El domingo había sido una pesadilla total, no solo porque de plano aquella presencia que la rodea no la dejó dormir ni un instante, sino porque así como pasó la noche así transcurrió el día: las cosas se rodaban y hacían sonidos, como cuando estaba en su cuarto y su madre la regañó por rodar las sillas del piso inferior cuando expresamente le había dicho que era molesto y que debía levantarlas; algo la estaba vigilando y era consciente de eso, puesto ahí donde la oscuridad se extendía, sentía como desde ahí se diseminaba un aura obscura. Al final, cuando su madre la mandó a dormir, le dijo cómo había sido su día, cosa que no hacía desde hace mucho, y remarcó que todo estaba siendo extraño y tétrico, a lo que ella respondió: «No me cuentes tus inventos, duérmete ya».
Ahora, dormitada, tambaleante, en la entrada del colegio, con bolsas oscuras bajos los ojos, aún siente aquella espectral mirada, proveniente de todos lados, y sin ninguna fuente aparente. Siente como le recorre las piernas, como le analiza las ropas, como huele su miedo.
—Emilia, te ves un poco mal hoy, ¿quieres café? ¡Ah! Aún no puedes tomar, estás pequeña —El guarda de seguridad de su colegio así la saluda hoy, riéndose de su propio chiste sin gracia.
—Emilia, ¿ya anotaste lo que hay en el tablero? Es una reunión de la junta comunal, tus padres deben enterarse —El tema en sí era aburrido y no tenía nada que ver con matemáticas, y lo cierto es, su atención se ha visto perturbada por las decoraciones de Halloween que hay dentro del salón, sobre todo los dientes afilados de la calabaza de goma EVA que tiene a sus espaldas, pegadas en la pared.
Los directivos del colegio no habían perdido ni un instante, ni escatimado esfuerzo ni recursos a la hora de decorar el colegio, incluso desde hoy lunes, a tres días de celebrarse Halloween. Porque de no ser así, ¿adonde pues irían a parar los pagos de la carísima matrícula que cobran? El buen observador sabe que los materiales utilizados no son más que cosas baratas orquestadas de tal manera que se vean bien: las telarañas no son más que algodón, los esqueletos de plástico que se consiguen en promoción para estas fechas, las brujas puestas en lo alto lejos del ojo precisamente para disimular la baja calidad de la muñeca, lo único destacable es las cantidades ingentes de muñecos y ornamentación. Pero los cansados padres no se paran a inspeccionar en detalles.
De todas formas, Emilia va al colegio sola, por lo cual su madre ni enterada está de estos adornos.
—¡Emilia! ¿Acaso se viene a dormir al colegio? Ustedes de verdad que no tienen respeto alguno por sus profesores, no se dan cuenta de los sacrificios que uno hace… —La profesora de inglés estaba bastante furiosa. Es rutinario que ande de mala ostia, pero de vez en cuando se torna más irritable de lo usual.
En aquel momento, mientras la pequeña trataba de mantenerse despierta, por el rabillo del ojo vio algo. La sombra que desprendía la inmensa mole de aquella criatura oscurecía todo el lugar, y aún así, nadie parecía preocupado por ello. Es tan alta, tan imponente, que le es imposible ver la forma exacta de aquello. ¿Era un canino, un cuadrúpedo siquiera o algo a dos patas? Lo importante de todos modos es lo que a Emilia le sucedía: aquel ser herético parado en la ventana es la materialización de su miedo, la fuente de aquel sentimiento ominoso que siente escocer en el cogote todo el tiempo.
Aquel esperpento, se volteó para mirarla.
Emilia cerró los ojos y rezó al cielo y a los infiernos con la única petición de que, quien fuera quien se dignase a escucharla, ahuyentase a aquel monstruo. Mientras derramaba sus lágrimas en silencio, encorvada sobre su pupitre, se lamenta por no ser fuerte y poder ignorarlo todo como hacen los demás, siempre aseverando que aquellas narrativas son solo su propio delirio infantil.