El sol de la mañana bañaba la ciudad universitaria con una luz dorada y vibrante. El campus estaba lleno de estudiantes que se movían de un lado a otro con maletas, mochilas, y sueños brillantes como las hojas recién caídas que cubrían el suelo. Leonor y su padre llegaron en la vieja camioneta familiar, que se detuvo suavemente frente al imponente edificio de la facultad. El motor se apagó con un ronquido, y el padre de Leonor, un hombre robusto con el cabello ya teñido de gris, bajó del vehículo y caminó alrededor para ayudar a su hija con el equipaje.
Con una sonrisa cálida, colocó las pesadas maletas en la acera y se volvió hacia Leonor. Su mirada estaba cargada de una mezcla de orgullo y nostalgia. -Adiós, tesoro -dijo, sus ojos ligeramente humedecidos. Leonor sintió el nudo familiar en la garganta, ese que siempre aparecía cuando dejaba a su familia para regresar a la universidad. Se acercó y lo abrazó con fuerza.
-Adiós, papá. Te amo -murmuró, aferrándose a él por un instante más antes de soltarlo. Su padre le revolvió el cabello con cariño y se despidió con una última mirada antes de volver a la camioneta.
Leonor se ajustó la mochila en el hombro y comenzó a subir las escaleras hacia el edificio donde se encontraba su dormitorio. Los pasillos ya estaban llenos de estudiantes, algunos abrazándose después de las vacaciones, otros riendo y charlando mientras desempacaban. Cuando abrió la puerta del cuarto que compartía con su compañera de piso, Clere, fue recibida por un grito alegre.
-¡Leonor, cómo estás! -Clere, una chica de cabello rizado y ojos verdes brillantes, dejó lo que estaba haciendo y corrió hacia ella, dándole un abrazo efusivo. Leonor le devolvió el gesto, sintiéndose aliviada de estar de vuelta en un lugar que había comenzado a sentir como su segundo hogar.
-Estoy muy bien -dijo Leonor mientras comenzaba a desempacar sus cosas. Había traído libros, ropa doblada con precisión y pequeños recuerdos de casa, como fotos familiares y su taza favorita.
Clere la miró con entusiasmo. -¿No te alegras de volver? -preguntó mientras ayudaba a Leonor a colocar algunas de sus cosas en la pequeña estantería junto a la cama.
-Claro que sí -respondió Leonor con una sonrisa-. Cada cuatrimestre que pasa, siento que estoy un paso más cerca de ser doctora.
Clere dejó escapar una risa divertida y asintió. -Vamos a salir con Amanda y Lucía. Han estado hablando de eso todo el día.
Ambas terminaron de organizar sus cosas, bromeando y riendo, antes de salir en busca de sus amigas. Amanda y Lucía estaban esperando en un café cercano, sentadas en una mesa al aire libre con las sillas dispuestas bajo un toldo de rayas blancas y azules. Las hojas crujían bajo los pies mientras Leonor y Clere llegaban y se unían a sus amigas. Amanda, con su melena rubia y sonrisa siempre traviesa, fue la primera en hablar.
-¡En las vacaciones salí a una fiesta y terminé acostándome con un italiano de 45 años! -dijo Amanda, levantando las cejas de forma dramática, lo que provocó una explosión de risas entre todas. Incluso Leonor no pudo evitar reírse.
Amanda levantó una mano como si fuera a jurar algo solemne. -Pero no estuvo tan mal, lo juro.
Justo en ese momento, Pedro, un amigo alto y desgarbado con una sonrisa perpetuamente juguetona, llegó con una charola que sostenía cuatro vasos de cerveza helada. -Y si se dan tres rondas de esto -dijo con un guiño-, pensarán que soy el hombre más guapo de todo el país.
Las chicas rieron y tomaron los vasos, levantándolos para brindar. -¡Por el nuevo semestre! -dijo Clere, y chocaron sus vasos con un tintineo feliz. Leonor levantó el suyo y bebió, sonriendo a pesar de sus nervios.
Pero Amanda, siempre la reina de la diversión, puso una mueca exagerada. -Detesto que hables de la universidad cuando estamos tratando de divertirnos -dijo, sacudiendo la cabeza-. Olvida por un segundo las clases y los libros.
Leonor rio, pero no pudo evitar hablar de sus sueños. -Quiero que estos cinco años pasen rápido. Me esfuerzo porque quiero estudiar medicina en Inglaterra, en Cambridge. Ustedes saben que es mi sueño hacer mi especialidad allí.
Lucía y Amanda se miraron y respondieron al unísono, con sonrisas cómplices: -¡Entrarás, lo sabemos!
Leonor se sonrojó y agradeció el apoyo de sus amigas, aunque siempre sentía una punzada de duda cuando pensaba en su meta. -Pero este semestre me tocó Shakespeare. Es una pérdida de tiempo...
Lucía rodó los ojos y se levantó de la silla con determinación. -¡Ya estoy cansada, Leonor! -exclamó, riendo mientras se dirigía hacia un grupo de chicos sentados en la mesa de al lado. Sin dudar, le quitó un vaso de whisky a uno de ellos y regresó, mirándola con desafío. -¡Dije que no hablaras de clases! Vamos, tómalo de un solo trago.
Amanda se unió con una sonrisa traviesa. -¡Hasta el fondo, Leonor!
Leonor miró el vaso con horror, pero ante las miradas expectantes de sus amigas, finalmente lo tomó de un solo golpe, sintiendo el calor del licor arder en su garganta. Hizo una mueca mientras las demás chicas se reían a carcajadas.
Clere palmeó a Leonor en la espalda mientras trataba de recuperar la compostura. -Te lo ganaste, amiga. -Las cuatro siguieron riendo, mientras el campus bullía a su alrededor con la energía de los jóvenes ansiosos por comenzar un nuevo año, llenos de sueños, amistades y la promesa de aventuras que aún estaban por llegar.
Los pasillos del Palacio de Amalienborg, revestidos con mármol pulido y decorados con tapices centenarios que narraban las gestas de antiguos monarcas, se llenaban del eco de los pasos de Federico V, el actual rey, y su hijo, Federico, el príncipe heredero. El ambiente era solemne, impregnado de historia y tradición. Los dos caminaban en silencio, rodeados de un grupo de asesores y nobles, todos vestidos con trajes oscuros y emblemas que denotaban sus rangos en la corte.
Federico, el rey, se detuvo por un momento y miró a su hijo, quien caminaba con una expresión distraída y juvenil arrogancia. -Quiero que te comportes -dijo el monarca, su voz resonando con el peso de la responsabilidad-. Un día tendrás que ser el rey, y lo sabes, ¿verdad?
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Editado: 10.11.2024