La cafetería estaba completamente vacía sin los murmullos constantes y familiares de los universitarios. Leonor, con una bandeja en mano, apenas parpadeó cuando una de sus compañeras de trabajo le entregó una pequeña moneda.
-Hoy te toca elegir la canción, Leonor -le dijo, sonriendo.
Leonor tomó la moneda y la deslizó en la máquina de música de la cafetería. Pulsó algunos botones, pensativa, y al instante una melodía suave pero animada comenzó a llenar el espacio. Frederick, quien estaba en la barra intentando familiarizarse con los pedidos, levantó la vista al escuchar la música. Sin querer, su atención se centró en ella, observándola desde una prudente distancia.
Leonor comenzó a limpiar las mesas, moviéndose al ritmo de la música. En un gesto despreocupado, se quitó los zapatos para andar descalza por el suelo, sin dejar de bailar con pasos ligeros y espontáneos. Sus pies pequeños y delicados deslizándose sobre el suelo de la cafetería atraparon la atención de Frederick, que la observaba en silencio, sin apartar la mirada.
Algo en su pecho se removió. Había algo especial en Leonor, algo que le hacía sentir libre, como si el peso de su apellido y de las expectativas se desvaneciera mientras la veía moverse al compás de la música, sin pretensiones ni máscaras. Por un momento, dejó escapar una sonrisa tímida; Leonor le agradaba mucho más de lo que él había querido admitir, no porque ignorara quién era él, sino porque lo trataba como a un chico cualquiera, solo otro estudiante tratando de adaptarse.
Mientras él la miraba desde la barra, el dueño de la cafetería se acercó y le dio una palmada en el hombro.
-Oye, chico, hay algo allá afuera que debes limpiar -le indicó, señalando el pequeño desastre que alguien había dejado cerca de la entrada.
Frederick, sacudiendo la cabeza para salir de su ensimismamiento, asintió y dejó de mirar a Leonor. Caminó hasta la puerta con los utensilios de limpieza, y en la parte trasera de la cafetería se topó con Daniel, quien, como siempre, estaba listo para ayudar.
-¿Necesita que le eche una mano, señor? -preguntó Daniel, manteniendo el tono respetuoso pero bajo, cuidando de no llamar la atención.
Frederick negó con la cabeza, sacudiendo una botella de desinfectante en dirección a un pequeño charco.
-Hoy no soy ningún "señor", Daniel. Hoy solo soy... Frederick.
Justo en ese momento, Leonor y su compañera pasaron cerca, ajustando las sillas y limpiando algunas mesas. Al verlo concentrado en su tarea, Leonor se detuvo un momento, cruzando los brazos y dedicándole una sonrisa burlona.
-Nada mal para tu primer día, ¿eh? -dijo, y su voz tenía una calidez inesperada.
Frederick sonrió levemente, con una mezcla de orgullo y nerviosismo. Sus ojos brillaban con algo que parecía una mezcla de incredulidad y curiosidad.
-¿Hablas en serio? -le respondió, con una pequeña risa.
Leonor asintió, aunque su sonrisa se ensanchó.
-Claro que sí. Has derramado todas las cervezas que intentaste servir, no has hecho ni un pedido bien... Pero bueno, es tu primer día. Te irás acoplando.
Frederick no pudo evitar soltar una risa genuina ante su comentario, divertido por su franqueza. Había algo en esa actitud tan directa que le resultaba refrescante, y por un segundo sus miradas se cruzaron en un entendimiento silencioso.
Cuando Leonor comenzó a alejarse, Frederick, sin pensarlo demasiado, dio un paso adelante y la llamó.
-Oye, Leonor.
Ella se giró, curiosa.
-¿Qué tal si este sábado me acompañas a una fiesta? -propuso, en un tono casual, aunque por dentro estaba ansioso por su respuesta.
La expresión de Leonor cambió. La chispa de alegría en sus ojos se apagó ligeramente y, con un leve encogimiento de hombros, su sonrisa se desvaneció.
-Lo siento, tengo cosas que hacer -respondió con frialdad, y antes de que Frederick pudiera reaccionar, se dio la vuelta y se marchó.
Frederick se quedó de pie, observando cómo ella se alejaba, con un extraño nudo en el estómago. No estaba acostumbrado a que lo rechazaran, y menos de forma tan directa. Mientras se quedaba allí, en silencio, Daniel, que lo había estado observando desde cerca, se acercó y rompió el silencio.
-¿Sabe algo, señor? A usted nunca lo han rechazado. ¿Verdad?
Frederick lo miró, sin saber muy bien qué responder.
-No... Nunca. Es la primera vez que alguien me rechaza.
Daniel sonrió con una mezcla de ironía y comprensión.
-Eso es porque ella no sabe quién es usted. Para Leonor, usted solo es Frederick, el chico nuevo que apenas sabe cómo rebanar pavo.
Frederick lo miró, su ceño fruncido en una expresión de ligera molestia.
-Precisamente eso es lo que me gusta de ella, Daniel. Me trata como a cualquier otro. Nada de "su alteza" o de formalidades.
Daniel asintió, observándolo con una seriedad inesperada.
-Eso lo entiendo, señor. Pero si me permite la opinión, algo entre usted y la señorita Leonor... No sería algo muy prometedor.
Frederick lo miró, confundido, intentando descifrar el significado detrás de sus palabras.
-¿Por qué? ¿Por qué dices eso?
Daniel le lanzó una mirada que era mitad paternal y mitad crítica.
-Porque son de calibres muy distintos, señor. Usted está destinado a un camino de responsabilidades que ella no podría imaginar.
Frederick lo miró con una mezcla de irritación y obstinación, tratando de procesar lo que Daniel insinuaba. Respiró profundamente y, con voz firme, respondió:
-¿Y eso qué tiene que ver? Ella no sabe sobre la realeza, ni sobre mis responsabilidades... pero eso no la hace inferior.
Daniel suspiró, mirando hacia la puerta de la cafetería por donde Leonor acababa de salir. Luego volvió su atención a Frederick, y su voz adoptó un tono suave, casi melancólico.
-Señor, el "calibre" superior al que me refería era el de ella, no el suyo.
Frederick lo observó, incrédulo, pero antes de que pudiera formular una respuesta, Daniel se dio media vuelta y se alejó, dejando a Frederick solo con sus pensamientos.
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Editado: 10.11.2024