Del Palacio al Corazón

Capítulo 12

Leonor salió del aula aún conmocionada, su mente ocupada con el remolino de emociones que acababa de desbordarse en plena clase de literatura. Cada palabra que había pronunciado sobre el amor y las decisiones impulsivas resonaba ahora en su cabeza, como una afirmación de algo más profundo que no se había atrevido a aceptar hasta ese instante. Se dio cuenta de que el amor que sentía por Frederick no era una simple ilusión pasajera; era una certeza que la empujaba hacia un destino desconocido.

Con pasos apresurados llegó a la habitación de Frederick. Scott le abrió, y apenas él la saludó, Leonor, casi sin aliento, le preguntó:

-¿Dónde está?-. Scott, mirándola con una mezcla de sorpresa y resignación, le extendió una carta, diciéndole: -Si buscas al príncipe de Dinamarca, me dejó esto para ti-.

Leonor tomó la carta entre sus manos, sintiendo el peso de cada palabra incluso antes de leerla. La carta decía, El sol brilla en el cielo como un lucero en el alba.;Ella entendió de inmediato el significado de esas palabras. No era solo una despedida, sino una invitación a seguir su intuición, a perseguir ese brillo que Frederick había encendido en su vida.

Corrió hacia su habitación, donde Clere, su amiga y compañera de cuarto, la miró sorprendida cuando la vio entrar con determinación y empezar a hacer sus maletas.

-¿Qué haces? ¿A dónde vas?-le preguntó Clere.

-Voy a Dinamarca- respondió Leonor sin detenerse a pensar demasiado. -Tengo que ver a Frederick-

Clere, confundida, tomó la nota y la leyó.

-¿Dinamarca? ¿Y qué harás cuando llegues allá?- insistió.

Leonor se detuvo un momento, respirando hondo mientras las palabras salían de su boca.

-No lo sé, solo sé que si no voy, me arrepentiré toda la vida-

Clere sonrió, comprendiendo más de lo que decía Leonor.

-Estás enamorada-, susurró.

Las otras tres amigas entraron en la habitación al escuchar la conversación, y al comprender lo que Leonor estaba planeando, decidieron ayudarla. Con sus ahorros reunidos, le compraron el boleto, dándole un abrazo grupal de despedida antes de verla partir.

Horas después, Leonor subió al avión con destino a Dinamarca. Mientras el avión despegaba, su corazón latía con fuerza, una mezcla de nervios y emoción la embargaba. Miró por la ventanilla, viendo cómo las nubes comenzaban a rodearla y la tierra quedaba cada vez más lejos. Se preguntaba si estaba tomando una decisión precipitada, si Frederick la recibiría o si todo esto terminaría en nada. Pero mientras el avión avanzaba en el cielo nocturno, pensó en lo que había dicho en la clase: el amor no aparece todos los días. Esta era su oportunidad, y aunque el futuro era incierto, sabía que debía seguir adelante.

Durante el vuelo, cada segundo parecía eterno. Las luces suaves de la cabina y el ronroneo constante de los motores creaban un ambiente surrealista que la hacía sentirse entre el sueño y la vigilia. Sus pensamientos volaban junto a ella, reviviendo cada momento con Frederick: el primer beso, las miradas que compartían, el descubrimiento de su identidad como príncipe. Por un instante, sintió miedo, pero, respirando hondo, recordó que, a pesar de todas las dudas, su corazón la guiaba hacia algo mayor, algo que necesitaba vivir.

Finalmente, cuando las luces de Copenhague se divisaron a lo lejos en la madrugada, una mezcla de esperanza y nerviosismo se apoderó de ella. Estaba a punto de llegar, de encontrar respuestas y de enfrentar el sentimiento que la había llevado hasta Dinamarca.

Leonor descendió del avión y salió rápidamente al área de taxis, sintiendo la brisa fresca de la mañana danesa. La ciudad parecía acogedora y mágica bajo las primeras luces del día. Mientras el taxi avanzaba, Leonor miraba por la ventanilla, admirando las calles empedradas, los edificios antiguos y elegantes que parecían guardar secretos de siglos pasados, y los destellos de la arquitectura nórdica que daban a cada rincón un aire de realeza discreta.

Pero pronto el taxi se detuvo. El conductor se giró y, con una sonrisa paciente, le explicó que había un desfile. -Cada vez que la familia real sale, media ciudad se desplaza para verlos-, comentó. Leonor le pagó rápidamente y, agradeciéndole, bajó del taxi, uniéndose a la multitud.

Los murmullos de la gente y el sonido lejano de trompetas llenaban el ambiente. Leonor avanzó lentamente, abriéndose paso entre la multitud hasta llegar al frente. Allí, en medio del desfile, vio a Frederick, cabalgando a un lado del carruaje real. Vestía un traje de príncipe, con la chaqueta de terciopelo oscuro y los galones dorados reluciendo bajo la luz del sol que comenzaba a salir. Su porte majestuoso y su mirada enfocada en el horizonte lo hacían parecer sacado de un sueño.

Sin contenerse, Leonor gritó: -¡Frederick!-Su voz se perdió entre los murmullos, pero cuando un niño de la multitud la reconoció, su voz se elevó. -¡Es Leonor, es Leonor!- Pronto el clamor de la multitud coreaba su nombre, y Frederick, al escuchar, se giró. Sus ojos se iluminaron al verla. Una sonrisa leve pero intensa cruzó su rostro antes de que girara su caballo y, ante la sorpresa de la multitud y la aprobación alegre de su hermana Clarice, se dirigiera hacia Leonor.

Cuando llegó a ella, Frederick le tendió la mano. Ella la tomó, y él la ayudó a subir al caballo. Leonor sintió cómo la miraban las personas alrededor, pero solo podía pensar en Frederick, quien la sostuvo con firmeza mientras continuaban el desfile juntos.

Al llegar al castillo, un palacio imponente de piedra blanca y gris con torres altas y decoraciones doradas, Frederick desmontó y ayudó a Leonor a bajar del caballo. La entrada estaba flanqueada por una hilera de soldados con uniformes impecables, quienes formaban una barrera de honor a cada lado mientras Frederick y Leonor caminaban de la mano hacia el interior.

Dentro, el castillo era aún más impresionante. Altas bóvedas sostenían los techos decorados con frescos detallados que contaban historias de antiguos reyes y leyendas danesas. Las paredes estaban adornadas con tapices de hilos dorados y rojos, y en el centro de la gran sala, un candelabro inmenso de cristal colgaba, reflejando luces que danzaban como estrellas en el cielo.




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