Del Revés Sin Merecerlo

4. Marionetas de calabazas retrasadas

Cuando éramos pequeños, mamá nos contaba una historia por día hasta el día de Todos los Santos. Aquel año no fue diferente. Lo incoherente fue el lugar que eligió para hacerlo. Morgan Vendetta a veces parecía delirar o, simplemente, vivir en su propio mundo de coherencia confusa.

—Antes de la llegada de la noche, B acude al rescate de la otra señora B y su hermano P... —relataba mientras abría las frías puertas que albergaban en su interior lo que sería nuestra cena y depositó con cuidado sobre el carro de acero: un apetitoso pollo, que obviamente yo no comería por ser alérgica a él.

—¿Mamá nos hace falta leche? —interrumpió su monólogo Spencer, andando detrás de mí y parándose cada pocos segundos para comprobar la lista que habíamos hecho los tres antes de salir de casa.

—No, pero ve a la zona de verduras y coge algo. ¡El carro necesita algo de color!

Spencer voló como si mi madre hubiese leído un cartel de ahorro 5×1 o un descuento del ochenta y cinco por ciento en la perfumería del pueblo.

—Hija, ¿has pensado ya qué quieres estudiar en el futuro?

La miré de soslayo, parándome frente a la zona de congelados.

—Ehm, es posible que me decante por alguna rama científica. Aún queda...

Me dedicó una pequeña sonrisa cogiendo una bolsa de verduras congeladas y una tarrina de helado de fresa y plátano.
Spencer volvió al cabo de media hora con los brazos llenos y al alza con cinco calabazas, dos mantas azules para sustituir las viejas con agujeros del tamaño de Roma, cinco paquetes de palomitas, tres cajas de bombones de chocolate blanco de Nestlé y, al menos, cuatro o seis cosas más que no pude ver; y su maldita mirada pícara. ¿De verdad que podía con todo aquello, que casi no nos permite verlo, y encima seguir siendo un capullo? No lo entiendo. 
Antes de llegar hasta nosotras, tropezó con una chica de cabello cálido. No se paró a ver si le había hecho daño —cosa que yo sí hubiese hecho— y la muchacha siguió su camino tras mirarlo con una mirada entre sorpresa y vergüenza. ¡Encima de idiota, torpe!

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—Remolacha, ¿has visto los tomates?

—No mamá —respondo, ayudándola a vaciar las siete bolsas con el logotipo y el lema de la futura universidad de Spencer. Y eso que aún no sabemos si ha entrado en las listas de Mónaco...

Mi hermano pretende estudiar en el extranjero con el único propósito, según yo, su hermana favorita, de escapar de las garras que mamá le pondrá encima como decida volver a repetir, de nuevo, segundo de bachillerato por amor al arte que suspende cada vez que tiene un examen de Plástica con el señor Amperio. Concuerdo con él en que ese profesor necesita un descanso. Trabaja demasiado para tener que sobrellevar sus perfectos setenta y nueve años.
Antes de poder decirle algo más a Morgan Vendetta, oigo el movimiento de las llaves al cerrar la puerta principal. Se había ido. ¡Genial tenía niñera!

—Spencer, mamá se ha ido de nuevo al super.

Asintió sin más mientras cogía las pequeñas verduras amorfas naranjas y verdes lima con base esférica, que él mismo había dejado sobre el futuro decorativo de la mesa donde desayunamos o comemos cada día.

—¿Me ayudas? Tengo dos manos y creo que no voy a poder con todas antes de que mamá venga y vea las tripas de estas adorables calabazas por su dulce y nuevo suelo de porcelana.

Cierto, ¿de dónde venía ese dinero? La cabeza comenzaba a darme vueltas cuando regresé con un cuchillo en mano, que dejé reposar en la superficie para trazar las líneas de la cara del personaje que la primera verdura debía interpretar este año: un payaso. Levantaba de vez en cuando la cabeza para admitir a la familia de Pokémon que adornaban las del castaño oscuro. Nadie se atrevía a opinar sobre el pelo de mi hermano, ¿era negro sombrío o castaño mierda dura? ¿¡Quién sabe!? A mí, por supuesto, me hace gracia la segunda opción y es por la que votaría si hubiera que hacerlo, ya que la luz amarillenta de la cocina también estaba de acuerdo con esa teoría. Después de todo, si Spencer es todo un espécimen que la ciencia nunca debe estudiar —para conservar su patrimonio a salvo—, su pelo no se quedaba atrás.

 

♠♠♠♠

 

—¿Ves? Te había dicho que no quedarían tan mal aquí. —El muy imbécil sonrió al señalar que la puerta principal era el sitio ideal para las calabazas, que habíamos vaciado y decorado por completo —dos de ellas ahora eran rojas, una verde y la cuarta seguía con su color natural—, a las cuales había acabado por odiar tras pasar más de tres horas decidiendo dónde ponerlas y cuatro más peleándome con sus tripas. ¡Las condenadas se las traen!

Bufé cruzándome de brazos, hacía calor para ser a finales de octubre y ya estaba lo suficientemente cansada como para mandarlo a freír espárragos por enésima vez en lo que llevábamos de tarde. No obstante, mamá había vuelto de Marcket Enjoy, a cinco cuadras desde nuestra casa, con más zanahorias y magdalenas de la cuenta. Si no lo recordaba mal, todo aquello era innecesario. Según ella, hacia falta para poder elaborar un bizcocho de zanahoria. ¡A veces no la entendíamos ni dando tres vueltas en molino y cinco en el tiovivo de la plaza del pueblo!
Sin esperarlo, entré y encendí la televisión. Mi hermano llegó poco después y me arrebató el mando. Intenté morderle la mano, pero se apartó rápido y maldiciendo en Dios sabe qué idioma nuevo. ¿Wakandiano? ¿Su código secreto de la caja fuerte con el carísimo identificador de voz? Sí, tenía una caja de seguridad tras un fondo falso en el armario, y lo mejor era que él no sabía que yo lo tenía en consideración y sabía cómo abrir esa cosa verde vómito del tamaño de una lavadora pero mucho más estrecha. 
Me senté a su lado con un bufido porque había puesto las noticias. La 2, uno de los pocos canales de España públicos que no decía tonterías. Aquella vez se encontraban hablando sobre la clonación biológica.




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