Del Revés Sin Merecerlo

3. ¡Caen lentejas!

«Hoy es miércoles 5 de junio y odio asistir a las clases de ciencias económicas en plena ola de calor. Por favor, haz una llamada a tu nombre al parque de bomberos, para que venga tu hermano y apague el fuego de mi pupitre. ¿Qué dices?»

Esa nota llegó a mi mesa en la hora del descanso. Al desdoblarla y leer el contenido, me giré en busca de la persona remitente. No la vi. Los ojos de Brooke me confirmaban que ella había sido la última en pasar la nota pero no la primera.

—Señorita Vendetta, ¿cuánto y cómo cree que debe invertir una empresa internacional en un país? ¿Qué necesita para fortalecerse?

Alcé la cabeza, de manera brusca y al punto de crujir, encontrándome a la profesora Hermann sobre mi mesa. ¡Mierda! ¡Mil veces mierda!

—¿Señorita Vendetta? —repitió.

No contesté. No recuerdo cuánto tiempo pasé pensando una respuesta favorable para librarme de las atentas miradas mordedoras de mis compañeros y del castigo, que ya podía percibir sobre mis hombros, para que la puerta negra del aula 203 se abriera de golpe. Dejé de ser el centro de atención. Alguien más se había ganado ese puesto y yo le agradecía ser mi salvador.

—Perdone, señorita Hermann, estoy buscando a la señorita Talia Vendetta. —El muy engreído desplegó una de sus mejores sonrisas, esa que provoca hoyuelos en las mejillas e ilumina los ojos.

Me levanté del asiento y me dirigí hacia él. Cuando salí al pasillo él agradeció la paciencia de la profesora Soraya Hermann y cerró la puerta con otra sonrisa aún más amplia que la anterior y con unos ojos pícaros.

—Vámonos. —Fue lo único que dijo cogiéndome el brazo con el suyo y guiándome por los pasillos hacia el exterior.

Una vez fuera, me pidió que me subiera a su Jeep de excursión, que en comparativa con su otro vehículo no era tan lujoso ni espacioso o cómodo, y arrancó con un rumbo en mente. Yo no podía dejar de provocar cortocircuitos silenciosos en mi mente, que mis ojos y mi leve temblor de manos confirmaban: mi hermano me estaba secuestrando. Y lo más importante, ¿desde cuándo tiene tanto dinero? ¿Qué se ha hecho? ¿Stripper? ¿Invierte en Bitcoin? ¿Roba bancos? Este hombre cada día me desconcierta más.

Se mantuvo en silencio casi todo el viaje, despegaba sus labios rosados para preguntarme si quería poner música, comer algo de patatas fritas de la guantera —como si fuera normal guardar dos bolsas en ella— o cogerle el móvil para cotillear. Me reí en su cara con el último comentario y le pregunté acerca del lugar al que íbamos, mas la conversación no prosiguió hacia la dirección que yo deseaba. Más bien se la comió como uno de esos bocatas gigantes de concurso de comida chatarra. Treinta y cinco minutos más tarde estacionó enfrente de una casa roja, la cual reconocí de inmediato. Al ver mi estupor me alentó a bajar del vehículo y me guío una vez más como si fuera una muñeca de trapo hasta la puerta, donde alzó su brazo derecho libre y tocó el timbre. Su otra mano agarraba la mía para impedir que saliera corriendo como la vez pasada. El portón se abrió al ritmo de la instrumental de la canción Animals de Coldplay.

—¿Qué hacéis aquí, pequeños? ¿No tenéis clase?

—Hola, abuela. Queríamos verte y nos han dejado salir antes —dijo Spencer, entrando en la casa con una sonrisa, que la mujer de mechas canosas en su cabello pelirrojo le correspondió y  ocultó la luz del sol con el muro de madera, a prueba de inundaciones, para poder perseguir al mentiroso de su nieto hacia la cocina.

Joanna se sentó enfrente de él en la mesa auxiliar cuadrada mientras Spencer palmeaba la silla negra a su lado. Negué con la cabeza y volvió a insistir, haciendo que abandonara el marco de la puerta ausente y obligando a mi cuerpo a sentarme junto a él. No tenía ganas de estar ahí y mucho menos quería compartir espacio con su ego.

Mi abuela se acercó unos instantes a la despensa adyacente al jardín, tapada con una cortina verdosa hierba a cuadros, y regresó adonde estaba llevando consigo unas galletas y dos tetrabriks de chocolate del tamaño de la palma de una mano. Suponía que teníamos hambre y ninguno lo negaba al contrario nos echamos como osendos que llevan días sin comer sobre el almuerzo.

—Abu... —tanteó sabiendo que yo no sabía nada por su culpa— Estamos aquí, contigo, porque queremos saber sobre nuestro padre. Ya sabes el que se supone que no tenemos. Sabemos que existe porque si no la teoría reproductiva no nos hubiera traído aquí un encantador día como hoy. Por cierto, ¿has ido a la peluquería? ¡Estás guapísima!

¡Hijo de puta! ¡¿Todo por eso?! ¡No me lo puedo creer! Por supuesto, mi abuela se puso seria y, poco a poco, borró parte de su semblante confiado y amable. Ella odiaba hablar sobre mi padre o cualquier tema que le recordase a él al igual que mamá. La diferencia era que Joanna era mucho más dura y daba mucho más miedo enfadada o disgustada que Morgan Vendetta.

—¿Qué quieres, Spencer?

¡Ja, chúpate esa! Lo calló, grazie abuela. Te adoro. Preparé una tarta con la única finalidad de agradecerte este momento.

—Abuela, creo que el tonto de mi hermano —se cubrió la boca con la mano para tapar una sonrisa— quiere decir que me ha secuestrado de clase con la simple intención de verte y preguntarte cómo estás y si necesitas ayuda con algo. Estoy segura de que no me ha secuestrado con otros motivos.

—Mierda, Talia —bufó, echándose hacia atrás para poder cruzarse de brazos sin darse un buen golpe. Casi no se le escuchó.




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