Del Rojo Al Carmesí

IV

Su aspecto me sorprendió, lucía igual que hace ocho años. Parecía el mismo chico común y corriente de 21 años que conocía. Nada había cambiado en él. Ni sus ojos, cabello, rostro, complexión, simplemente estaba tal cual lo conocí.

- ¿Estás mejor? – pregunta preocupado sin apartarse siquiera un milímetro de mí.

- Bruno – fui acallada sin previo aviso por sus brazos rodeando mi cuerpo.

- No hagas preguntas, lo importante es que ya estoy aquí. – sus brazos se aferraban a mi cuerpo como evitando que me desmoronara – Vine por ti.

Las lágrimas que ya obstruían mi visión comenzaron a caer como goterones inesperados, tan intensos que al no lograr ver nada, el tacto de su cuerpo y el sonido de su respiración se marcaban con más ardor en mis sentidos. Lo extrañaba, diablos que sí lo hacía.

- Tera – sus palabras no hacían más que aumentar mi llanto, hasta que ya no pude aguantar más y con mis débiles brazos lo presioné contra mí, repitiéndome una y otra vez que era real. – Cómo extrañaba el tan solo verte.

Su aroma tampoco había cambiado nada. El terror que hace unos segundos atrás ocupaba toda mi mente, fue desplazado por Bruno como si fuera nada. Ya no había espacio para el miedo, solo estaba el cariño y el amor.

- No vayas, esta vez no dejaré que te marches sin mí. – le hice saber entre sollozos.

- No me marcharé si no es contigo – escondí mi humedecido rostro en su cuello deseando tenerlo más cerca de lo humanamente posible.

- Pequeña, a partir de hoy siempre estaremos juntos – sus cálidas caricias hacían cesar mi llanto. –Ya está todo bien, perdón por dejarte sola todo este tiempo.

- Bruno – repetí incapaz de pronunciar otra cosa que no sea su nombre.

Detuvo sus movimientos un instante. Me apartó de la calidez de su cuerpo y estuve a punto de gritar que no lo hiciera, de no haber sido interrumpida por sus labios besando la comisura de mi boca lentamente, hasta atrapar mi labio inferior entre los suyos.

Era una sensación tan suave y satisfactoria que jamás pensé que ocurriría. Desde la primera vez que lo vi, desde la primera vez que hablé con Bruno en ese pequeño parque detrás de la casa, aprecié algo especial en él, en nosotros, una conexión de tal magnitud que no tenía lógica.

Podía permanecer horas enteras a su lado, pues me sentía feliz, cómoda, cálida, completa. Tanto así que lloraba cuando Diana iba a por mí y tenía que despedirme de él. En ese instante de infancia creí que la desesperación que me era enfundada se debía al increíble cariño y aprecio que le tenía, admiración por ese muchacho de cabellos azabaches que sonreía cada vez que me veía llegar por otra tarde más de juegos. Pero ahora entiendo por completo el hilo predilecto que nos unía contra la distancia y el tiempo. Yo lo amaba, y él a mí.

Entre esos besos que rozaban lo onírico, mis párpados se cerraban por el peso del cansancio. Lo último que sentí esa noche fue su cálido aliento contra mis labios húmedos y el tranquilo roce de sus manos contra mis mejillas.

 

***

Lo primero que mis ojos divisaron al despegar mis párpados de su adormilado sueño, fue la mejor sorpresa al saber que lo de anoche no era otro más de mis múltiples sueños, sino la realidad misma.

Hebras de su cabello cayendo despreocupadas por su frente; largas pestañas mostrándose en todo su esplendor, brillantes y oscuras; sus labios sellados con suavidad y el sube y baja casi imperceptible de su respiración profunda y acompasada. Era Bruno, dormido a mi lado, cálido y vivo.

De verdad no podía creer por completo que esta era la realidad y no la ficción. Su tacto anoche, sus brazos rodeándome con fuerza sin ápices por dejarme ir, todo fue real.

Con el índice presiono su mejilla delicadamente evitando despertarlo. Fascinada por la serenidad que me impregnaba verlo en su estado más calmo, sonreí para mis adentros respirando por primera vez después de tanto tiempo, el aire ligero y fresco.

El toque de su mano tomando mi dedo con fragilidad me atrapó desprevenida. Esos labios que anteriormente descansaban relajados ahora formaban una sonrisa que dejaba al descubierto el blanco de sus dientes. Mi vista subió por su rostro chocando de lleno con sus ojos tan negros como las alas de los cuervos, profundos como un pozo sin fondo y brillantes como si dentro guardara todas las miles de estrellas que escapan al cielo por las noches. Eran intensos y a la vez confortables.

  • Bruno – susurré.
  • Buenos días, pequeña – besó mis dedos prisioneros de su mano.
  • Bueno días – respondí conmocionada por lo grave de su voz al despertar.



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En el texto hay: misterio, amor y magia, inferno

Editado: 19.01.2019

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