Del Palacio al Corazón

Capítulo 16

Leonor bajó al salón iluminado con un millar de luces, reflejadas en el brillo de los candelabros y en el reluciente mármol que cubría el piso. Las joyas de los invitados refulgían en cada esquina, el murmullo de las conversaciones y las risas llenaba el lugar. Se sintió abrumada por la majestuosidad de aquel ambiente, pero su mirada se dirigió directamente a Federico, quien, de pie al otro extremo del salón, le dedicó una sonrisa que era solo para ella. Vestido con su uniforme de príncipe, Federico parecía un cuadro de antaño, la mezcla perfecta de nobleza y juventud, de elegancia y una chispa traviesa en sus ojos.

Al verla, Federico se excusó de la conversación que sostenía y se acercó a ella, extendiéndole la mano.

—Disculpa, Leonor. ¿Me concederías este baile? —le dijo con una sonrisa, como si aquel momento fuera un sueño hecho realidad para él.

Leonor sonrió y aceptó. Pronto ambos se encontraban en el centro de la pista, girando al ritmo de una melodía suave y elegante. Mientras sus cuerpos se movían con delicadeza, Federico se inclinó hacia ella y, con una expresión tierna, le murmuró al oído:

—Espero que no te importe, pero pedí que toquen nuestra canción.

Leonor lo miró, sorprendida.

—¿Tenemos una canción? —preguntó, sin poder contener una sonrisa.

—¿Recuerdas aquella tarde en la cafetería? —respondió Federico con una mirada cómplice—. Cuando comenzaste a bailar descalza sin darte cuenta de que te estaba mirando. Esa melodía era la que sonaba.

Leonor rió y se dejó llevar por aquel recuerdo, mientras sus manos se entrelazaban en un gesto íntimo y familiar. El mundo pareció desvanecerse a su alrededor, como si solo ellos dos existieran en aquel vasto salón lleno de invitados y nobles.

De pronto, Federico le susurró con voz juguetona:

—Ven conmigo. Quiero llevarte a un lugar más privado.

Leonor dejó escapar una risa cómplice y lo siguió por un corredor adyacente hasta una habitación tranquila y solitaria. Apenas cerraron la puerta, sus labios se encontraron en un beso lleno de pasión contenida. Los besos se tornaron intensos, y en medio de la intimidad, ninguno de los dos oyó el crujir de la puerta al abrirse. Daniel entró rápidamente y, al verlos, carraspeó incómodo.

—Disculpe, señor, pero su padre y el conde de Noruega desean hablar con usted en privado.

Federico se apartó de Leonor con un suspiro, claramente frustrado por la interrupción.

—Leonor, espérame aquí. Cuando regrese, tengo algo especial para mostrarte —dijo con una sonrisa traviesa antes de salir de la habitación.

Leonor asintió, pero tan pronto él se marchó, la habitación se llenó de un silencio espeso. Caminó lentamente hasta la ventana y observó la vastedad de los jardines del palacio. Una sensación de soledad se apoderó de ella. Comenzó a pensar en todo lo que estaba dejando atrás: su carrera, sus sueños, la libertad que tanto había valorado.

¿Valía la pena renunciar a todo por amor? La pregunta resonaba en su mente. Desde niña, había soñado con ayudar a los demás, con hacer algo significativo. ¿Y ahora? ¿Estaba realmente dispuesta a abandonar su propia esencia solo para estar a su lado?

Federico volvió poco después, con una sonrisa radiante y un brillo de emoción en los ojos.

—Mira lo que tengo aquí —dijo, retirando con un gesto teatral la manta de una mesa para revelar una máquina de cortar pavo y varios ingredientes.

Leonor rió, pero había una nostalgia en su sonrisa que Federico no pudo ignorar.

—Voy a prepararte el mejor bocadillo de tu vida —anunció Federico, y empezó a cortar el pavo con dedicación.

Leonor lo observó en silencio. No podía evitar que una tristeza se apoderara de su pecho. Finalmente, habló, dejando salir las palabras que tanto había contenido.

—Federico, no puedo seguir con esto.

Federico dejó de cortar y giró para mirarla, con una expresión confusa.

—¿Qué quieres decir?

Las lágrimas comenzaron a rodar por el rostro de Leonor.

—No puedo quedarme aquí, Federico. No puedo renunciar a lo que soy, a lo que siempre he querido hacer.

Federico la miró fijamente, intentando asimilar sus palabras.

—¿Es por mi madre? —preguntó con voz apagada.

Leonor negó con la cabeza.

—Claro que no. Esto no tiene que ver con ella. Cuando te conocí, estaba tan asustada del amor que intentaba alejarme de todo. Pero tú me mostraste lo que es amar. No he cambiado en ese sentido, Federico. Pero mis sueños, lo que soy… forman parte de mí. No puedo dejarlos atrás.

—¿Y qué hay de nosotros? —preguntó Federico, con la voz rota—. ¿Qué hay de lo que compartimos?

Leonor lo miró con dolor, incapaz de contener el torrente de lágrimas que le invadía.

—Este es tu lugar, Federico, no el mío. Tu padre te necesita… y Dinamarca también.

Federico bajó la mirada, sintiendo que su mundo se desmoronaba.

—¿Entonces, esto es el final? ¿No volveremos a vernos? —preguntó, en un susurro apenas audible.

Leonor asintió, intentando contener el sollozo que amenazaba con romper su voz.

—Sí, lo sé.

Federico se acercó y la abrazó con fuerza, ambos llorando en silencio. Aquel abrazo era un último refugio, un intento desesperado de aferrarse a lo que habían compartido, de decirse adiós sin palabras.

Federico observó a Leonor salir del salón con el corazón hecho pedazos. Aunque había querido mantenerse fuerte y aceptar su decisión, la desesperanza y el vacío comenzaron a invadirlo, creciendo con cada paso que ella daba en dirección a la salida. Su mente intentaba encontrar una explicación lógica, algo que le permitiera aceptar aquella pérdida sin sentir que el mundo a su alrededor se desmoronaba, pero la intensidad de sus emociones lo superaba.

Un nudo le apretaba la garganta, haciéndole imposible respirar con normalidad. La promesa de un futuro a su lado, de esos pequeños momentos de felicidad compartida y de las conversaciones sobre sus sueños, todo se desvanecía en un abrir y cerrar de ojos. Recordó el primer momento en que la vio y cómo su vida cambió al instante. Había aprendido a soñar de nuevo con ella, a abrirse al mundo más allá de sus deberes y responsabilidades. Leonor le había dado algo que nunca había tenido: una razón para imaginar un futuro lleno de amor y esperanza, una vida más allá de las paredes de palacio.




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