Del Palacio al Corazón

Capítulo 14

La ceremonia de inauguración del proyecto ambiental en Dinamarca era imponente, llena de personas importantes, banderas ondeando y periodistas listos para captar cada detalle. El aire estaba cargado de expectativas, y los miembros de la realeza estaban preparados para participar. Federico se adelantó con un paso firme, tomó la pala de manos de un asistente, se inclinó y, con una sonrisa en el rostro, recogió un poco de tierra, sosteniéndola en alto mientras los flashes de las cámaras captaban el momento. Su expresión irradiaba una mezcla de orgullo y responsabilidad, y tras un breve discurso sobre el compromiso de Dinamarca con el medio ambiente, el público rompió en aplausos.

La reina Letizia fue la siguiente. Con la elegancia que la caracterizaba, replicó el gesto de Federico y esbozó una sonrisa serena al momento de recoger la tierra. Todos los presentes observaban con admiración y respeto, reconociendo su compostura impecable. Cuando le tocó a Leonor, avanzó con determinación, pero con un toque de humildad en su caminar, propio de alguien que no estaba acostumbrada a los flashes y la formalidad de la realeza.

Tomó la pala con firmeza, clavándola en la tierra con un poco más de fuerza de la que requería el acto ceremonial, y alzando un puñado generoso de tierra que luego dejó caer. Su rostro mostraba una mezcla de orgullo y espontaneidad, y el silencio entre los presentes se rompió en murmullos y miradas de sorpresa. Leonor sintió las miradas sobre ella y, sin saber cómo explicar su acto, sonrió tímidamente antes de decir:

—Es que… soy de una granja.

La reina Letizia la miró en silencio, sin expresar crítica abierta pero con una leve expresión de desaprobación. Aquel acto de espontaneidad, que para Leonor resultaba natural, parecía desafiar las normas implícitas de la realeza. Leonor se sintió algo fuera de lugar, pero se mantuvo firme, convencida de que esa sinceridad era parte de su esencia.

Al regresar al castillo, ella y Federico decidieron aprovechar su tiempo a solas, buscando un momento de tranquilidad en medio de la apretada agenda. Prepararon una canasta con frutas frescas, quesos y vino, y se dirigieron a un rincón apartado y verde del palacio para hacer un pícnic. Las horas pasaron mientras charlaban sobre su futuro, y el tema de la luna de miel surgió de manera natural. Leonor, soñadora, sugirió:

—¿Qué tal Marruecos? —preguntó, imaginando los exóticos paisajes y el encanto de las ciudades antiguas.

Federico sonrió, pero frunció levemente el ceño.

—No sería prudente, Leonor. La seguridad podría ser un desafío, y necesitaríamos reforzarla en un viaje así.

Leonor asintió, comprendiendo las implicaciones que su vida como futura reina traía consigo. Pero, con una sonrisa, se animó a sugerir algo más:

—¿Y España? Tal vez podríamos pasar unos días en algún lugar tranquilo.

Federico asintió con entusiasmo.

—España sería ideal, además de que mi tío, el rey Felipe, seguramente nos prestaría alguna de sus residencias. Sería perfecto.

Leonor dejó escapar una sonrisa mientras imaginaba aquel lugar idílico y la paz de compartirlo con él. Federico se inclinó y la besó con ternura, en un gesto que parecía sellar aquella promesa de felicidad y tranquilidad.

Días después, Margarita, la diseñadora, llegó al castillo para ajustar el vestido de coronación de Leonor. Con su equipo de asistentes y rollos de tela de los tonos más elegantes, Margarita se dedicó a repasar cada detalle del vestido. El proceso fue meticuloso, y Leonor se dejó guiar, consciente de que aquel vestido simbolizaba algo más grande que una simple prenda: era el inicio de su nueva identidad como futura reina.

Aquella semana, Leonor fue invitada a la inauguración de un hospital pediátrico. El evento era solemne, y todos observaban cómo la reina Letizia pronunciaba un discurso conmovedor sobre la importancia de cuidar la salud de los niños. Leonor, sin embargo, se sintió atraída por los pequeños pacientes que esperaban en una de las salas de juego y decidió acercarse. Con un cariño espontáneo, se agachó para estar a su altura y comenzó a jugar con ellos, olvidándose de los protocolos y de la formalidad de su posición. Rieron juntos, y los niños le compartieron historias de sus juguetes y de sus aventuras en el hospital. De repente, uno de los paparazzi la vio y susurró:

—¿Dónde está la plebeya?

Cuando la cámara la enfocó, la imagen de Leonor riendo con los niños fue capturada y, al día siguiente, aquella foto apareció en los principales titulares de los periódicos. La imagen reflejaba a una mujer sincera, alejada de la frialdad que a veces caracterizaba a la realeza.

Pero aquella espontaneidad no fue bien recibida por todos. La reina Letizia buscó a Leonor y, con un tono suave pero firme, le expresó su preocupación:

—Leonor, ¿te das cuenta de lo que has hecho? —preguntó, sin perder su compostura.

Leonor la miró, sorprendida.

—No veo nada de malo en ello —respondió, sin entender del todo el problema.

La reina suspiró y la miró directamente a los ojos.

—En este mundo, Leonor, debes saber cómo hacer las cosas. Todo se puede malinterpretar. Ser de la realeza no es como ser rico o famoso. Es algo mucho más profundo. Es un compromiso con una nación, con una historia.

Leonor sintió una punzada en el pecho. Sus intenciones habían sido genuinas, pero comprendía que, para los ojos de Letizia, había faltado a las normas de la realeza.

—Me estoy esforzando —murmuró Leonor, con un tono que reflejaba su sinceridad y su frustración.

Letizia la observó en silencio antes de añadir, con un tono que llevaba tanto sabiduría como una fría advertencia:

—Es una forma de ser que se aprende desde la niñez, Leonor. Aquí, no eres simplemente tú misma. Leonor O'Hara ya no existe; está muerta. Eres Leonor, futura reina de Dinamarca.

La realidad de aquellas palabras golpeó a Leonor como una ola helada. La magnitud de amar a Federico y aceptar una vida a su lado significaba sacrificar más de lo que había imaginado. La espontaneidad, la libertad de ser ella misma… todo eso parecía desvanecerse en la exigencia de ser una figura perfecta, intachable. Era un sacrificio que no solo implicaba abandonar su antigua vida, sino perder una parte esencial de su identidad.




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