sentimiento que trasciende todo, incluso la realeza.
En el laboratorio del hospital, la luz blanca de los fluorescentes caía en haces sobre las superficies pulcras y resplandecientes de los mesones. El sonido rítmico del ventilador, en conjunto con el zumbido de las centrifugadoras en acción, llenaba el aire con un ambiente de precisión casi solemne. Leonor inclinó su rostro hacia el microscopio, sus ojos marrones escudriñando las células y microorganismos que danzaban bajo el objetivo. Ella observaba cada detalle, sus labios curvándose en una leve mueca de concentración. Sus dedos hábiles se movían con destreza, anotando en su cuaderno los descubrimientos del día.
Mientras contemplaba las diminutas formas de vida, Leonor no pudo evitar divagar, comparando la lucha por la supervivencia en el microcosmos con la vida humana. Pequeñas células enfrentándose, unas destruyendo a otras, algunas logrando dividirse y multiplicarse, otras extinguiéndose sin más. Un mundo microscópico, reflejo de la misma complejidad y efímera lucha que cada ser humano experimentaba, pensó con un dejo de melancolía.
-¡Leonor! -La voz de la licenciada interrumpió sus pensamientos, arrancándola del mundo minúsculo y devolviéndola a la realidad. La mujer se acercó con una sonrisa afable y en las manos un pequeño pastel de chocolate con una vela adornada-. ¡Felicidades! Iniciarás tu año en la escuela de medicina. Sé lo importante que es para ti.
Leonor dejó escapar una sonrisa cálida, una que hacía brillar sus ojos con una mezcla de sorpresa y gratitud. Respiró hondo, sintiendo cómo la emoción le llenaba el pecho, y aceptó el pastel con las manos temblorosas.
-Gracias... de verdad, gracias por todo.
El momento de celebración fue breve, pero dulce. La licenciada le dedicó una mirada que llevaba implícita admiración y orgullo, y Leonor sintió la fuerza de todos los años de sacrificio, estudio y perseverancia que la habían traído hasta ese punto. Se despidió con un abrazo y, con el corazón aún acelerado, salió del laboratorio al fin de su jornada.
Al salir al estacionamiento, el sol ya comenzaba a ponerse, pintando el cielo de tonos anaranjados y rosados. Leonor subió a la vieja camioneta de la familia, una Chevrolet plateada que había sido testigo de innumerables aventuras, y puso en marcha el motor con un rugido ronco. El tiempo se le escapaba de las manos, y estaba consciente de que iba tarde. Una de sus compañeras y mejores amigas del instituto estaba por celebrar su boda y Leonor sabía que no podía fallarle. Presionó el acelerador y se adentró en el tráfico vespertino.
Los vehículos avanzaban con lentitud, y la tensión en el aire se sentía palpable, como una fina capa de electricidad. Leonor mantenía la mirada fija en el camino, las manos aferradas al volante, mientras sus pensamientos revoloteaban. Las calles, repletas de luces parpadeantes de los automóviles y peatones apurándose a casa, parecían un ecosistema propio, una sinfonía caótica que demandaba paciencia y precisión.
El viento entraba por la ventanilla abierta, enredándose en sus mechones de cabello oscuro, y Leonor trataba de calmarse. Llevaba el pastel a su lado en una caja, con la promesa de celebrarlo más tarde en casa con su familia. Pero en ese momento, lo único que importaba era llegar a tiempo y estar presente para su amiga, cuyo rostro preocupado y palabras urgentes aún resonaban en su mente.
En las calles vibrantes del distrito más moderno de Copenhague, el rugido de los motores se mezclaba con el bullicio de la tarde. Federico, el joven príncipe de Dinamarca, conocido por su reputación de rebelde y amante de los desafíos, se encontraba al volante de un reluciente Aston Martin negro, un vehículo que destellaba bajo la luz del sol. A su lado, Daniel, su guardaespaldas y confidente, observaba el entorno con la mirada vigilante y el semblante firme que exigía su deber.
Con una maniobra rápida, Federico aparcó el auto junto a la acera. Sus movimientos eran seguros, cada acción impregnada de la audacia y el carisma que lo caracterizaban. Se ajustó los lentes de sol oscuros que ocultaban sus ojos verdes y, con una postura erguida, descendió del vehículo. Llevaba una chaqueta de cuero negra que se amoldaba perfectamente a sus hombros anchos, y el cabello, peinado hacia atrás, brillaba al ser acariciado por la brisa. Daniel, siempre a su lado, lo siguió, su complexión atlética destacándose en un traje impecable y discreto, preparado para cualquier situación.
Al otro lado de la calle, Jean, el conocido amigo y eterno rival de carreras, estaba apoyado contra un elegante deportivo rojo. Una sonrisa traviesa iluminaba su rostro mientras conversaba con un grupo de chicas jóvenes que reían y lo observaban con ojos llenos de curiosidad. Al ver a Federico acercarse, Jean alzó una ceja con aire de diversión. Las chicas dejaron de hablar, sus miradas deslizándose hacia el príncipe con una mezcla de admiración y sorpresa.
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Editado: 10.11.2024